Dos semanas habían pasado y todo había salido como lo esperábamos. Las obras habían comenzado por lo que la casa era un desastre, llena de polvo y de gente moviéndose de aquí hacia allá. Solo salíamos de casa para hacer las compras y casi no conocíamos el centro del pueblo o a los vecinos.
Como con todo ese ruido y movimiento en casa se me hacía imposible escribir, decidí dedicarme al jardín delantero y al patio, quería tener un lindo lugar en el cual sentarme en la primavera y disfrutar de una taza de té mientras escribía, un lujo que no podía darme en Buenos Aires. El día anterior había ido a un enorme almacén en Triwe, un pueblo mucho más grande, que es lindero a Los Bendecidos y había comprado todo lo necesario para cuidar el jardín: palas, carretilla, plantas, macetas, absolutamente todo. Tanto que tuve que pedir que me lo trajeran porque las cosas no entraban en mi pequeño vehículo.
Esa mañana me levante muy entusiasmada. Edgardo, el encargado de la obra, le pidió a uno de sus hijos que me ayudara. El chico cortó el pasto, me ayudó a limpiar las baldosas que formaban el camino desde la cerca hasta la puerta de entrada y también bordeamos todo el camino con arbustos que darían bonitas flores en la primavera que no estaba lejos.
Por la tarde seguimos con el patio, allí tendríamos muchísimo trabajo. El chico comenzó desmalezándolo todo mientras yo me encargaba de cepillar las paredes para quitar la tierra que había acumulado con los años.
— No pensé que fueras el tipo de chica que hace estas cosas...
La voz de Fausto me había hecho dar un respigo, soltando el cepillo que al caer en el balde me había empapado todo el pantalón. Acto seguido los dos comenzamos a reírnos.
— Hola— respondí cuando pude calmarme— está claro que no me conoces.
Hice un movimiento con la cabeza invitándolo a entrar al patio, observo todo y sonrió.
— Espero poder conocerte más entonces...— dijo eso sin mirarme, pero luego volvió su rostro y sonrió— tu tía estaría muy feliz de ver que haces esto en el patio, a ella le encantaba.
Asentí despacio— Me di cuenta— comenté de forma alegre y comencé a caminar en el patio esperando que me siguiera— Hay rosales— señalé un sector que habíamos limpiado hacía poco— milagrosamente están vivos aún— Note que mi voz salía muy entusiasmada, pero es que las plantas eran mi pasión y encontrar esos tesoros, aun resistiendo, era increíble.
— Tu tía amaba las rosas, tenia de muchos colores...— Comentó alcanzándome y parándose justo a mi lado, lo que me permitió aspirar su colonia que se mezclaba en el aire con el aroma del pasto recién cortado. Perfección pura.
— Son mis flores favoritas— comenté tocando la hoja de un rosal que estaba a mi lado — ¿Qué haces aquí?— pregunté de golpe.
Si mi pregunta lo había sorprendido no se notó en lo absoluto, se limitó a sonreír y mirarme de costado — Es viernes— comentó como si no supiera que día era.
— Lo sé...
— ¿Qué harán esta noche? — preguntó llevándose las manos a los bolsillos, en una actitud relajada.
— ¿Nada? — respondí dudosa.
— ¿Vamos a cenar unas hamburguesas con mis amigos? — Sonaba tan seguro de sí que por un momento comencé a envidiarlo.
— ¿Cenar? ¿Con tus amigos? ¿B y yo? — había comenzado a hacer preguntas estúpidas, escupiéndolas una tras otra en un tartamudeo vergonzoso que provocó en él una risa tierna.
— Si, si y si— respondió parándose justo frente a mí — Salvo que quieras ir a cenar solo conmigo, lo cual me encantaría...
— No— En ese momento pude sentir como las mejillas se teñían de mil colores— Me parece bien que salgamos todos...
Fausto sonrió y levantó su mano hasta acunar una de mis mejillas y acariciarla con su dedo pulgar, mientras sonreía delicadamente. Tarde, como siempre, mi cerebro recapitulo lo que había dicho e intente torpemente corregirme:
— Quiero decir— tosí buscando como decir las cosas— Que me encanta... me encantaría salir solos— Fausto soltó una carcajada y llevó su cabeza hacia atrás haciendo que se notara aún más su nuez de Adán y ¡Dios! Es uno de mis puntos débiles, habría querido tirarme a su cuello como un vampiro— pero también me gustaría conocer a tus amigos...— intente terminar la frase sin tropezar con mi propia lengua.
— Tranquila— se acercó a mi rostro y nuestras respiraciones chocaban lentamente— Tendremos muchas oportunidades de salir solos...
En ese momento jure, jure que me besaría, pero movió su cabeza a un costado y dejo un delicado beso en mi mejilla provocándome pequeñas cosquillas con su prolija barba. Sus ojos verdes volvieron a posarse en los míos y sonrió sutilmente.
— A las nueve, paso por ustedes— se alejó dos pasos.
Me limite a asentir en silencio, seguía atrapada en un limbo cerebral provocado por sus ojos, su colonia, su nuez de Adán y esa sonrisa peligrosamente hipnotizante que hacía de mi cuerpo un nudo de músculos inservibles.
— Señorita Morana— la voz del hijo de Edgardo me obligó a salir de mi limbo y observe la espalda de Fausto marcharse del jardín.
— Solo Mora Juan— sonreí— solo Mora ¿Qué pasó?