El temporizador seguía corriendo.
00:07:23.
Cada segundo era un latido que se le clavaba en el pecho.
Clara no movió un músculo.
Observaba las cápsulas frente a ella, las sombras dentro agitándose lentamente, como si comenzaran a despertar.
Un sonido metálico retumbó por la habitación.
La voz habló desde los altavoces:
—El juego evoluciona, Clara.
No hay ganadores sin adversarios.
El vapor se disipó dentro de las cápsulas.
El adolescente fue el primero en abrir los ojos.
Luego, el hombre.
Por último, la mujer.
Todos respiraban con dificultad, confundidos, igual que ella lo estuvo al despertar la primera vez.
—¿Dónde estamos? —preguntó el chico, golpeando el vidrio.
El hombre intentó lo mismo, pero su cápsula no cedía.
Clara los miró sin responder.
No quería ser la voz del miedo… pero ahora, ella era el juego.
El teléfono vibró en su mano.
Un mensaje:
> “Ellos son las piezas.
Tú, la mano que mueve el tablero.”
—¡Oye! —gritó el hombre dentro de la cápsula—. ¡Ayúdanos!
Clara dudó.
Sus dedos rozaron la pantalla del teléfono.
Aparecieron tres botones, uno bajo cada número:
659 — 658 — 657.
Y debajo, una palabra: “Liberar.”
Antes de elegir, una nueva voz interrumpió, esta vez no desde los altavoces, sino desde su propio teléfono.
Era una mujer.
Serena, calculadora.
—No los liberes todavía.
Ellos no son lo que crees.
—¿Quién eres? —preguntó Clara.
—Una jugadora.
O lo fui, antes de que me sacaran.
El juego no termina con la libertad, termina con la verdad.
Clara miró las cápsulas.
Los tres la observaban ahora.
El adolescente lloraba.
La mujer la insultaba.
El hombre la imploraba.
Y todos decían su nombre.
—¡Clara, por favor! —gritó el chico.
—¡No me dejes morir otra vez!
El “otra vez” la paralizó.
¿Cómo sabían su nombre?
¿Cómo podían recordar algo que nunca compartieron?
El teléfono vibró de nuevo, mostrando una frase:
> “Los otros jugadores no existen.
Son tus fragmentos.”
Las luces parpadearon.
En la cápsula del hombre, vio su propio reflejo envejecido.
En el chico, su rostro adolescente.
Y en la mujer… su versión más fría, la que firmó aquel informe en el hospital.
Las cápsulas comenzaron a llenarse de humo blanco.
El temporizador marcó 00:01:00.
La voz del juego susurró:
—Solo uno puede sobrevivir.
Tú decides qué parte de ti merece hacerlo.
Clara apretó el teléfono.
Miró los tres botones.
659. 658. 657.
Su pasado.
Su presente.
Su futuro.
El tiempo corría.
00:00:10.
Y con la mano temblorosa, eligió.
Un sonido agudo rompió el aire.
Una de las cápsulas se apagó.
Las otras dos se abrieron.
El humo se disipó lentamente.
Y Clara comprendió que, por primera vez, ella también era una pieza del tablero.