Los días seguían pasando y Los Bendecidos había ido recuperando la alegría habitual tras el brutal suceso de las semanas anteriores. Finalmente, mi amiga haría la inauguración de su pastelería, y tanto Fausto como los chicos habían colaborado invitando a todo el pueblo e inclusive había llegado gente de pueblos linderos.
El local estaba repleto, Fausto y yo habíamos llegado más tarde y nos quedamos muy sorprendidos al ver la cantidad de gente que hacía cola dentro y fuera de la tienda para comprar alguna de las delicadezas que mi amiga había preparado para la ocasión. Del otro lado del mostrador mi amiga y dos de las chicas, que había contratado para que la ayudaran, estaban al límite de su capacidad, pero B se negó en rotundo a que la ayudáramos, por lo que buscamos una de las mesas del salón y nos sentamos con un café que nos habíamos preparado nosotros mismos.
Mientras esperábamos que el cúmulo de gente disminuya, habíamos tenido tiempo para hablar de muchas cosas, entre ellas sobre mi ansiedad por entregar las primeras ideas de mi nuevo libro, del que nadie sabía absolutamente nada. Fausto insistió en que le contara algo, aunque sea un mínimo detalle, pero entre en pánico ante la idea de confesar que estaba escribiendo mi primera novela de romance, motivada por todos estos sentimientos que el hacía remover en mi interior y es que, aunque, oficialmente, éramos novios admitir que tenía sentimientos tan fuertes por él era un asunto mucho más complejo.
Esa noche B estaba agotada, por lo que decidimos dejar la celebración del éxito de la pastelería para el fin de semana y descansar, puesto que al día siguiente mi amiga se levantaría a las cinco de la mañana para ir a trabajar. De todas formas, había decidido deleitar a B con su plato favorito, tortilla de papas a la española. Cenamos y nos sentamos en la sala con una copa de vino para poder ver una película antes de irnos a dormir.
— Entre al estudio de tu tía— comentó de pronto.
— ¿Y?
— ¿No fuiste? — preguntó casi indignada.
— No, es raro— suspiré y dejé mi copa en la mesa de centro— no es la imagen que tendría de ella.
— No se Mora, creo que le estas dando demasiada importancia— Se acomodó en el sofá y me miró de frente— Tu abuela también tenía muchas creencias raras ¡tu mamá ni hablar! — suspiró— No entiendo porque te molesta tanto que tu tía fuera la ¿Curandera? Del pueblo.
— Mi abuela no tenía creencias raras— sentía la necesidad de defenderla— mi abuela creía en las energías, creía que la gente podía desearte tanto el mal que eso terminaba repercutiendo en tu vida— suspiró— y mamá, no lo sé... creo que ella estaba un poco loca— las dos reímos— Pero una loca linda...— agregué finalmente.
— Una loca linda...— repitió mi amiga levantando la copa hacia el cielo.
En el momento en que imite el gesto de B un fuerte portazo se escuchó proveniente del pasillo de los cuartos. Ambas dimos un respingo que provocó que la copa de mi amiga vertiera vino sobre la alfombra, detalle que en otro momento nos hubiera preocupado, esta vez nos parecía de menor importancia.
— ¿Qué fue eso? — preguntó casi en un susurro, como si temiera que alguien o algo se hubiera metido en la casa.
Negué en silencio, ninguna parecía querer mover un solo musculo del cuerpo. De pronto, un frio helado recorrió mis piernas y mis brazos. Esperaba algo más, alguna sensación o algo... pero nada sucedió.
Ambas nos pusimos de pie y caminamos en silencio adentrándonos en el pasillo. No tenía miedo, de hecho, pese a que todo en mi raciocinio me indicaba que debería estar dominada por el pánico, me sentía segura. Escuchamos otro ruido proveniente de la oficina de Eleanor, B se quedó detrás de mí en lo que giraba el pomo y encendía la luz. El cuarto estaba completamente vacío y lo único fuera de lugar era la ventana abierta de par en par que se sacudía por el ingreso del viento fuerte que soplaba esa noche, en la que pronosticaban una fuerte tormenta.
Ambas comenzamos a reírnos mientras me acercaba a la ventana para cerrarla.
— Creo que fui yo— comentó Belén sentándose en uno de los dos sofás que había frente al escritorio — Entré ayer y abrí las ventanas, sabes mi obsesión con la ventilación...— Asentí despacio mientras me sentaba en el escritorio— Creo que perdí la noción del tiempo revisando estos libros. Son muy interesantes...— B hizo un gesto que abarca todo el cuarto y mi mirada recorrió cada rincón de la habitación.
Las bibliotecas son en madera oscura, están repletas de libros y de objetos que no parecen ser decoraciones colocadas al azar, más bien parecen piezas de un rompecabezas, ubicadas en los sitios indicados. Frente al escritorio hay dos sofás que se notan antiguos, ambos de terciopelo rojo y entre ellos una pequeña mesa de arrime que contiene un pequeño baúl de madera.
El escritorio parece ser el mobiliario más antiguo de la habitación, es precioso. Sobre el hay más cajas de madera, cuadernos y muchos papeles. Abro el primer cajón a mi derecha y encuentro algo que no esperaba. Un sobre, con una elegante letra cursiva, anunciaba: "Morana".
Me acomodé en la silla y retire con cuidado la carta, la coloqué en el escritorio y me quede observándola como si esta fuera a abrirse por sí sola.
— ¿Y eso? — preguntó mi amiga acercándose al escritorio — ¡Ábrelo! — exclamó nerviosa al ver que no me movía.