Los asesinos no van al cielo-Crónicas

KARMA

      La tiniebla, tétrica y avasalladora envuelve la ciudad. Las criaturas de la noche, raudas, surgen de entre los recovecos más oscuros para reclamar sus ansiadas víctimas. Los Cadejos negros, como perros infernales, recorren cada rincón en la búsqueda de nuevos adeptos que engrosen sus filas. Siguen el rastro que dejan los hombres prontos a morir, persiguiendo solo a aquellos que, por sus atroces crímenes, tienen sellado su destino entre las tropas de las tinieblas. 

     El callejón, no estaba iluminado, delincuentes se habían asegurado de apagar cada luz que pudiera revelar la naturaleza vil de sus crímenes. En un rincón, de esa oscura callejuela, corrompían a los más incautos jóvenes con la ilusión de un momento de sosiego a sus monótonas existencias. 

      Una jacaranda, a escasos metros de la entrada a la calleja oscura, servia de guarida a los cipotes que habían dejado el camino recto por la efímera felicidad que abona lo inmoral, en la ignorancia de los peligros ocultos en los recodos de ese sendero. 

     Un púber, que no tendría más de 16 inviernos, aguardaba oculto entre el follaje de la jacaranda que le guarecía. Como guarnición, para la larga noche que le aguardaba, solo le habían concedido un porro que debía administrar durante la noche. Pero, ya lo había usado empezando su jornal. Ahora, consumía un segundo, confiado para los negocios turbios que realizaba, cuando en la esquina un muchacho más joven doblaba a su encuentro. 

     Se acerco sonriente, parecía conocerle, el incauto le devolvió la sonrisa. Cuando le tuvo en frente, sin mediar palabras, el recién, llegado desenfundo un arma de entre sus ropas y con certera rapidez la apretó contra su pecho a la altura del corazón. Pálido e inmóvil, el joven oculto entre la jacaranda no tuvo tiempo de reacción, tal vez, debido a la intoxicante esencia que había consumido con avidez. 

     Un estruendo irrumpió en la noche, la bala le atravesó el corazón, impávido quedo estancado en el tiempo. La bala destruyo la máquina que le mantenía unido a la existencia, no más palpitaciones que bombearan sangre por su cuerpo.  

     El asesino ya se había perdido en la noche. La victima lánguida, había perdido todo control sobre su cuerpo y aun con el porro en su mano se acurrucaba en el mismo lugar donde le arrancaran de este mundo. 

     —¿Por qué?... ¿Por qué a mí? —se decía a sí mismo. 

     —Le dicen ¡Karma! —escuchó una voz, de la que no podía definir su procedencia. 

     Junto a la jacaranda una figura vestida con las indumentarias típicas de los campesinos pipiles de antaño, de un pulcro blanco y con un halo de luz en su contorno, le observaba. Pronto empezó a acercarse, pudo ver que era un anciano ya canoso, con el machete al cinto y su sombrero en la testa a pesar de la hora nocturna. 

     —¡Me has matado viejo! ¿Qué te he hecho yo a ti? 

     —Lo ha hecho tu compañero de andanzas, no yo. 

     La muerte se aproximaba a su existencia y ya le era imposible articular palabra. Su vista, permanecía perdida en el horizonte, sólo percibía al anciano frente a él y a varios pares de ojos, de un rojo diabólico, que le observaban en la distancia. 

     Su mente divagaba entre los recuerdos de su corta existencia. Los brazos de su madre. El abandono paterno. Su primer porro. Su primera mujer, una pequeña a quien había violado cruelmente. Su primer homicidio, el padre de la niña, 7 puñaladas y una larga agonía entre los matorrales donde le había encontrado, junto a su hija. 

     —¿Qué quera ese maldito viejo? 

     —He venido por ti 

   —¿Eres la muerte? —no hubo sobre salto, ni asombro, la vida ya le abandonaba, estaba resignado. 

     —Soy un mensajero de la muerte. 

     —¿Vienes por mí? —no articulaban palabras, al viejo, frente a él, ni siquiera podía verle su rostro con nitidez, mucho menos el movimiento de su boca. 

     —No vas a ningún lugar, ¡tu senda termina aquí! 

     —¿No voy a ir al infierno? 

     —El infierno no existe muchacho, bueno, no como le imaginas. Viene a destruir tu alma, antes de que te conviertas en un demonio. 

    —pe-pero... —cercana la muerte, el tiempo se hace más lento, ya no estaba vivo, pero aun la muerte no le había llegado. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.