Los Bendecidos

6. La chica del bosque y la bruja del pueblo

 

La mañana siguiente dormía enredada en las sábanas de Fausto, mientras su celular no dejaba de sonar y retumbar en mi cabeza como si fuera un pájaro carpintero. Busqué al chico con mi mano y me incorporé al no encontrarlo en la cama. Me asusté cuando lo vi entrar a toda prisa en el cuarto, frenarse y sonreír cuando me vio sentada, y probablemente muy despeinada.

— Lo siento— levantó el teléfono que había dejado de sonar— no quería que te despertara.

— ¿Qué hora es? — pregunté mientras el observaba su teléfono

— Las nueve— respondió devolviendo la llamada y haciendo un gesto para que no me levante — ¿Está todo bien? — preguntó a alguien al otro lado del teléfono— ¿Qué? ¿Cuándo? — esas dos preguntas hicieron que comenzara a prestarle atención a riesgo de quedar como una mal educada, pero nuevamente ese presentimiento, tan difícil de explicar, surcaba mi pecho — Estaba con Morana Hills, si... si— escuchar mi nombre me hizo poner aún más en alerta— está aquí conmigo— sus ojos se clavaron en mí — Si, me imagino...— otro silencio insoportable— diez y media estamos allí. Adiós.

Cuando colgó la llamada me incorpore quedando sentada de rodillas en la cama y olvidando que estaba desnuda — ¿Qué paso? — pregunte nerviosa.

Los ojos de Fausto me recorrieron el cuerpo y allí recordé que no llevaba nada puesto, por lo que me puse de pie y busqué la ropa, que había dejado en la silla la noche anterior. Me volví para verlo cuando no recibí respuesta y me encontré sola en el cuarto, seguí cambiándome y minutos después entró con una enorme bandeja de desayuno que dejo sobre la cama y señalo el colchón para que me sentara.

— Los gritos de anoche, al parecer encontraron a una chica muy joven en el bosque...— hace una pequeña pausa mientras le pone azúcar a mi café y me lo entrega— pero no fue un lobo.

— Lo sabía...

— ¿Cómo? — me observo sorprendido.

Negué con la cabeza despacio — No tengo idea, pero algo me dijo que eso no era lo que pasaba ¿Qué fue?

— No lo sé, Raúl no me dijo mucho. Solo sé que la comisaria es un caos, la joven era turista y el pueblo está nervioso, nunca antes había pasado algo así...

— ¿Eres amigo del comisario? — pregunte al notar que tenía su número de celular.

— Ajam— respondió con la boca llena del mordisco que acababa de darle a una medialuna— Raúl es padre de Emiliano.

— ¿Por qué necesita que vayamos?

— Para tomarnos declaración, al ser los que escuchamos los gritos y llamamos a la policía...

— Me parece bien— respondí sin una pizca de duda.

Más tarde esa mañana llegamos a la comisaria, mucha gente estaba parada en el exterior, como si fuera una película. También había medios de comunicación de pueblos cercanos y eso me hacía sospechar que lo que había pasado la noche anterior en el pueblo era mucho peor de lo que yo suponía.

Fausto rodeó mi cintura e ingresamos al hall de entrada de la comisaria. El edificio policial era antiguo, bonito y pequeño, tanto que su calabozo se limitaba a una habitación con rejas donde cabían solo dos personas y, por lo que Fausto me había contado, hacía años que no se utilizaba. Los Bendecidos era un pueblo demasiado tranquilo.

Ni bien entrar, una sensación pesada invadió mi pecho, algo que me provocaba angustia pero que no alcanzaba a comprender, era la primera vez que sentía algo como eso. Un grupo de personas rodeaban a una mujer que lloraba desconsoladamente, en ese instante y no sé cómo supe que era la madre de la víctima y que la víctima no era una mujer joven, era prácticamente una niña. No puedo explicar cómo lo supe, solo sé que, de alguna manera, toda esa información apareció en mi cabeza.

Caminamos despacio hasta el mostrador de la recepción donde había una mujer sin uniforme, con el cabello corto hasta los hombros y de unos cincuenta y tantos años.

— Fausto— Lo saludó en cuanto lo vio y comenzaron a hablar en voz baja.

No puede saber que decían puesto que mi atención estaba pegada a la mujer que lloraba, ella estaba tan desconsolada que, pese a ser una desconocida solo quería arrodillarme y abrazarla. Podía sentir su dolor, esa angustia agobiante, casi asfixiante. Cuando la mujer levantó sus ojos rojos, de tanto llorar, se encontró con mi mirada y solo me limite a sostenerla y pensar para mis adentros: «Lo siento, lamento mucho que tengas que estar pasando por todo esto.» En ese momento sucedió algo que me dejó helada, asustada y descolocada. La mujer, sosteniendo mi mirada, sonrió de una forma apenas perceptible, asintió despacio y pronuncio las siguientes palabras:

— Gracias querida...

Fausto, que hacía rato estaba a mi lado en silencio, quedó tan desconcertado como yo.

— ¿Qué es lo que te agradeció? — preguntó en susurros en mi oído.

— No lo sé— miré el suelo y decidí intentar dejar la mente en blanco por un rato.

Minutos después fuimos llamados por un hombre alto, de contextura grande, aunque no estaba excedido de peso, y sonrisa amable.

— Señorita Hills— me saludó ni bien cerrar la puerta— lamento conocerla en estas circunstancias, su tía era una excelente persona— comentó señalando una par de sillas viejas, para que nos sentemos.



#5464 en Thriller
#3026 en Misterio
#1244 en Paranormal

En el texto hay: fantasmas, paranormal, romance

Editado: 11.01.2022

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.