El suelo vibró bajo sus pies.
Las luces rojas formaron un círculo en torno a ella, dibujando el número 6.
Luego, otro.
Y otro.
666.
El teléfono sonó, esta vez con un tono distinto, más grave.
Clara contestó sin pensar.
—¿Qué significa esto?
La voz respondió con calma:
—La marca siempre estuvo en ti.
No es un castigo… es un recordatorio.
Clara miró sus manos.
En la palma de la que había cortado en la primera prueba, la sangre seca dibujaba el mismo símbolo.
—¿Por qué yo? —preguntó.
—Porque fuiste la sexta.
La sexta en mentir.
La sexta en mirar hacia otro lado.
Las pantallas a su alrededor se encendieron de golpe, mostrando seis rostros.
Todos conocidos.
Todos muertos.
El último era el suyo.
Con los ojos cerrados.
—¿Estoy muerta? —susurró.
La voz rió, apenas un soplido.
—Aún no. Pero estás en la línea.
Y solo uno con la marca puede cruzarla.
El número en el teléfono parpadeó: 660 → 659.
Clara levantó la vista, decidida.
—Entonces dime qué tengo que hacer.
La voz respondió con un susurro que erizó el aire:
—Confesar quién fuiste antes de ser Clara.