Los días fueron pasando con normalidad, los albañiles finalmente terminaron sus obras y pude volver a encerrarme para escribir en el silencio de mi nuevo despacho. Las ideas habían comenzado a surgir como si fuera un manantial y una historia estaba tomando forma, aunque no era lo que esperaba. Siempre me incline por escribir sobre misterio, pero de pronto un romance estaba surgiendo y no me molestaba, me sentía cómoda escribiéndolo.
Estire mi mano para tomar mi cuaderno de apuntes, pero no estaba donde creí haberlo dejado, saque la concentración de mi pantalla y comencé a buscarlo en los cajones, en la estantería de mi biblioteca y no aparecía por ningún lado. Me enoje, sin él me era casi imposible seguir escribiendo y necesitaba encontrarlo.
Deje la comodidad de la oficina y fui directo a mi cuarto, en las noches solía llevarlo y dejarlo en mi mesa de arrime para anotar cualquier sueño o idea que se me ocurriera en mitad de la noche, pero no estaba. Mire debajo de la cama y tampoco estaba, resignada fui a la cocina, tome una lata de gaseosa de la heladera y volví a la oficina para intentar escribir sin el libro y para mi sorpresa, en el lugar donde lo había buscado la primera vez estaba el pequeño cuaderno de tapa dura y negra que era mi mano derecha ¿Cómo podía ser? No tenía la menor idea, asiqué se lo atribuí al cansancio que tenía, desde hacía varios días me costaba descansar. Me acostaba temprano, pero a la mañana siguiente era como si no hubiera dormido en toda la noche. Me senté, no, en realidad me tire sobre mi sillón y deje que una gran bocanada de aire escapara de mi garganta, mientras molesta y cansada hojeaba mi cuaderno.
Entrada la tarde, dos timbres me avisaron que Fausto estaba en la puerta, corrí para abrirle y mi decepción fue mayúscula cuando al otro lado de la puerta no había nadie. Miré hacia ambos lados con la esperanza que me estuviera jugando una broma, pero no había nadie, su camioneta ni siquiera estaba estacionada en la cuadra.
Entré molesta y pensando que realmente el cansancio me estaba jugando demasiadas malas pasadas. Cuando pise la sala una sensación extraña presionó mi pecho, no podría describirlo ahora, tampoco pude hacerlo en ese momento. Era tristeza y angustia, así se sentía. Punzaba en mi pecho, un frio recorrió mi columna vertebral y entonces la vi, era una sombra moviéndose rápidamente hasta el pasillo que conducía a los cuartos. Solo duro en mis retinas lo que un parpadeo, pero estaba segura de lo que había visto. Instantáneamente la sensación de angustia desapareció y en mis pulmones el aire fluyo con normalidad ¿Qué mierda había sido eso?
En ese momento mi cerebro no era capaz de procesar lo que había sentido, mucho menos aquello que vi, solo noté la tensión que mi mano ponía sobre el collar que tía Eleanor me había dado la primera vez que la visite, lo mire y sonreí al recordar sus palabras al ponérmelo:
"Siempre estaremos contigo, Grace, Amelia y yo, seremos tus protectoras"
En aquel momento pensé que sus palabras eran meramente de aliento, para que no me sintiera sola tras la pérdida de mi abuela, pero ahora la duda comenzaba a sembrarse y ya no estaba tan segura de lo que esa frase significaba. De lo único que estaba segura es de esa sensación que me decía que siempre que lleve eso conmigo estaría bien.
Cuando logré recuperarme corrí a mi despacho y escribí, de puño y letra, en uno de los cientos cuadernos que tengo en blanco lo que había visto y como lo había sentido, hasta el último detalle. Cuando el timbre volvió a sonar, dos veces, me paralicé. Ya no estaba tan segura de encontrar a Fausto al otro lado, sentí miedo y al escuchar nuevamente los dos timbrazos reaccioné y corrí a toda prisa hacia la puerta, al abrirla choque de frente con el cuerpo de Fausto que me atrapó riendo.
— También te extrañe pequeña...— Sonrió sujetando mi cintura para evitar que me fuera de boca al piso.
— Hola— sonreí y, no sé muy bien porque, en ese momento me sentí segura, tranquila — Si te contará lo que me acaba de pasar creerías que estoy loca— Comenté riendo nerviosa.
— ¿Qué te parece si me lo cuentas con un café? — levantó en sus manos un recipiente plástico que reconocí de mi amiga.
— ¿Y eso? — pregunté curiosa.
— Pase por el local de Belén, para ver como estaban las cosas y cuando le dije que vendría a verte me preparo esto, quiere que lo probemos y le demos nuestra opinión.
Los dulces siempre fueron mi perdición y no hay nada mejor para sobrellevar todo lo caótico que me acaba de suceder.
Nos dirigimos a la cocina y mientras Fausto acomodaba lo que había traído en la mesa, yo preparaba el café y comenzaba a contarle como me había sentido al pisar la sala. Él se quedó en silencio escuchándome, no habló durante todo mi relato, me senté con ambos cafés y continué tratando de explicar lo que había visto y cuando termine él simplemente sonrió.
— Te creo— sentenció finalmente acercando su silla a la mía.
— ¿Sí? — mi sorpresa fue mayúscula, tanto que provocó que él volviera a sonreír.
— Por supuesto Mora— acunó mis mejillas y me besó— Creo que lo que viste y sentiste fue real, aunque podríamos estar en desacuerdo sobre cómo explicarlo...
— Yo no sé cómo explicarlo— lo interrumpí enseguida — En realidad ni siquiera quiero pensar en eso, lo conté porque quiero que me digas que no estoy loca y que probablemente...