La nueva habitación estaba llena de pantallas.
Decenas de monitores mostraban imágenes fragmentadas:
pasillos, cámaras, rostros.
Todos los jugadores.
Todos los muertos.
Clara se acercó a uno.
En la pantalla se veía ella misma, temblando, grabada desde lo alto.
—¿Qué es esto…?
Un zumbido respondió.
Luego, la voz.
—Te presento mi mundo, Clara.
Aquí todo se observa, nada se olvida.
Ella giró, buscando el origen.
Una cámara la seguía, girando lentamente, como un ojo vivo.
—¿Por qué me vigilas? —gritó.
—Porque yo fui vigilado antes —respondió la voz—.
Fui tu sombra, tu conciencia…
Y tú me encerraste aquí.
Una de las pantallas cambió de imagen.
Mostró una celda, y dentro de ella, una mujer idéntica a Clara, sentada en el suelo.
Ella levantó la vista… y sonrió.
—No soy yo —susurró Clara, retrocediendo.
La otra habló desde el monitor, con calma:
—No aún.
El teléfono vibró una vez más.
> “El observador siempre espera su turno.”
Las luces se apagaron.
Y, en la oscuridad, Clara sintió una respiración justo detrás de su cuello.