Los Bendecidos

11. Isidora

 

Al día siguiente llovía torrencialmente, siempre amé los días de lluvia y, de alguna manera, me ayudaban a escribir. Me relajaban.

Había pasado una mañana productiva en la que había escrito más capítulos de los que esperaba y finalmente me sentí satisfecha para hacer la primera entrega del mismo. Luego de enviarlas y hablar con mi editora, decidí cambiarme y ocuparme de esas otras cosas que rondaban mi cabeza desde que esa carta había llegado a mis manos.

Me dirigí al garaje, encendí mi vehículo y salí a dar vueltas por el pueblo. Pasé por la pastelería y sonreí al ver varias mesas de su interior ocupadas y mi amiga atendiendo al otro lado del mostrador. La gente del pueblo se alegró mucho con el nuevo local, era algo que faltaba; un lugar en el cual poder tomarte un café con una delicia artesanal. No tenía dudas que en poco tiempo se transformaría en uno de los recomendados por los turistas de Los Bendecidos.

La Inmobiliaria de Fausto queda exactamente en la esquina contraria, al pasar pude verlo dentro hablando con uno de sus empleados y el solo verlo me provocaba una felicidad que pocas veces sentí antes.

Di algunas vueltas más, no solo por el centro, también me metí por callecitas internas y me sorprendí al encontrar edificaciones tan, pero tan, bonitas. Crucé el rio por el puente que conecta ambos lados del pueblo y estacioné en la calle principal. El ruido del agua era maravilloso. Al haber estado lloviendo casi toda la mañana, había un gran caudal que chocaba con las piedras y sonaba como si de una fuente se tratara.

Caminé despacio, cada tanto miraba el cielo. Seguía negro, encapotado, amenazante. Precioso. Un relámpago lo iluminó todo y tras él, un trueno hizo sacudir hasta los escaparates de los locales. Varias personas pegaron un grito y yo un respingo. Lo único que odio de las tormentas, es que haya actividad eléctrica y no estar a resguardo.

Cuando las primeras gotas gordas comenzaron a caer me detuve bajo un toldo a esperar que el agua mermarse, pero parecía que eso no sucedería enseguida. Cuando me giré me di cuenta que estaba parada delante del local de Isidora, tal vez fuera casualidad o tal vez no.

Cuando un segundo trueno me hizo sobresaltar no lo dudé un instante y me adentré en el local. Había algunas personas dentro, que se voltearon a verme cuando las campanitas de la puerta sonaron, el interior olía a incienso y se sentía pacifico, creo que nunca antes había sentido tanta paz en toda mi vida, era un lugar en el que me sentía cómoda.

Comencé a recorrer las estanterías. En algunas había libros sobre duendes y hadas, en otras, objetos de decoración. Había una zona repleta de frascos que en su interior contenían diferentes ingredientes, algunos me resultaban familiares de haberlos visto en casa de mi abuela, incienso, laurel, salvia y distintas resinas. Cuanto más me adentraba, más me fascinaba con el lugar y las buenas vibras que me transmitía, era un lugar que parecía salido de una de mis historias de fantasía. Mientras observaba todo a mi alrededor una risa encantadora llamó mi atención, levanté la mirada y allí la encontré. La famosa Isidora, es una mujer de unos cuarenta y tantos, lleva el cabello recogido en una trenza relajada color rosa suave y se lo nota cano en el desgaste de la tintura. El parche negro en su ojo es lo que me hizo reconocerla y cuando está conecto su mirada con la mía entendí el porqué de la fascinación por su ojo, es el color verde esmeralda más extravagante que vi en mi vida.

La mujer en cuanto me vio sonrió levantando la comisura de sus labios y, no sé muy bien cómo explicarlo pero, con ese simple gesto, sentí que fue capaz de mirar dentro de mi alma, sentí que pudo ver más de mí, de lo que yo misma era capaz. Luego, como si nada hubiera pasado, continuó hablando con la persona que atendía.

Continúe mi recorrido curioseando por la tienda cuando un libro llamo mí atención "Magia Blanca y Hechicerías" lo retire del estante y comencé a hojearlo:

— Tu no necesitas eso Morana...— la mujer se detuvo a mi lado y sonrió cuando levanté la mirada.

— ¿Me conoce? — pregunté sorprendida dejando el libro en su lugar.

— Sí y por favor tutéame...

— Pero...— su respuesta tan segura me había preocupado— ¿Cómo es que me conoces?

— Tenemos algo en común— se acerca a mi oído y susurra despacio— Nuestra sensitividad— volvió a alejarse, sonrió y sujetó mis hombros— Además tu tía me habló tanto de ti que sería imposible no reconocerte, tu energía es muy fuerte querida...

— ¿Mi energía? — pregunté confundida.

— Tu tía también me dijo que necesitarías una guía, pero no pensé que tanto...— la mujer tomó una de mis manos e hizo un gesto con su cabeza para que la siga— acompáñame.

Indicó a una chica que se encargue del local y me llevó consigo a la parte trasera de este, subimos una escalera y llegamos a su departamento. Nos sentamos en la cocina y la mujer comenzó a moverse para preparar algo. Preste atención por primera vez a su atuendo y era bastante llamativo, no por sus colores ni por el tipo de ropa, más bien por su estilo en general era casi como aniñado. Su cabello rosa suave trenzado, un enterito de jean con algunos apliques de mariposas y una camisa blanca con unos simpáticos volados en las mangas, era aniñado pero agradable, no ridículo.

— ¿Té? — preguntó poniendo una pava de agua a calentar.



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En el texto hay: fantasmas, paranormal, romance

Editado: 11.01.2022

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