Los 365 días de amor

•❈• Capítulo final •❈•


No paraba de llorar. Al fin y al cabo, él era un hombre y la frase de que todos eran así, era cierta. No pensaban. ¿Cómo podría perdonarle algo así? Rompió este amor que tanto nos costó mantenerlo enfrentando todas las dificultades, pero lo peor de todo es que no sabía si iba a dejar de amarlo.

Cuando escuché unos pasos, me sequé las lágrimas de mi rostro. Ahí estaba Abiel con... Con Melinda. 

—¿Vienen los dos a restregarme a la cara como se burlaban de mí? —Me levanté de un salto del banco—. ¿Desde cuándo estaban juntos?

—Desde tu noche de bodas —dijo Melinda divertida.

Abiel la sujetó del brazo e hizo que lo mirara. Quería lanzarme hacia ella y llenarla de golpes, pero no lo hice.

—Nada de juegos. Ahora explícale que todo fue una trampa.

Ella con su expresión divertida se cruzó de brazos.

—Abiel, había algo de verdad en esas fotos. Es cierto, te besé pero después tú lo hiciste.

Resoplé. No quería escuchar más. Por ello empecé a caminar para salir de este lugar. Abiel me detuvo.

—Todo fue una trampa, Fior. Ella fue quien envío esa carta y me dijo que mi padre la había amenazado —dijo lleno de culpabilidad—. Es cierto, la besé pero porque pensaba que si hacia lo que me pedía nos dejaría en paz.

Me solté de su agarre. Ya sabía yo que había algo extraño en esa carta pero aun así él la beso.

—La besaste —grité con gran enojo—. Si ella te hubiera pedido que te acostaras con ella, ¿lo habrías hecho? —pregunté cruzada de brazos.

—Por supuesto que no —se defendió—. No puedes hacerme esto... Todo lo que hice fue por ti, no pensé que un beso iba a causar todo esto si ella desaparecería de nuestras vidas.

—¿Y si fuera yo quien hiciese eso? ¿Cómo te sentirías, Abiel? —Clavé mi mirada en sus ojos.

Él se acercó hasta mí. 

—Por favor, perdóname. Es cierto, no pensé en el daño que iba a causarte.

Entonces me abrazó. Me quedé inmóvil. Sabia las artimañas que ella podía inventar, pero si pasa otra vez... Bruscamente lo alejé de mí.

Otro trueno se hizo presente y unas gotas de agua tocaron mi piel. Melinda se acercó hasta Abiel.

—No vale la pena que te arrastre por ella. Será mejor irnos antes que llueva. —Puso sus manos en el hombro de Abiel y eso fue lo que activo en mí que la despegara de un empujón y se tambaleara hasta caer al suelo. 

Segundos después empezó a llover y volví a caminar para refugiarme en algún lugar lejos de esos dos. Abiel corrió tras de mí hasta interponerse en mi camino.

—No voy a dejarte ir. No esta noche. Fue algo que no significó nada. Sabes que te amo y te aseguro que no volverá a pasar. —Se acercó para acariciar mi mejilla gesto que se lo impedí. Su mirada se ensombreció —. Por favor, Fior... 

La lluvia empezó a ser más fuerte. Ambos miramos al cielo e intenté abrirme paso, pero Abiel lo impidió pegando su cuerpo contra el mío. Intenté salirme de su agarre, él tenía más fuerza y al ver que mis esfuerzos eran inútiles empecé a golpear su pecho mientras mi rostro se cubría tanto de lágrimas como de gotas de lluvia. 

Estábamos en medio de la calle, apenas había tránsito en este lugar. Las estrellas estaban apagadas por el cielo oscuro y nublado mientras que la lluvia acariciaba nuestros cuerpos. No pensaba que mi 14 de febrero iba hacer así.

—Hoy es el día de los enamorados y me haces esto. ¿Cómo pudiste? —sollocé dándole golpes con mi puño, pero poco a poco perdía mis fuerzas. Abiel aprovechó para abrazarme mejor y escondí mi rostro contra su pecho. 

—Perdóname, perdóname por lastimarte de esta manera, pero permíteme arreglar mi error —susurró con los ojos cerrados acariciando mi pelo. No sabía qué hacer, si seguir peleando con él o rendirme y perdonarle porque no quería estar alejada de él. 

—Tú siempre dices que perdone a mi padre, pero te pido que en estos momentos me perdones tú a mí. 

Estaba dispuesta a perdonar a su padre por los maltratos que recibí de él como las palizas que le dejó a Abiel cuando no traía suficiente dinero a casa, pero ¿no podía perdonar a Abiel? Buscó mi rostro con su mirada triste bajo esta lluvia y la poca farola de luz que había en este momento hicieron que le perdonara. Estaba aquí conmigo dispuesto arreglar su error y no con ella. Me despegué de él estampando mi palma contra su rostro con gran fuerza. Abiel desvió su rostro ante el impacto y bajó su mirada al suelo.

—Me lo merezco.

—Por supuesto —hice una gran pausa—. Pero te perdono —esbocé una pequeña sonrisa acompañada de lágrimas. Él alzó su mirada para besarme de manera intensa, beso que correspondí.

Cuando nos preparábamos para irnos vimos a Melinda totalmente embarrada de barro. Al parecer se había caído varias veces. Una risa se apoderó de nosotros, pero luego me arrepentí pidiendo perdón a Dios y le supliqué que me ayudara a perdonarla. Para empezar, le pedí Abiel que no la dejáramos tirada en este lugar solitario. Él carraspeó, pero al final lo hizo.

Tuvimos algo de dificultad para llegar a casa porque nadie quería traernos y mojar su coche. Gracias a Dios alguien se apiadó, dejamos a Melinda en su apartamento y llegamos a casa.




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