Regresé a mi casa notando que todo el barrio estaba a oscuras. La electricidad de vez en cuando se iba. No porque se fundía algún transformador sino porque no se tenía 24 horas de luz. En otras zonas, la luz no se iba pero sufrir esos apagones siempre a una misma hora en este país era lo normal. Había llegado tarde a la casa porque me había parado a comprar lo necesario para llenar la nevera con el dinero que Abiel me había dado esta mañana. Había comprado una pequeña linterna para estos casos porque no podía encontrar las llaves de la puerta. Primero saqué la linterna, la encendí y me la llevé a los labios sujetándola para buscar mejor con ambas manos en el interior de mi bolso y abrir la puerta con más rapidez.
Cuando logré entrar cogí las bolsas de la pequeña compra, cerré la puerta y busqué alguna vela para tener más luz dentro de la casa.
Al encender la luz, una figura masculina hizo que pegara un grito del susto. Casi salía por la puerta cuando Abiel abrió la boca.
—Soy yo —dijo levantando ambas manos. Cuando pude iluminarlo bien lo vi a él con su camisa blanca y sus vaqueros azules. Solté un suspiro de alivio. Creí que se trataba de un ladrón o algún violador.
—¿Qué haces aquí? —pregunté una vez que me recupere del tremendo susto—. La puerta estaba cerrada.
—Entre por la parte de atrás —dijo rebuscando entre las bolsas para ver que pillaba de comer.
—¿Y por qué no estás trabajando? —volví a preguntar y cruzar los brazos sobre mis pechos.
—No había mucho trabajo.
Me quedé pensativa unos segundos y los comentarios de mis compañeras de clases rondaron mi mente. Él levantó su mirada hasta clavarla en mí y en ese instante llegó la luz.
—¡Por fin! Estaba muriéndome de calor —exclamó y fue a buscar el ventilador o abanico como solemos decir.
Me quedé observándolo hasta verlo sentarse en una de las sillas del comedor y pelar una mandarina.
—¿Qué sucede, Fior? —preguntó sin apartar su mirada de la fruta.
Me gustaban las mandarinas, pero odiaba pelarlas por el olor que me dejaban en las manos. Caminé hasta él y me senté a su lado.
—Manuela y Laura dicen que me estás poniendo los cuernos —confesé tras un suspiro.
Me encogí de hombros y él soltó una carcajada. Fruncí el cejo.
—¿Y tú qué dices? —preguntó una vez que dejó de reírse llevando un gajo de mandarina a mis labios.
Me quedé en silencio unos segundos hasta que respondí.
—Que confío en ti —respondí abriendo la boca para recibir el pequeño gajo de mandarían.
—Pero acabas de dudarlo —ladeó su cabeza y sus ojos se encontraron con los míos.
Me encogí de hombros y el volvió a depositar en mi boca otro pedazo de mandarina. Estaba más dulce que las otras que había comprado anteriormente. Me relamí los labios.
—Después que me has desplazado a un lado es normal que alguna duda se filtrara en mi mente.
Él se levantó y comió un par de gajos de mandarina. Lo siguiente que hizo me sorprendió. Se arrodillo, me tomó de la mano y la besó.
—Tendré que repetirte otra vez lo que dije frente al altar.
Si el rubor se me notara podría decir que mi rostro estaba rojo, pero después negué con la cabeza.
—Tonto... No es eso. Es sólo que... —Él se quedó mirándome y cerré los ojos —. Quiero pasar más tiempo contigo. Sé que lo haces para que salgamos hacia adelante pero —tomé un poco de aire—. Me estás descuidando —dije sintiendo mis mejillas arder.
Abiel con una sonrisa se levantó e hizo una reverencia. Reí.
—Espero que mi bella princesa perdone a su siervo por no darle el cuidado que se merece.
Esa noche fue una de las mejores noches que no recordaba. Él quiso preparar la cena, llegó a complacerme en todo. La buena comunicación no debe faltar en una pareja y lo bueno de todo es saberlo para cuando se presenten pequeños problemas se puedan resolver.
¿Creen que Abiel estará mintiendo?
Les leo :D
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Editado: 28.08.2021