La noche caía silenciosa sobre el Olimpo.
Afrodita esperaba que llegara la primera hora del primer sueño, ese momento en que todo el palacio dormía y los corredores quedaban vacíos.
A esa hora, los baños termales eran su refugio: el único lugar donde podía sentirse libre del bullicio y de las miradas curiosas.
El vapor ascendía suave entre las columnas, y el aroma de las flores que había mezclado en el agua envolvía el aire.
Afrodita estaba de espaldas a la entrada, su piel brillaba bajo la luz tenue de las antorchas.
Tomó un paño empapado en agua tibia y lo pasó lentamente sobre sus hombros, dejando que el cansancio del día se disolviera.
De pronto, un sonido rompió la calma.
Pasos.
El crujido del agua al ser tocada por otra presencia.
Ella se giró, asustada, y su mirada se topó con la figura de un hombre que avanzaba sin prisa, despojado de todo pudor, su cuerpo fuerte marcado por antiguas cicatrices.
Ares.
Su presencia llenó el recinto como una sombra ardiente.
Sin decir palabra, entró en el agua y se sentó a un costado, apoyando los brazos sobre el borde de mármol, observándola con una sonrisa que destilaba ironía.
—¿No ves que está ocupado? —dijo Afrodita con tono firme, sujetando su paño contra el pecho.
Ares rió, grave, casi burlón.
—Todos saben que esta es mi hora de baño. Por eso nadie viene. —Su mirada se deslizó con descaro sobre ella—.
Y si aun así has venido, quizá eres tú la que se ofrece, no yo.
Afrodita alzó el rostro con orgullo.
—No creo que seas tan importante —replicó con voz cortante—. Tal vez no vienen porque todos duermen.
Por un instante, el silencio se hizo denso.
La sonrisa de Ares se borró, sus ojos se volvieron serios, como si un desafío hubiera sido lanzado sin retorno.
Afrodita sintió el peso de su mirada, esa mezcla de fuego y oscuridad que la desarmaba y la irritaba a la vez.
Antes de que él pudiera acercarse, tomó rápidamente sus vestiduras y salió del agua.
El eco de sus pasos húmedos resonó en el mármol mientras el dios de la guerra la seguía con los ojos, enmudecido por una sensación que no lograba comprender: no era deseo solamente, era algo más profundo, algo que lo inquietaba.
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Editado: 19.11.2025