El lunes me había levantado temprano, mi humor era el mejor en muchos años. La charla que tuvimos con Fausto me hizo sentir aún más segura en nuestra relación, no es que alguna vez no lo haya estado es solo que siempre tenía esta mochila ¿Qué pasaría cuando se enterara? ¿Se enfadaría por no habérselo dicho?
Después de desayunar con B, saqué a Odín al patio y dejé que corriera tranquilo e hiciera sus necesidades mientras me dedicaba a abrir todas las ventanas de la casa, es una actividad que me lleva casi diez minutos, abrir cada postigo y cada ventana. Pero el resultado es hermoso, la casa es luminosa y por ella corre el viento casi como si estuvieras en el exterior.
Dedique toda mi mañana a escribir, era algo que últimamente se me estaba dando fácil, estaba sorprendía por la facilidad con la que las palabras surgían. Sonreí al escribir el último capítulo del día, sin darme cuenta habían sido seis. Me puse de pie feliz y Odín, al notar mi alegría, ladró y movió su cola, salimos al patio a jugar con su pelota hasta que sentí hambre y entre a prepararme un sándwich.
Mis pensamientos eran tranquilos últimamente, las cosa en casa habían estado en calma. Había pasado mucho tiempo leyendo en el estudio de Eleanor y una de las cosas que había aprendido era que necesitaba permitirle a mis sentidos sentir, suena loco, pero poco a poco comencé a comprenderlo.
Mientras terminaba mi sándwich me puse a pensar en la charla que habíamos tenido el domingo en el auto y en que había prometido ocuparme de mi salud y hablaría con Érica, a la que también le había prometido visitarla, estaba en deuda con dos personas. Sonreí, termine mi sándwich y decidí irme a la biblioteca a cumplir con mi palabra de visitarla.
El día estaba tan lindo que me fui caminando. Llegué a la dirección que Fausto me había dado y el edificio era realmente encantador. Construido en piedra, como casi todos los edificios antiguos del pueblo, era enorme mucho más de lo que me imaginaba. Las piedras eran como las de la iglesia, grisáceas casi negras, hermosas...
Subí los cinco escalones que me llevaban hasta la puerta de acceso, dos enormes puertas de madera oscura y pesada. Al abrirlas sonaron en el interior y me maraville más con lo que allí me encontré.
Era sorprendente, los techos altos, los pisos oscuros y brillantes, mesas con lámparas prolijamente acomodadas esperando la visita de lectores y curiosos. Todo limpio y ordenado.
Camine por el pasillo hasta una recepción en la que había una mujer mayor que tenía el típico estilo de una bibliotecaria, cabello cano y recogido en un prolijo rodete tras su nuca. Al verme la mujer sonrió y aguardo a que llegara al mostrador, allí me anuncié y pregunte si podía hablar con Érica. La mujer asintió, levanto un teléfono y me ofreció que pasar a su despacho atravesando un pasillo que había detrás del mostrador.
Camine por donde me indicaron y llegue a una puerta con un cartel metálico en dorado que anunciaba: Érica Machado – Restauradora.
Me sorprendí al leer el cartel, imaginaba a Érica como una bibliotecaria más, pero teniendo en cuenta lo imponente del edificio pienso que este debe ser mucho más importante que la simple biblioteca de un pequeño pueblito.
Golpeé la puerta despacio y en menos de un segundo esta se abrió exageradamente, la chica menuda y rubia me estrecho en brazos casi sin dejarme reaccionar. No dude en devolver su abrazo y aspirar su fragancia alimonada, desde que la había visto la primera vez pensé que olía de forma muy particular.
Su aspecto el día de hoy era diferente, la noche que la conocí llevaba vaqueros con roturas y una camiseta de Iron Maiden, el cabello rubio y con mucho volumen en sus ondas. Hoy, sin embargo lleva puesto un pantalón de vestir tiro alto y una camisa color crema, el cabello recogido en una prolija coleta, parecía una ejecutiva.
— Pasa...— me invitó entusiasmada— que alegría que hayas venido— exclamó contenta.
— Que hermoso es todo ¿Restauradora? — pregunté.
— Si— exclamó — te dije que el lugar es increíble— miró todo a su alrededor— y algo me decía que te encantaría. La Biblioteca y museo Sawyer...— ¿Puedo decir que me sorprende el nombre del edificio? Claro que no— Es una de las más antiguas y completas del país...
— ¿Museo?— la interrumpí sorprendida.
Érica asintió y me invito a sentarme.
— ¿Café?— se volvió para señalar una cafetera de capsulas que había detrás de su escritorio.
— Si, por favor...
— El museo se encuentra en los subsuelos— hablaba mientras ágilmente preparaba dos cafés — Hay muchas obras de famosos artistas argentinos Noé, Pueyrredon, Pettoruti, Berni e incluso tenemos obras modernas de Minujin— el entusiasmo en su voz era evidente, estaba ante una verdadera amante de su trabajo— Y ni hablar de las reliquias literarias...— de pronto se sonrojó y movió su mano en círculos— Lo siento, soy una pesada cuando se trata de mi trabajo.
— Me gusta— respondí aceptando el café y dando un sorbo al mismo — me gusta cuando la gente siente una pasión tan grande por su trabajo, me siento identificada— respondí sinceramente.
— ¿Te gusta el arte? — preguntó sorbiendo su café.
— Podría decirte que soy una ignorante— sonreí— me gusta, visite varios museos pero no soy una experta ni mucho menos.