Los Bendecidos

19. Las apariencias engañan.

 

DOS MESES DESPUES

Los días habían pasado con cierta calma, eso no significa que nada extraño pasará. De hecho, era todo lo contrario, significaba que poco a poco nos habíamos ido adaptando a los extraños sucesos que hacían acto de presencia en la casa.

Cosas que desaparecían y volvían a aparecer en lugares extraños o en el mismo lugar donde los habíamos buscado la primera vez. Los ruidos, esas zapatillas que durante la noche caminaban el pasillo de ida y vuelta durante una hora o más, las sombras y los aromas en determinados puntos de la casa. No habíamos dejado de temerles, pero nos estábamos acostumbrando a su presencia, lo que fuera eso quería que supiéramos que estaba ahí y créanme, se hacía notar.

Cuando no escribía pasaba muchas horas en el estudio de Eleanor, aprendí muchas cosas, aunque la mitad de lo que leía, en un principio, me parecía chino básico. Pero de a poco, a medida que más leía y más experimentaba con mis sentidos, las cosas cobraban un poco más de sentido. Aunque mucho de eso se lo debo a Isidora, como bien dijo mi tía, ella era una mujer excepcional, amable, muy sabia y maternal, algo que a mí me encantaba.

Gracias a Isidora había entendido que no todo lo que nos rodeaba era calmo, sereno o "bueno" y, paso a paso, había aprendiendo a diferenciar las energías por como las sentía cuando me rodeaban. Lo que sentía y como lo sentía era algo que aún me costaba manejar, pero me tenía fe. Había encontrado en mí una facilidad para comprender ciertos temas que en mi vida siempre habían sido fantasías, recursos que solía utilizar para darle un poco de color o misterio a mis novelas. Ahora, resulta que esos temas pasan a ser parte de mí día a día y, aunque a veces me siento un poco loca, otras veces me encuentro fascinada leyendo todo lo que puedo leer en un solo día.

Nosotras no eras las únicas adaptadas a los sucesos de la casa, Odín se había acostumbrado tanto a todo que muchas veces sabíamos que algo estaba pronto a suceder por sus reacciones, movía la cola a la nada misma, movía su cabeza como si alguien le hablara o ladraba contento justo antes que el aroma a rosas o lavanda llenaran algún rincón de la casa.

Odín había crecido muchísimo y, lo que creíamos sería un pequeño perro mediano, se había transformado en una bestia que comía como cinco perros y pesaba como otros diez, pero era el animal más fiel, dulce y agradecido del mundo. Su pelaje se había oscurecido muchísimo, lo que le daba un aspecto intimidante y en su pecho se había marcado una gran cruz de pelo blanco, todo en él daba miedo a quienes no lo conocían. Odín era un perro dulce pero de esos que con una mirada te hacia alejarte dos pasos de su dueña.

Esa tarde, mientras cocinaba la cena para Isidora y para mí, Odín me había traído, lo que quedaba de, su pelota para que se la tirara por décima vez.

— Ahora no puedo...

Le dije empujándola con el pie a lo que mi perro respondió con un ladrido fuerte que retumbó en todas las paredes.

Suspiré, metí la carne en el horno, ajusté la temperatura, lavé mis manos y tomé la pelota repleta de baba...

— ¡Iug Odín! — exclamé asqueada— de verdad son un asco...

Caminamos al patio y tiré la pelota toda lo lejos que pude cuando en mi teléfono sonó una notificación, limpie mis manos mojadas de baba en el pantalón y saqué el aparato:

Fausto: Te extraño.

Sonreí, las cosas con Fausto no podrían estar mejor. Hacia una semana no nos veíamos, había tenido que viajar a Buenos Aires, para ayudar a sus padres con unos trámites y me había insistido en que lo acompañara, él quería presentarme a su familia pero entré en pánico, por lo que, como la persona horrible que soy, le inventé una excusa dije: "Tengo que presentar unos capítulos más el fin de semana y estoy atrasada..." Para mi vergüenza monumental, Fausto sonrió, besó mis labios y me respondió que no tenía que mentirle, que comprendía si todavía no me sentía lista. De verdad, de verdad, creía que no merecía a ese hombre, nunca se enojaba, nunca discutíamos y no me refiero a discusiones tontas, me refiero a que siempre encontraba la manera de solucionar cualquier entredicho que pudiéramos tener que pudiera llevar a una discusión fuerte ¿Qué era eso tan bueno que había hecho para merecerlo? Nunca lo supe.

Morana: Lamento no haber ido, de verdad. Sí, estoy arrepentida, quiero conocer a tu familia y quiero todo contigo...

En cuanto el mensaje se marcó como leído el teléfono sonó en mis manos y me provocó una sonrisa.

— Hola— respondí con timidez, una sensación que Fausto aun me provocaba y eso me gustaba.

— ¿Entonces si quieres formalizar la relación? — preguntó con sorna al otro lado del teléfono.

— ¿Qué no éramos novios ya?

— Bueno si, pero si mis padres no te conocen no es del todo formal ¿Verdad?

— Supongo— murmuré— quiero todo contigo Fausto, soy una idiota...— suspiré— lo siento.

— Tranquila— rio fuerte al otro lado— te amo Mora y no me importa cuánto quieras esperar, tengo todo el tiempo del mundo porque no pienso alejarme ¿Entendiste?

— Entendido— respondí con una pequeña risita.

— Están muy ansiosos por conocerte...



#5464 en Thriller
#3026 en Misterio
#1244 en Paranormal

En el texto hay: fantasmas, paranormal, romance

Editado: 11.01.2022

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.