Mientras volvíamos a casa, le contaba todo lo que habíamos hablado con Isidora y él sonreía al escucharme tan entusiasmada, algo que hasta a mí misma me sorprendía. Cuando nos detuvimos en un semáforo, algo llamó mi atención por el rabillo del ojo y es que, bajo un árbol, completamente empapado y temblando de frio, había un pequeño cachorro con la mirada triste.
— ¡Detente! — le exigí a mi novio que no entendía lo que pasaba.
Fausto frenó asustado, sin comprender lo que sucedía, y en cuanto el vehículo se detuvo bajé de el para acercarme al pequeño. Estaba asustado, por lo que me agache y extendí mi mano para que la olfateara y, casi como si algo en mi le dijera que pretendía ayudarlo, el cachorro enseño un pequeño rabo que comenzó a sacudir, con tanta energía que no solo sacudía su cola, también lo hacia la mitad de su cuerpo, algo que me causo mucha gracia. Se acercó y comenzó a lamer mi mano, nunca fui amante de los perros, ni de ningún animar en general pero no iba a dejar a este cachorro solo bajo la lluvia congelándose en plena calle con riesgo de ser atropellado.
El pequeño volvió a su rincón cuando mi novio se acercó y se acuclilló a mi lado sosteniendo un paraguas para cubrirme, hizo el mismo gesto que yo había hecho antes con su mano libre y la pequeña bola se acercó a olfatearlo, su reacción fue la misma. Fausto sonrió y sin perder tiempo lo tomó en sus brazos.
— Te vas a enfermar— me dijo sosteniendo el paraguas sobre mi cabeza— Vamos...
Sonreí y en ese momento, me puse de pie besé sus labios y me sentí como una niña el día de navidad. Coloqué al pequeño en mis piernas y este comenzó a pasar su lengua por mi cara, algo que no me gustaba para nada, pero entendía que debería ser un gesto de agradecimiento.
— No sabía que te gustaran los perros...— comentó mi novio adentrándose a la calle.
— No me gustan, en realidad nunca tuve uno...
— ¿Quieres quedártelo? — preguntó cruzando el puente.
— No voy a abandonarlo...—comenté acariciando su hocico con un dedo mientras él se acomodaba en mi regazo — ¿Te gustan los perros? — pregunté mirándolo contenta.
— Me encantan— respondió enseguida— es solo que no sería justo tener uno, paso mucho tiempo trabajando y ahora contigo— colocó su mano en mi rodilla y sonrió.
Asentí y miré a la pequeña bola que aun temblaba un poco por el frio — Bueno, ahora tenemos a Odín— dije de forma segura.
— ¿Odín?
— Si, el Dios de todos los Dioses...— miré al cachorro este me observo de costado y como si el nombre le gustara emitió un ladrido que me hizo reír.
Después de pasar a comprar comida para cachorros y alguna cosita más para Odín, llegamos a casa. Ni bien entrar deje mi bolso en el recibidor y con Odín todavía en brazos me quité el abrigo para ir directo a darle un baño calentito, para que el cachorro finalmente dejara de temblar. Pero antes de poner un pie en mi cuarto Fausto me llama con voz gruesa desde la cocina:
— ¡Mora! — algo en su voz demostraba preocupación— Mora ven aquí— insistió por lo que decidí volver sobre mis pasos y pararme junto a él, en el umbral de la entrada a la cocina.
Los dos nos quedamos en silencio, uno parado junto a otro, sin decir una sola palabra. Ante nuestros ojos teníamos una cocina que parecía haber sido asaltada, no había cosas tiradas, todo parecía estar en su lugar a excepción de las puertas y cajones que estaban todos abiertos, como si alguien hubiera estado buscando algo con desesperación por toda la habitación.
— ¿Crees que haya sido Belén?— preguntó mi novio sin quitar sus ojos de los gabinetes, como si esperara que de este emergiera algo o alguien.
— Tal vez...— intenté ser optimista y pensar en lo que tiempo antes me dijo Isidora—... Siempre buscar la explicación racional— repetí pegándome al cuerpo de Fausto y este me abrazo dejando un beso en mi cabeza.
— Seguramente fue ella...— Fausto se alejó y comenzó a cerrar una a una las puertas y cajones — ¿Preparo algo para cenar?— preguntó justo cuando me giraba con Odín en brazos para irme al baño.
Me volví y lo observe moverse por la cocina con total naturalidad.
— Por favor— respondí mordiendo mi labio y volviendo al cuarto mientras hablaba a un perro que me veía como lo que parecía, una tonta.
Esa noche, mi amiga llego despeinada y agotada de la pastelería.
— ¿Y esta cosita?— preguntó agachándose cuando Odín la recibió con un ladrido ni bien piso la cocina.
— Es Odín, lo encontramos hoy en la calle y decimos adoptarlo— comentó Fausto en un tono, casi, orgulloso.
— ¿Podría decir que me hicieron tía?— preguntó sentándose y subiendo el perro a su regazo.
Esa pregunta nos puso incomodos, no nos miramos pero podía sentir la incomodidad de Fausto acrecentarse tanto como la mía.
— ¿Por casualidad estuviste aquí por la tarde?— mi novio cambió de tema y se lo agradecí.
— Mierda...— es lo único que murmuró mi amiga después de haberle contado lo que había pasado cuando llegamos, y ella jurar y perjurar que no había puesto un solo pie en la casa desde que se había ido esa mañana.