Los asesinos de la felicidad

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Leo lo que escribí anoche y me pregunto si es una prueba contundente de que soy un soberbio sin causa. Estaba desquiciado, necesitaba sacar lo que llevaba dentro. Palabras y mas palabras, que todas juntas son un remolino con cualquier destino.

Hoy me encuentro calmado, pero pensativo. Quizás, más de lo usual. No es malo, tampoco anormal, solo que pensar mucho tiende a verse como una especie de tabú contemporáneo. Razonar, ni hablar. Un mundo apático. Muchas veces me pregunto hasta que punto es bueno amarse, quererse y mejorar cada día. Es una especie de blasfemia creer que todo lo anterior es algo negativo, pero sin dudas las consecuencias son negativas en el contexto de que somos seres sociales. Amor propio es olvidarse del resto mientras aprendemos dicho arte. Mientras que el resto, acobardado en la aventura, se designa por maltratar a quien va en contramano. Ya lo dije yo mil veces, los asesinos son libres porque son mayoría. No obstante, no hay que alarmarse, los pocos somos por excelencia mas relevantes. Es que hay que tener coraje para ser uno mismo, para amarse y ser mejor cada día. La soledad es una parte del premio.

Si, son palabras que se unen. No pretendo caer en la labor científica y explicar en detalle que cada acción y reacción es causa de una teoría X y que un personaje histórico lo trató hace dos siglos. Solo soy un ser humano con algo de experiencia.

He crecido bastante, y no me refiero en lo físico o edad, sino, mas bien, a lo mental. He trabajado mucho en mi persona. Aprendí a quererme, a apreciar cada defecto y detestar cada nefasto segundo en el que desperdicio el tiempo. No fue fácil. No hay misterios, solo valor.

Busco la verdad en mi mismo. Es usual intentar convencerse de una mentira que de hecho sabemos que lo es. Debe ser resultado de la inmadurez, de la mentira que queremos creer para no tomar las riendas de nuestras vidas.

Palabras y más palabras.

Hoy me desperté bastante tranquilo, en exceso. No recuerdo haber tenido nunca este sentimiento de paz. Me gusta. Hice bien en alejarme de aquellas personas que eran parte de mi día a día. Aborrecibles personas tristes y amargas que contagian su esencia. No me costo darme cuenta, al principio lo noté, desde hace años lo he pensado, y, aun así, nunca hice nada al respecto. Costó, pues en ocasiones llegué a creer que mi incipiente soberbia era quien se encargaba de mirar mal a las personas y a sus malos hábitos. Y no, no me equivoqué al pensar que eran unos carroñeros. Estuve un largo tiempo esquivando esa responsabilidad de tomar alguna que otra decisión a nombre de mi bienestar. Ahora estoy seguro que las excusas me mantuvieron sumido en un clima trágico y hostil.

Por supuesto uno de los miedos que conducen a la duda que paraliza es el “tal vez, estar equivocado”. Errar es una bala que se intentar esquivar en todo momento. En mi caso, ese miedo a estar equivocado y el destruir relaciones que me acompañaron muchos, me mantuvieron en una difícil encrucijada. Nadie quiere romper vínculos solo porque si, por nada a cambio, por mera soberbia. Es difícil, pero podemos pensarlo de otra manera. Si estamos frente a un pedazo de carne podrida, tan solo con verlo nuestro cuerpo lo va a rechazar. Si tenemos frente a nosotros un vaso de leche en mal estado, nuestro olfato nos avisa que por nada en el mundo bebamos esa leche. El juego de los sentidos es un estado de alerta perpetuo. Ahora, si estamos frente a personas que nos perjudican emocionalmente, que nos quitan paz y nos hace enojar por cosas sonsas, y que, peor aún, al estar cerca de nosotros nos volvemos una persona despreciable, una persona que desconocemos ser y luego nos hace sentir horrible, si estamos frente a personas o una persona que saca lo peor de nosotros, es porque hay un gran problema y es urgente tratarlo. Cuando no somos nosotros mismos con libertad o estamos siendo bombardeados de críticas que consideramos fuera de lugar, estamos en el lugar incorrecto. Una rosa no es bienvenida en un jardín descuidado.

Si un perro es maltratado, es normal que se vuelva salvaje, que ladre y muerda a quien se le cruce. No porque su naturaleza sea la maldad, más bien se adaptó al entorno. Como seres humanos, si estamos siendo influenciadas por personas amargas, del tipo que habla mal de las personas, criticonas, vulgares y sin amor propio, es cantado que vamos a actuar según el denominador común, que vamos a ser parte de ese mundo. Nos adaptamos fácil, sea bueno o malo.

En mi caso, alejarme de la peste, fue lo mejor que pude hacer con mi vida. Una vez hecho, todo parece fácil, pero fue una decisión que me tuvo en blanco durante un largo tiempo. He de admitir que me requirió de mucho esfuerzo darme cuenta de que estaba rodeado de amistades pecaminosas, según San Agustín. Hasta creí con creces que el problema era yo y nadie más. Aunque hay razón en lo anterior, en que yo era el problema, pues debí aceptar lo que mi intuición dictaba con decisión. Uno se pregunta si es de mala persona alejarse de alguien solo porque si, con cero explicaciones o razones, solo porque ya no nos sentimos cómodo con, quizás, un amigo de diez años de antigüedad o más, pero no, considero importante tomar las riendas de la situación y darse cuenta que todo finaliza, que los caminos se separan y cada quien busca lo que busco. Algunos nada y otros buscan lo que esta fuera de nuestro alcance. Las mentes inquietas se adormecen ante las mentes insípidas. Hay un antes y un después radical, y si es bueno o malo, no importa, lo que si importa es librarse de lo que creemos que nos limita, nos perjudica o corrompe.

La antipatía y la soberbia en considerables ocasiones nos fortalece. Tal vez nos mostremos frio, aunque por dentro estemos ardiendo, pero son nuestras razones y solo eso importa. El amor propio es justo eso, un algo propio, personal, y solo nos debemos explicaciones a nosotros mismos. El camino a conocerse desde el alma a piel implica sacrificios.



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En el texto hay: amor, crecimiento personal, psicologia

Editado: 16.08.2025

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