Los Bendecidos

24. ¡Odín!

24. ¡Odín!

Luego de dejar a Isidora en su casa, decidimos ir a la mía. De camino tuvimos una pequeña discusión, Fausto quería que armara un bolso y me fuera con él a su casa. Pero yo no estaba dispuesta a dar el brazo a torcer, esa casa era mía y no pensaba irme como si la que no debiera estar ahí fuera yo. Llegamos a la casa de mejor ánimo, las discusiones con Fausto no duraban mucho, no podíamos estar casi nada de tiempo enojados. Por lo que apenas bajé de la camionera abrazó mi cintura y me besó apasionadamente. Listo, problema solucionado.

Ni bien abrir la puerta sentí que algo no estaba bien. Primero Odín no había corrido a recibirnos y segundo un olor putrefacto golpeó mis fosas nasales. Era un olor que nunca antes había sentido, intenso, nauseabundo.

— ¿Y Odín? — preguntó mi novio mirando todo a nuestra al redor — ¿Y a qué diablos huele?

— Lo deje dentro porque no sabía cuándo volveríamos, tal vez Belén se lo llevo al local...— dije poco convencida, mi amiga no lo haría sin avisarme.

Dejamos el recibidor y nos adentramos mientras Fausto llamaba a Odín sin obtener respuesta alguna. Cuando llegamos a la cocina cada una de las puertas de la alacena estaba abierta, los cajones tirados en el suelo y los utensilios regados por todo el piso.

— ¡Odín! — grité cuando vi las patas de mi perro detrás de la mesa que estaba volcada de costado.

— Cuidado— Fausto me frenó colocando su mano en mi brazo cuando pise los primeros vidrios, entonces note que todos los vasos y platos estaban rotos.

Respiré cuando nuestro perro movió la cola al vernos, pero notamos que estaba lastimado en tres de sus patas. Tenía vidrios muy grandes clavados en ellas. Sin esperar más Fausto lo tomó en brazos y lo llevamos al veterinario.

Por suerte las heridas de Odín no eran muy profundas, aunque si dolorosas al punto que no podía caminar. Volvíamos los tres en la camioneta, en silencio.

— Llévalo a tu casa— dije con lágrimas en los ojos.

— ¿Qué? ¡No!— miré a Fausto confundida— Los dos se vienen conmigo y si es necesario también lo hará Belén, no pasaras un segundo más ahí...

— Necesito quedarme Fausto ¿A quién diablos le venderé una casa embrujada? ¿En este pueblo? ¿Cuánto tiempo pasara hasta que se enteren lo que pasa?

Esa noche Fausto no quería irse, pero yo necesitara que sacara a Odín de aquí.

****

Al parecer esa cosa se sentía amenazada por Odín, ya que desde que se fue nada más ocurrió en la casa. Todo parecía haberse calmado. Todo menos mi mente inquieta y curiosa.

Desde que Odín no estaba en casa tenía una pequeña rutina cotidiana, todas las tardes pasaba por la casa de mi novio a ver a mi perro, jugábamos casi por dos horas, luego cerraba todo y caminaba despacio hasta el pueblo, tomaba algo con mi amiga y pasaba a ver a Fausto por el local.

Esa tarde todo había sido igual, pero cuando llegué al local de Fausto este hablaba con tres mujeres en su oficina, una de ellas me resultaba tremendamente familiar y, fue recién, cuando salieron que la reconocí. Era la chica que habíamos visto en el Restaurante La Magdalena cuando cenamos con los padres de Fausto. Su mirada era demasiado intensa, algo en ella no me gustaba nada. Aunque no podría decir que era.

— Nena— Fausto se acercó acompañado por las tres mujeres y dejó un casto beso en mis labios— Ellas son la hija y las nietas de Eusebio ¿Recuerdas que te conté sobre el hombre que vivía en el bosque?

— Si— respondí confundida, recordando que creí entender que ese hombre no tenía familia.

— Soy Emilce— la mujer más grande extendió su mano y la estreche enseguida— y ellas son mis hijas Isla— señaló a la chica que me daba muy mala espina — Y Diana.

— Encantada...— respondí con una fingida sonrisa— Soy Morana...

— Morana es mi novia— comentó Fausto y sonreí embobada ante su tono de orgullo.

Tras un breve intercambio de palabras las mujeres salieron del local y Fausto se volteó a verme.

— Creí que ese hombre no tenía familia...

— Yo igual— levantó sus hombros y se acercó a mis labios— Pero al parecer tuvo una sola hija de la que jamás se hizo cargo pero es la única heredera de la finca que tiene en el bosque...

— Ah...— respondí distraída.

— ¿Qué pasa?

— No me agrada...

— ¿Emilce?

— Isla...

Tras mis palabras la sonrisa de mi novio se ensanchó tanto que podría decir que había tocado sus orejas. Lo miré molesta mientras él tiraba de mi mano arrastrándome a la oficina y cerrando las persianas americanas para darnos más privacidad.

— ¿Celosa?— preguntó finalmente levantándome por la cintura para sentarme en su escritorio.

— ¿Tengo motivos? — Retruqué.

— En lo absoluto...— sus labios atacaron mi cuello, mis labios y todo mi cuerpo haciendo que todas las ideas extrañas salieran eyectadas de mi cabeza, al menos por un rato.

****



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En el texto hay: fantasmas, paranormal, romance

Editado: 11.01.2022

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