Los amores de Afrodita

El secreto del mar

Afrodita se quedó helada. La palabra embarazo resonaba en su mente como un eco distante. No comprendía cómo podía ser posible. ¿De quién? ¿Cuándo? ¿Cómo podía una mujer nacer del mar y, aun así, llevar vida dentro de sí?

—¿Embarazada? —repitió con voz temblorosa—. No… eso no puede ser.

Aglauro la miró con dulzura, pero también con una chispa de fascinación en los ojos.
—Afrodita, tú no eres como las demás —dijo en voz baja, mirando a su alrededor por si alguien escuchaba—. La gente del pueblo aún murmura sobre tu llegada. Dicen que apareciste del mar el mismo día en que Zeus tomó el trono del Olimpo… cuando mató a su padre.

Afrodita la observó sin comprender del todo.
—¿Qué tiene que ver eso conmigo?

Aglauro se inclinó hacia ella, casi susurrando:
—Dicen que cuando Cronos cortó el cuerpo de su padre, Ourano, la semilla del cielo cayó al mar… y de esa espuma naciste tú. Una diosa nueva, nacida de la caída de los antiguos. Por eso no recuerdas nada, porque no venías de un vientre, sino de las aguas.

Afrodita bajó la mirada, abrumada.
—Entonces… ¿no tuve madre? ¿Ni padre?

—Tu padre fue el cielo, y tu cuna, el mar —dijo Aglauro con voz más suave—. Pero lo curioso es que, según dicen, las aguas no solo te dieron forma… también guardaban un secreto. Porque naciste ya encinta.

Afrodita llevó instintivamente una mano a su vientre. Su respiración se agitó.
—¿Encinta… desde mi nacimiento?

Aglauro asintió con un leve temblor de asombro y miedo.
—Así cuentan los ancianos. Que el mar te trajo como un presagio, con una nueva vida dentro, una vida que ningún dios ni mortal sembró. Tal vez el destino quiso que así fuera…

El silencio se extendió entre ambas. Solo se oía el murmullo del agua en la fuente. Afrodita sintió una mezcla de vértigo y tristeza. No sabía quién era realmente, ni de dónde venía, y ahora, dentro de sí, algo crecía, un nuevo misterio que la unía aún más al mar del que surgió.

Aglauro la tomó de los hombros con ternura.
—No temas, Afrodita. Los dioses nacen de muchas formas, pero solo los más poderosos nacen del dolor.

Afrodita cerró los ojos, sintiendo una lágrima caer por su mejilla.
Por primera vez, entendió que su llegada no había sido un accidente… sino una consecuencia del caos mismo del universo.




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