Los 365 días de amor

•❈• Capítulo 5 •❈•

 

Al otro día me levanté temprano para colarle algo de café. Estaba vestida provocativamente con unos de sus camisones, dejando ver mis piernas largas y delgadas. Me gustaba mi nueva cocina y todo lo que había dentro, hasta la nevera estaba totalmente llena de diferente tipo de comida, ya no era agua arriba y agua abajo. Agradecí a Dios por permitirnos estar en este lugar.

El suave aroma de Abiel perfumó toda la cocina. Di un breve sorbo a mi café cuando sentí los labios húmedos de Abiel en mis mejillas. 

—Buenos días, princesa —susurró cerca de mi oído para después abrazarme con esos brazos fuertes.

Me quedé mirando por la ventana, la cual daba al gran patio.  

—Buenos días, cariño.

Me giré para verle mientras él se servía un poco de café. Se veía espectacular vestido con su camisa de color salmón y pantalón de tela negro. 
Él me escaneó descaradamente con la mirada cuando bebía de su café. 
Dejó inmediatamente su café en la encimera y se acercó hasta mí nuevamente dejando sus manos encima de mis glúteos.

—¿Por qué me provocas de esa manera, mujer? —preguntó con un tono divertido tirando de mi labio inferior.

Llevé mis brazos a su cuello, pero me detuve antes de corresponder a su siguiente beso. No sabía cómo iba a decirle lo que me sorprendió esta mañana. No podía creer lo que mis ojos vieron al leer que habíamos recibido una carta de su padre.

—¿Qué pasa? Aún tengo tiempo —dijo al ver que no seguía con sus provocaciones.

Levantó el camisón que traía puesto hasta que se lo impedí y me lo quitara completamente. Se sorprendió ante el pequeño rechazo sin apartar su mirada de mí. Fui a tomar entre mis manos la carta que había dejado encima de la pequeña mesa de la cocina. 

—Será mejor que te sientes —le aconsejé.

—¿Qué pasa, Fior? —preguntó preocupado.

Puse la carta encima de su mano. No la había leído, por lo que no sabía que quería ese individuo y me preguntaba cómo sabía donde vivíamos si nadie lo sabía, o eso suponía.

—No voy a leerla —dijo en seco.

Cuando iba a romperla lo detuve llevando mis manos a las de él. Este gesto le sorprendió más aún.

—Es tu padre —le recordé.

Bufó.

—Ese hombre no es mi padre. —Quitó mis manos de las suyas—. ¿Se te ha olvidado lo que nos hizo? ¿Lo que te hizo, Fior? —preguntó sin creer lo que estaba escuchando de mis labios. 

—Por supuesto que no. Eso no es algo que se olvida —repliqué —. Pero no podemos negar misericordia.

Abiel puso los ojos en blanco.

—¿Misericordia dices? —rencor adornaban sus palabras —. ¿Cuándo tuvo misericordia de nosotros?

Me encogí de hombros y ante mi silencio Abiel rompió la carta en pedazos tirándola a la basura.

Tomé asiento en unas de las sillas clavando mis ojos negros en el suelo. 
Abiel se acercó hasta mí, me tomó el mentón para que mirara sus ojos de color miel.

—No voy a dejar que otra vez nuestra vida sea un infierno por culpa de él. 

Comprendía su dolor porque nuestra situación era parecida y sabía lo que era capaz de hacer, pero después de la muerte de mi madre pude entender que todos merecíamos el perdón sin importar lo que hayan hecho. Por supuesto que era difícil, pero en esta vida, nada era fácil.
Apreté su mano contra la mía. Sabía que las pesadillas del pasado volvían a revivir.

—Lo que no entiendo es como sabía dónde estamos viviendo... Apenas nos instalamos ayer. 

Él guardó silencio.

—¿Quién sabía de la casa? —pregunté con curiosidad.

—No sé cómo pudo saberlo, pero espero que no se presente porque no sé de lo que sería capaz.

Esas palabras me dieron un escalofrío. Odio y rencor como también venganza era lo que se podía sentir en esa dura frase. 
  

Cuando Abiel se fue al trabajo me preparé también para irme a la universidad. No tenía clase a primera hora, por eso fui un poco más tarde. Sin embargo, durante toda la mañana no podía despejar mi mente sobre lo sucedido. Esta vez no fui con las chicas a comer porque decidí ir a la casa lo más pronto posible. Nada más al llegar fui directamente hasta la basura  recogiendo todos los trozos de la carta, intentaba armar ese rompecabezas, pero se me hizo imposible hacerlo. No obstante, me percaté de algo en esas letras que eran bastante legibles. Ramón, el padre de Abiel, no tenía una buena letra. Apenas sabía escribir. Puede que alguien le ayudara a escribir la carta, eso fue lo que se cruzó por mi mente. Me levanté del asiento y volví a depositar los pedazos de papel a la basura. 

Misterio lo de su padre D:




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