— Ya no hay vuelta atrás ¿Verdad? — Belén susurró a mis espaldas, mientras yo peleaba con la puerta de entrada a la vieja casona.
El comentario de mi mejor amiga me había molestado un poco, hacía semanas habíamos tomado esta decisión. Bueno, había sido yo quien lo había decidido y le ofrecí acompañarme puesto que en los últimos meses su vida se había destrozado, casi tanto, como la mía.
Belén y yo éramos mejores amigas desde que estábamos en los vientres de nuestras madres. Ellas eran mejores amigas y, en consecuencia, nosotras nos criamos casi como hermanas. Supongo que por eso éramos buenas amigas. Porque, si vamos a los papeles, éramos tan incompatibles que dudo podríamos ser amigas si nos hubiésemos conocido en otras circunstancias. Belén era una persona espontanea, no pensaba demasiado las cosas y solía darse duros golpes contra la pared por ese motivo. Yo, por el contrario, era la pensante. La que analizaba las cosas durante tanto tiempo que cuando tomaba la decisión solía ser tarde, demasiado tarde. Sorprendentemente, en ese momento, parecía que se hubieran invertido los roles; Belén era la insegura y yo, la que nos empujaba a ambas para que hagamos ese cambio, tan necesario en nuestras vidas.
— ¿Otra vez? — la observe divertida, con las llaves en la mano — Si, estamos seguras. Hay dos cosas que tenemos que entender— intenté girar la llave y se trabó, entonces recordé el consejo del chico de la inmobiliaria "girar la llave y un golpe de cadera" — ¡uno! — grité y la puerta se abrió tan bruscamente que casi caigo de boca al piso — esta casa ahora es mía.
Pasamos al hall de entrada, estaba sucio y oscuro. Rocé un dedo por una pequeña mesita que funcionaba de recibidor y había tanto polvo que me provocó un estornudo. Seguimos avanzando por el pasillo que desemboca en la sala de estar y el aire era aún más irrespirable, viciado, polvoriento...
—Dos...— continúe — esta situación es la excusa perfecta para alejarme de Federico.
—Y de Tatiana...— comentó, interrumpiéndome, casi con asco al nombrar a la que fue una de mis mejores amigas, con la que me engaño mi ex.
Asentí despacio mientras me giraba para observarla — Y la posibilidad de rehacer tu vida, y de terminar con este horrible bloqueo de lector que me está volviendo loca.
Belén era una de las mejores pasteleras que existían, trabajaba para uno de los hoteles más prestigiosos de Buenos Aires ¿Qué pasó? Inicio una relación con el jefe de cocina, una relación toxica, que cuando mi amiga decidió terminar, con esa decisión llegó su carta de despido.
Por mi parte, la infidelidad de mi novio con mi mejor amiga fue el menor de mis males. De hecho, hasta podría decir que me hizo un favor, porque me permitió terminar con esa relación tan rutinaria y poco sana que teníamos desde la escuela. En cambio, mi vida laboral estaba complicándose, a mis diecinueve años firmé un contrato con una editorial y desde ese momento nunca dejaron de publicar mis historias, la escritura se había transformado en mi medio de vida y había escrito varias sagas de libros que resultaron un éxito, aunque no suene muy humilde de mi parte. El problema es que hacía más de dos meses no podía escribir una sola palabra y eso es un problema cuando tienes una fecha de entrega en la editorial.
En el fondo mi amiga sabía que tenía razón, en ese momento éramos dos mujeres jóvenes, con las excusas perfectas para rehacer nuestras vidas.
— Vamos a tener mucho trabajo que hacer, pero será divertido y nos mantendrá ocupadas— seguí intentando convencerla.
— Lo sé, lo sé...— suspiró sujetando mi brazo— es solo que es un cambio enorme.
Nos adentramos en la casa y comenzamos a abrir todas las ventanas para que ingrese luz y ventilarla un poco ¿Ya les había dicho lo viciado del ambiente? Era insoportable, pero según nos indicó el chico de la inmobiliaria, Fausto, la casa había estado cerrada desde que mi tía abuela fue enviada al hospital.
Había heredado esa vieja casona de mi tía Eleanor, quien era una mujer solitaria, de hecho, todo el mundo se sorprendió cuando supo que tenía una sobrina nieta. Pero déjenme contarles cómo sucedieron las cosas:
Mi abuela, Grace, y mi tía, Eleanor Hills, eran dos mujeres jóvenes y solteras que llegaron a Buenos Aires tras heredar una pequeña fortuna después de la muerte de sus padres en Londres. Las hermanas llegaron buscando un nuevo comienzo, intentando dejar toda la tristeza que habían sufrido en su lugar natal.
Aquí, mi abuela, conoció a quien se convertiría en su esposo, Alfredo Gonzaga, un importante economista. Mi abuela enviuda rápidamente, solo un año después de su boda mí abuelo muere de un problema cardiaco y dos semanas después confirma estar embarazada de mi madre, Amelia. Tras el nacimiento, mi abuela decide mantener el apellido de soltera y es por eso que mi madre llevaba el apellido Hills.