La noche envolvía al castillo en un manto de oscuridad, y Aglae se encontraba en su aposento, frente al espejo. Su reflejo le devolvía la imagen de una mujer elegante, vestida con los atuendos de la corte, pero sus ojos, normalmente gélidos y calculadores, reflejaban una profunda tristeza.
Había sido enviada como embajadora al reino humano, una misión que la Reina de las Brujas consideraba de vital importancia. Un puente entre dos mundos, un paso hacia una era de coexistencia. Pero para Aglae, era una prisión dorada. Su corazón anhelaba las sombras de su bosque ancestral, el murmullo de las hojas y la compañía de sus hermanas de sangre.
Sus dedos acariciaron el colgante que llevaba al cuello: un pequeño cristal que brillaba con una luz tenue. Era un fragmento del espejo mágico de la Reina, un vínculo que la conectaba con su hogar. Cerró los ojos y respiró profundamente, imaginando el fresco aroma de la tierra húmeda y el canto de los búhos.
“¿Por qué estoy aquí?” se preguntó en voz alta, su voz resonando en la quietud de la habitación. Había sido una guerrera, una cazadora, una protectora de su pueblo. Ahora, se encontraba atrapada en intrigas palaciegas, obligada a sonreír y a disimular sus verdaderas emociones.
Recordó el ataque a su aldea, la destrucción y la pérdida de sus seres queridos. Había jurado vengarse, pero la venganza se había desvanecido ante la inmensidad de la tarea que se le había encomendado. ¿Era este el precio de la paz? ¿Tenía que sacrificar su propia felicidad por el bien de su pueblo?
Se levantó y caminó hacia la ventana, contemplando el jardín iluminado por la luna. Los árboles, con sus ramas desnudas, parecían extender sus brazos hacia el cielo, como si suplicaran clemencia. Aglae sintió una conexión profunda con ellos, una sensación de pertenencia que la hacía anhelar con más fuerza su hogar.
“No puedo seguir así”, murmuró. La vida en la corte era una farsa, una máscara que llevaba puesta para cumplir con su deber. Pero, ¿hasta cuándo? ¿Hasta cuándo tendría que reprimir sus verdaderos sentimientos?
Sabía que abandonar su misión sería considerado una traición, un acto de cobardía. Pero también sabía que no podía seguir viviendo así, atrapada en una jaula dorada. Tenía que encontrar una manera de regresar a su hogar, de volver a ser la mujer que era antes.
“Debo encontrar una salida”, se dijo a sí misma, su voz llena de determinación.
Aglae deambuló por los jardines del castillo, su mente divagando. La vida en la corte, a pesar de sus comodidades, no lograba llenar el vacío que sentía. Anhelaba la libertad de su bosque, el olor a tierra húmeda y el canto de las aves. No obstante, había encontrado una cierta paz en la rutina y en la compañía de algunos de los sirvientes.
Un día, mientras exploraba una zona apartada de los jardines, tropezó con una pequeña puerta oculta entre los arbustos. La curiosidad la impulsó a empujarla. Al otro lado, se extendía un largo pasillo oscuro, iluminado por antorchas parpadeantes. El ambiente era húmedo y olía a polvo y a antigüedad.
Con cautela, Aglae avanzó por el pasillo, su corazón latiendo con fuerza. Al final del corredor, encontró una enorme puerta de roble macizo. La puerta estaba adornada con intrincados tallados que representaban escenas de batallas antiguas y criaturas míticas.
Con un esfuerzo sobrehumano, logró abrir la puerta. Del otro lado se extendía una vasta biblioteca, con estanterías que llegaban hasta el techo, llenas de volúmenes antiguos encuadernados en cuero. Polvo cubría los libros, y telarañas colgaban de las lámparas.
Aglae se sintió como una niña en una tienda de dulces. Paseaba entre los estantes, hojeando los libros y maravillándose con los dibujos y las caligrafías. Encontró tratados de alquimia, grimorios de magia ancestral y crónicas históricas que hablaban de civilizaciones perdidas.
Entre los libros, encontró uno que la llamó especialmente la atención: un grueso volumen con una cubierta de cuero negro y hebillas de plata. Al abrirlo, descubrió que estaba escrito en una lengua antigua que no reconocía. Sin embargo, las ilustraciones eran claras y detalladas, representando rituales mágicos y criaturas fantásticas.
Mientras estaba absorta en su lectura, sintió una presencia detrás de ella. Se giró y se encontró con Félix, el rey, observándola con una expresión de sorpresa y curiosidad.
—Parece que has encontrado algo interesante, Aglae.
Aglae cerró el libro rápidamente, avergonzada de haber sido sorprendida.
—Es solo un libro antiguo, Su Majestad.
Félix se acercó y examinó el libro.
—Permítame echar un vistazo.
Aglae le tendió el libro con renuencia. Félix hojeó las páginas con cuidado, sus ojos brillando de interés.
—Este libro es muy antiguo. Contiene conocimientos que se creían perdidos.
En ese momento, se produjo una conexión entre ellos, una complicidad que los unió de una manera que antes no habían experimentado. Se quedaron allí, en la biblioteca, durante horas, compartiendo sus conocimientos y descubrimientos.
Al salir de la biblioteca, bajo la luz de la luna, Félix se volvió hacia Aglae.
—Gracias por mostrarme esto, Aglae. Has hecho que esta noche sea muy especial.
Aglae sintió un calor en las mejillas. Nunca había hablado con Félix de esta manera antes.
—De nada, Su Majestad.
Félix sonrió.
—Llámame Félix.
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Hola mis queridos lectores espero disfruten esta capitulo a pesar de ser corto (844 palabras)🥺 les informo que quiero ver comentarios por favor acepto criticas constructivas.
Los quiero bye.Espero disfruten la historia.❣️