Los Bendecidos

16. No eres bienvenida

 

— No puedo entrar a reconocer a mi hijo...— Sollozó Adriana al otro lado del teléfono — Carlos está en Misiones por trabajo— me dijo refiriéndose al padre de  Federico — y Camila...— sollozo y rompió en llanto.

— ¿Dónde estás Adriana?— pregunté despacio.

— En el Hospital...

— Voy para allá...

Corté la llamada y miré a Fausto, suspiré y realmente lamente lo que iba a decir, no sabía cuánto tiempo más este chico iba a soportar a mi lado. Le expliqué lo que pasaba y tomándome completamente por sorpresa, se puso de pie, me ofreció su mano y sonrió:

— Vamos... te llevo.

Después de asegurarnos que la casa estuviera completamente cerrada, salimos camino al Hospital General de Triwe.

— Escucha...— Fausto habló justo después de apagar el motor— Si quieres presentarme como tu amigo, por mi está bien, pero no voy a dejarte sola...

Lo miré y me obligué a contener la emoción que afloraba por mis venas ¿De dónde había salido este chico? ¿Qué clase de hechizo había conjurado mi tía para que quisiera seguir a mi lado a pesar de todo esto? Asentí, dejé un casto beso en sus labios y bajé de la camioneta pegando un pequeño saltito, ese vehículo era ridículamente alto.

Era la primera vez que visitaba el Hospital de Los Bendecidos "Meredith y Anderson Sawyer". Me llamo la atención que este llevara el nombre de los fundadores, no sé si está bien o mal, pero no suele ser lo normal ¿verdad? La gente de Los Bendecidos sentía una especie de obsesión por ellos, eso me recordó que debía visitar a Érica en la biblioteca y saber más de su historia.

El edificio era muy grande, sobre todo teniendo en cuenta en tamaño del pueblo. Según me explico Fausto, los médicos del hospital son de excelencia y reciben pacientes de varios pueblos de los alrededores y, algunas veces, de otras provincias. Pero por las noches suele ser un lugar tranquilo y silencioso.

La fachada era como casi todo en el pueblo, antiguo y de piedra. Estaba muy bien cuidado y eso hacía que su aspecto no fuera tan feo como el de los hospitales a los que estaba acostumbrada.

Llegamos a las escalinatas de entrada y reconocí la prolija melena de Adriana. A medida que subíamos pude ver a Camila sentada en un banco de piedra en el exterior y a Tatiana junto a esta. Suspiré y continúe caminando hasta que aparecí en el campo de visión de Camila, que se pusó de pie y corrió con los ojos rojos de haber llorado a abrazarme.

Camila era la hermana mayor, por dos años, de Federico, ella siempre insistía en que era demasiado buena para su hermano. Siempre nos habíamos llevado bien y nos teníamos un cariño especial, fuimos buenas amigas, durante y tras terminar mi relación con Federico.

Adriana se acercó a nosotras y se unió a nuestro abrazo, rompió en llanto y me era imposible contenerla, podía sentir su dolor como si fuera mi hijo el que hubiera muerto. Sigue siendo difícil de explicar para mi ¿Cómo podría entenderla si ni siquiera tengo hijos? ¿Cómo podía sentir en la piel su dolor? Su dolor quemaba, asfixiaba y me daba un miedo inexplicable.

— ¿Qué hace ella aquí?— la pregunta y el tono irritante de Tatiana nos obligó a separarnos.

Tatiana seguía de pie detrás de nosotras. Estaba distante, era como si estuviera ofendida con nosotras por nuestra cercanía.

— Le pedí que viniera— sentenció Adriana enojada sin siquiera mirarla a los ojos.

El momento era incomodo, yo no tenía verdaderas ganas de estar allí, no con Tatiana. Pero no podía dejar solas a Camila y a Adriana, la familia de Federico había sido de las mejores cosas que tuvo nuestra relación y no iba a darles la espalda como si no significaran nada.

— Hola— Camila puso los ojos en el chico que se encontraba a mis espaldas y le extendió su mano — Soy Camila, hermana de...— la voz de Cami se quebró.

— Tranquila— Fausto habló calmadamente y sostuvo su mano con fuerza como si intentara calmarla y parece haberlo conseguido— Soy Fausto, un amigo de Morana...

— Encantada Fausto— Adriana uso ese tono maternal que la caracterizaba— Soy la mamá de Federico ¿Lo conocías?

Fausto me miró, casi, asustado y Adriana lo leyó enseguida:

— Eras el chico con el que estaba Mora esa noche ¿Verdad?— Adriana negó casi avergonzada — Lamento que se apareciera así y en ese estado, no sabemos lo que le pasaba últimamente...

— Le pasaba que no podía soportar que su familia no aceptara su nueva relación— comentó Tatiana desde atrás.

— No creo que sea el momento...— Fausto intentó calmar las cosas pero, claramente, no conocía a Tatiana.

— ¿Y quién sos vos para decidir cuál es el momento? ¿Quién sos el nuevo noviecito de Morana? Qué rápido te sacaste a Fede de la cabeza...

No podía reaccionar a sus comentarios, no cabía en mí el asombro que me generaba la hipocresía de esta mujer. Por suerte, para mí, no fue necesario ni que abriera la boca.

— Ten, aunque sea, un mínimo de respeto...— Adriana habló entre dientes conteniendo la ira— No sé qué haces acá, pero te recuerdo que Morana era tu mejor amiga y que vos, y el tonto de mi hijo, la engañaron. Asique ten un poco de dignidad y cierra la boca— suspiró mirando a Fausto y negando con la cabeza— Ni siquiera sé porque estas acá...



#5741 en Thriller
#3131 en Misterio
#1378 en Paranormal

En el texto hay: fantasmas, paranormal, romance

Editado: 11.01.2022

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.