Los Bendecidos

23. Asilo

 

Las cosas parecían haberse calmado, pero yo sabía que esa cosa o cosas, que estuvieran en casa, esperaban que nos relajáramos para atacarnos. Fausto estaba preocupado, sabía que no descasaba lo suficiente y en mi cuerpo se había hecho evidente, mis ojeras parecían cada día más marcadas y había perdido algo de peso.

Una mañana me escribió un mensaje corto "Vístete, paso por ti en 5"

En cuanto lo vi sonreí y corrí a besarlo. Algo que no me cansaba de hacer con Fausto era besarlo y amaba la forma en la que tomaba posesión de mis labios, siempre era apasionado, no importaba la situación, sus besos eran fuego.

— ¿Dónde vamos? — pregunté cuando arrancó la camioneta.

— A buscar a Hipólita...— solo decir ese nombre un escalofrío corrió por mi piel.

— ¿Qué? ¿Por qué? — pregunté con la voz temblorosa, algo de esa historia me ponía nerviosa.

Fausto estacionó frente al local de Isidora y tocó bocina dos veces, era como una especie de toc que tenía.

— ¿Qué hacemos aquí?

— No vamos a ir a verla sin Isidora, tampoco estoy tan loco— sonrió de forma picara.

El llevar con nosotros a Isidora me daba un poco más de tranquilidad. El viaje hasta el hospital donde había estado internada mi tía no era largo, pero en el camino conversamos sobre Hipólita y la posibilidad que ella sea la mujer del diario.

— Puede ser, supe lo de Hipólita, todo el mundo lo comentaba...— dijo casi con pena manteniendo los ojos en el escrito que había dejado la tía Eleanor — Pero nunca la conocí personalmente.

— No sé qué esperas que nos diga...— miré a Fausto con curiosidad y este levantó sus hombros como si el tampoco tuviera idea— ¿Iremos allí a preguntarle a una monja si ella es la mujer cuyo novio la abandonó días antes de la boda?

— O podemos preguntarle si ella es la mujer a la que tu tía le hizo un exorcismo...— comentó sin sacar la vista del camino.

La mandíbula se me cayó al piso y mi mirada viajó de Fausto a Isidora que sonreía incrédula en el asiento trasero.

— Fausto... ¿Un exorcismo? ¿A una monja? ¿De verdad?— necesitaba que entendiera que estaba completamente loco....

— ¿Por qué?— nos miró a ambas— ¿Acaso la iglesia no practica exorcismos? — Sonrió— lo vemos siempre en las películas.

Me acomode en mi asiento, sonreír y solté el aire por la nariz — Menos mal que te amo rubio...— dije mirando por la ventanilla.

 

Llegamos al asilo y todos los recuerdos de mi tía vinieron a mi mente. Los tres habíamos estado muchísimas veces aquí y era extraño, es como si en el lugar aún se sintiera la presencia de la tía.

Nos sentamos en el bonito jardín a esperar a la hermana Hipólita, mientras tanto recordábamos lo mucho que a la tía le gustaba pasar tiempo al sol en este lugar, aunque siempre se quejaba que no estaba tan cuidado como a ella le gustaría.

— Buenos días...

Una mujer joven, de sonrisa amable y vestida con el típico habito color gris se acercó a nosotros.

— Hola— me puse de pie nerviosa— Soy Morana, sobrina de...

— Sobrina de Eleanor, te recuerdo— me interrumpió— También a ustedes— miró a mis acompañantes— ¿En qué puedo ayudarles?

No sabía cómo preguntar, en realidad, no sabía que preguntar. Por suerte Isidora salió a mi rescate entregando el diario que habíamos llevado. La mujer lo tomo en sus manos, lo leyó y notamos como sus ojos se aguaban. Tomó asiento en una de las bancas del jardín y cubrió su boca como si quisiera ocultar un sollozo.

— ¿Estas bien? — pregunté agachándome para quedar a su altura.

— Eleanor me salvo la vida— susurró entregándome el diario cerrado.

— ¿Cómo fue que terminaste siendo monja? — preguntó Fausto y lo miré molesta por su poco tacto.

— Tranquila— Hipólita palmeó mi mano al notar que casi mato a mi novio — Cuando mi prometido me abandono, me enferme— señaló el diario— no necesito contárselo.

Los tres asentimos.

— Cuando Eleanor me llevó a su casa, me dio un cuarto y allí permanecí por casi una semana, cuatro días. Los días más aterradores de mi vida, allí comprendí que el mal existe y no tenemos ni idea de lo que es hasta que no lo vivimos como yo lo hice. El miedo, es lo que me trajo a meterme en este hábito, la fe me salvó y es lo que me mantendrá a salvo. Le debo a Dios la vida que hoy tengo...

— ¿Puedo preguntar que paso en esos días? — preguntó Isidora sentándose junto a la mujer.

— Eleonora me quitó lo que tenía, pero las marcas siguen aquí— la mujer levantó la manga de su hábito y enseño unas marcas como de garras en su brazo derecho— mis padres lo presenciaron todo. Yo no era completamente consciente de lo que pasaba, pero se lo que me han contado. Hablaba en otros idiomas, me retorcía tanto que no entendían como mis huesos no se partían, me autolesionaba con violencia e incluso debieron atarme a la cama.

Mientras la mujer relataba su experiencia, flashes de imágenes comenzaron a pasar por mi cabeza y toda la piel del cuerpo se me erizó. Isidora debería de sentir lo mismo pues colocó una mano en mi hombro y susurró una solo palabra:



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En el texto hay: fantasmas, paranormal, romance

Editado: 11.01.2022

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