El aire en la sala olía a metal y humedad.
El círculo de luces rojas que la rodeaba seguía girando, lento, hipnótico, como si marcara el compás de algo invisible.
Clara se arrodilló, agotada, las manos manchadas de sangre y recuerdos.
El teléfono descansaba frente a ella, inmóvil.
Pero aunque la pantalla estaba en negro, podía sentir que la observaban.
Que el “juego” la miraba incluso en el silencio.
—Ya basta —susurró—.
Ya sé que no puedo escapar.
Así que… ¿qué quieres de mí?
La voz respondió, suave, casi paternal:
—Quiero lo mismo que tú, Clara.
La verdad.
Ella apretó los dientes.
—¿Y qué se supone que gane con eso?
Un leve zumbido, seguido de una frase en la pantalla:
> “El miedo no se destruye. Se negocia.”
La voz continuó:
—Tienes miedo desde antes de entrar aquí.
Miedo de perder, miedo de amar, miedo de recordar.
Y ese miedo… fue lo único que nunca quisiste soltar.
Las luces parpadearon.
Frente a ella, una figura comenzó a tomar forma.
Al principio era solo una sombra.
Luego, un contorno humano.
Y al final, un rostro que la hizo temblar.
Era ella.
Pero no la Clara actual.
Era una versión más joven, con el cabello más largo, los ojos más vivos… y una sonrisa cruel.
—¿Me recuerdas? —preguntó la otra Clara.
Clara retrocedió un paso.
—Tú… eres una alucinación.
—No —dijo la voz.
—Soy la parte de ti que hiciste callar.
La que firmó el trato.
—¿Qué trato?
La sombra sonrió.
—El que hiciste cuando dejaste que otro cargara con tu culpa.
Cuando el accidente ocurrió.
Cuando dijiste que “no fue tu culpa” y seguiste viviendo como si nada.
Clara negó con la cabeza, los ojos llenos de lágrimas.
—Yo no quise que muriera…
La figura avanzó un paso, su voz helada.
—Pero lo hiciste.
Y tu miedo te salvó.
Por eso estoy aquí.
Porque tú me creaste.
Las luces se apagaron.
Solo quedaba el reflejo de ambas en la pantalla del teléfono.
Una respiraba.
La otra no.
La voz del juego volvió a sonar, envolviéndolas a las dos:
—El miedo te dio una segunda vida.
Pero cada deuda debe pagarse.
Si quieres salir, debes romper el trato.
Clara levantó la vista, con la mirada firme por primera vez.
—¿Y cómo se rompe?
Silencio.
Luego, un mensaje apareció en la pantalla:
> “Debes hacer lo que nunca hiciste:
aceptar el castigo.”
La sombra sonrió, extendiendo la mano hacia ella.
—Entonces, Clara… ¿te atreves a negociar conmigo?
El círculo de luces giró una última vez.
La habitación entera pareció inclinarse, como si el miedo mismo la estuviera tragando.
Clara dio un paso adelante, y su voz resonó en la oscuridad:
—Sí. Si este es el trato… lo acepto.
El suelo se abrió bajo sus pies.
Y el miedo la devoró.