Con el paso de las lunas, Ares empezó a formar parte de aquella rutina que antes era solo calma y silencio. Afrodita lo notaba, aunque intentaba no prestarle atención. Lo veía llegar, siempre con ese andar firme, y los niños corrían a su encuentro como si el dios de la guerra fuera un héroe de cuentos.
El hijo de cabellos negros era el primero en anunciarlo, apenas escuchaba pasos o el crujido de una rama.
—¡Ya viene! —gritaba, soltando la risa.
El pequeño de cabellos dorados lo seguía, con una sonrisa que se le escapaba en medio del juego.
Nada ayudaba con ellos. Todo el día hablaban de él.
De sus historias, de su fuerza, de cómo podía levantar una roca con un solo brazo o de cómo su voz hacía callar hasta al viento.
Por las noches, cuando Afrodita intentaba que durmieran, ellos insistían en preguntar si Ares volvería al día siguiente.
—Tal vez —respondía siempre ella, fingiendo indiferencia—. Tiene cosas más importantes que hacer que venir aquí por tonterías.
Pero por dentro, esa respuesta le pesaba. Porque sabía que él volvería. Siempre lo hacía.
Una tarde, mientras el sol descendía detrás del valle y los niños dormían agotados después de jugar con él, Afrodita se quedó en el umbral del jardín, observando.
El lugar estaba en calma. Los árboles se mecían suavemente y el aire olía a flores recién abiertas.
Sus ojos se posaron en la figura de Ares, que aún estaba allí, sentado junto al estanque, mirando el reflejo del agua sin moverse.
Por un momento, ella sintió que no era el dios de la guerra.
La luz del atardecer dibujaba su silueta y sus cicatrices parecían perder su dureza.
En ese instante, una sensación le recorrió el pecho, una mezcla de ternura y miedo.
Ternura, porque lo veía distinto, más humano, más frágil de lo que jamás imaginó.
Miedo, porque sabía que aquello que empezaba a sentir no debía sentirlo.
Sus pensamientos se mezclaban como olas.
¿Cómo podía sentir algo por alguien que representaba todo lo que ella temía?
¿Y cómo resistirse cuando hasta los niños esperaban con ansias el sonido de sus pasos?
Afrodita apartó la mirada, respirando hondo.
Sabía que ese lazo que se estaba formando era peligroso.
Porque Ares no solo estaba conquistando la admiración de los niños… también estaba asomándose, sin saberlo, al corazón que ella juró no volver a abrir.
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Editado: 19.11.2025