Los 365 días de amor

•❈• Capítulo 4 •❈•

 

Abiel quiso tomar un taxi y vendarme los ojos para que no me enterara hacia el lugar al cual nos dirigíamos. Sostuve su mano durante el trayecto. Cuando llegamos, él quiso llevarme en brazos. Cada vez me impacientaba más, pero pude notar que subimos unos cortos escalones. Me había alegrado hablar con él aquella noche restregándole las pocas atenciones que tenía hacia mí. 
Antes de bajarme depositó un tierno beso en mis labios. 

—¿Puedo quitarme la venda? —pregunté impaciente llevando mi mano hacia mi nuca.

—Espera, quiero hacerlo yo.

Entrelacé mis manos y me mordí mi labio de la emoción que corría en mi interior. Cuando él quitó la venda, abrí lentamente mis ojos. Primero no entendí bien lo que mis ojos vieron. Estaba en el interior de una casa con una decoración hermosa, con juegos de muebles adornando la espaciosa sala, y cuadros de paisajes colgados en la pared. No había palabra para lo que veía.

—Feliz cumpleaños —musitó Abiel depositando un beso en mi cuello y rodeándome con sus brazos en mi cintura.

Pestañé lo más rápido que pude y me giré ante él.

—¿Qué? —No recordaba que hoy tres de Febrero era mi cumpleaños. 

—Es nuestro nuevo hogar —susurró en mis oídos tras morder mi oreja. Estaba sin palabras. Expresé mi agradecimiento abrazando y besando a Abiel. Mis ojos se nublaron y de ellos se escaparon una pequeña lágrima.

—¿Qué pasa? ¿No te gusta? —preguntó al ver que había llorado retirando esa lágrima de mi mejilla.

Negué con la cabeza.

—Lo conseguiste —dije sin poder creerlo. Tanto esfuerzo que hacía desde que lo conocía y los días que apenas disfrutaban con él, habían dado su fruto—. ¿Pero cómo lo conseguiste? —con confusión pregunté, porque su sueldo no permitía comprar todo lo que había en este lugar. 

—Eso no importa ahora. Debes ver toda la casa —expresó entusiasmado.

Tomó mi mano e inmediatamente me dio un paseo por toda la casa: era de dos plantas. Arriba estaban las tres habitaciones y una de ella tenía su baño incluido, en la planta de abajo se encontraba la gran cocina, sala de estar, el comedor, también la casa tenía su propio garaje y no había que comprar nada porque todo estaba incluido. 

—¿Desde cuándo empezaste a vender drogas? —pregunté aturdida cruzándome de brazos y enarcando una de mis cejas.

—No hay nada ilegal aquí. Me ofende que digas eso. 

Al no decir nada, Abiel se acercó a mí abrazándome y acariciando mi mejilla derecha con suaves besos. 

—¿No confías en mí? —preguntó está vez besando mi cuello. Un escalofrío acarició mi espalda.

—A—Abiel detente... —susurré en un hilo de voz y tomando el valor necesario para apartarme de él y clavar mis ojos negros en los suyos—. Es en serio.

Resopló.

—Mi jefe imitó a Juan Ramón Gómez Díaz —dijo con una amplia sonrisa.

Ese sujeto era el dueño de cadenas de televisión y siempre regalaba a sus empleados según su desempeño laborar. Su actual jefe el dueño de una empresa de seguros quiso imitarlo. Abiel me había hablado de lo que iba hacer en diciembre pero no me comentó que era él uno de los afortunados.  

—Muchos deberían imitarlo —dije algo más satisfecha—. Pero, ¿por qué no me lo dijiste?

—¿No es obvio? Era una sorpresa, amor —dijo con una amplia sonrisa en su rostro. Ok, había sido obvia la respuesta, pero aun así, esto era algo que no se veía todos los días—. Quería tener los papeles de la casa y darte las llaves especialmente este día.

—No puedo creerlo —grité de alegría llevando mis manos a mi boca. Entonces, salí corriendo probando todas los grifos, me senté en los muebles para probarlos, eran bastante cómodos, y la amplia cama que teníamos en el dormitorio.

Abiel me miró con una expresión alegre en su rostro, me siguió hasta nuestro dormitorio. Salté de felicidad hasta engancharme a sus caderas entrelazando mis piernas a su cintura y besarlo con gran intensidad.

—¿Te he dicho cuanto te amo?

Asintió y caminó hasta la cama dejándome suavemente en el colchón.

—Ahora quiero que me lo demuestres —susurró en mi oído haciéndome temblar con esa voz tan seductora.

—Con mucho gusto —susurré besando sus labios para luego fundirnos en uno solo.

Estrenamos cada rincón de la casa y la noche había caído. Fui a darme una relajante ducha, salté de alegría porque por primera vez no tenía que tirarme yo el agua con una vasija sino que disfrutaba como el grifo de la ducha acariciaba mi cuerpo. 

Al salir me quedé mirando por la ventana la urbanización en la cual me tenía que familiarizar. Todo estaba tranquilo, hermosas casas alrededor y la calles limpias. Suspiré de felicidad. Terminé de vestirme cuando Abiel vocifero desde la planta baja.

—Pedí comida China para cenar. 

—Enseguida bajo —me asomé en la puerta y pasé arreglarme el pelo dejándomelo suelto. Bajé a la planta baja en cuanto estuve lista—. Dios no puedo creerlo —susurré pensando que esto podría ser un sueño.




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