La semana transcurrió movida. Susurros, pasos, las malditas zapatillas, cosas perdidas y mi rutina para ir a visitar a Odín.
La noche del sábado, Fausto y Odín se habían quedado a dormir, y por suerte habíamos pasado una buena noche. Esa mañana de domingo me desperté muy temprano, miré mi celular y eran las seis de la mañana, pero no quería seguir en la cama por lo que decidí levantarme lo más silenciosamente posible y darme una ducha.
Mientras esperaba que el agua caliente saliera de la ducha observe mi imagen en el espejo, deslice mis dedos por las marcadas ojeras que llevaba hace semanas. La falta de sueño y el estrés están haciendo estragos en mi cuerpo. Me quite la ropa y observe mi abdomen, estaba demasiado delgada y la verdad es que casi no comía. Simplemente no tenía hambre.
— Esto no puede estar bien— murmuré para mí misma.
Salí de la ducha, me sequé y fui al vestidor para ponerme algo bonito, que este delgada y ojerosa no significa que deba combinar mi demacrada imagen. Corregí mis ojeras, y estaba por aplicarme rubor cuando sonó el timbre. Me quede viendo el espejo ¿Quién llamaría a la puerta un domingo a esta hora?
Salí del baño y corrí a la entrada, no quería que nadie se despertara, todos dormían y el único que siguió mis pasos fue Odín. Abrí la puerta y un grito exaltado y unos brazos me rodearon tomándome por sorpresa:
— ¡Mi niña! — gritó dejando muchos besos en mi mejilla que me provocaron cosquillas.
Patricia, la mamá de Belén, había regresado de su viaje por Europa.
— Hola Ma...— Así la llamaba desde que era una niña.
— ¿Qué pasa? — me observó sosteniendo mis hombros y alejándome de su torno— ¿Morana estás perdiendo peso? ¿Acaso no comes cariño?
Sonreí e ignore su comentario, Patricia era una madre en absolutamente todos los sentidos, arrastre su valija y caminamos juntas a la sala.
— ¿Mamá?— preguntó una Belén recién levantada y medio dormida acompañada por un pablo en calzones — ¿Qué haces aquí?
Me reí con una carcajada fuerte cuando Pablo abrió exageradamente los ojos y corrió de nuevo al cuarto, supongo que a vestirse.
— ¿Esa es la forma de recibir a tu madre?— Patricia extendió sus brazos y Belén corrió a cobijarse en ellos.
Patri había pasado los últimos meses viajando por su trabajo como periodista y poco la habíamos visto. La manteníamos al tanto de las reformas de la casa y de nuestras vidas por video llamadas y había prometido visitarnos a su regreso pero no pensamos que sería literal, aún tenía las etiquetas del aeropuerto en las valijas.
— ¿Hola? — miró por encima del hombro de mi amiga, seguí su mirada y choqué con mi novio a medio vestir completamente confundido.
— Lo siento— comentó tímidamente mirando a su alrededor buscando una remera para ponerse.
— Tranquilo— Patri soltó una pequeña risita— No es la primera vez que veo el torso desnudo de un hombre— sonrió.
— ¡Mamá!— exclamamos con mi amiga al mismo tiempo.
— ¿Qué? — preguntó acomodando su valija y acercándose a mi novio— No sé cómo piensan que vinieron al mundo estas dos. Soy Patricia la mamá de Belén y madre de corazón de Morana...
Fausto sonrió y estrechó la mano de Patricia.
— Soy Fausto el...
— El novio de Mora, lo sé— Patri sonrió— Tu eres Pablo ¿Verdad?— preguntó al chico parado detrás de su amigo, ahora vestido y morado de la vergüenza.
Pasadas las presentaciones, nos sentamos desayunar en familia y a escuchar las emocionantes historias de Patri viajando por el viejo mundo.
Cerca del medio día los chicos comenzaron a preparar un asado para agasajar a Patri y nosotras nos sentamos en el patio a jugar con Odín y charlar de todo lo que había pasado en este tiempo. Aunque sin decirnos nada Belén y yo, decidimos no comentar los sucesos extraños que estaban pasando en la casa.
Esa noche los chicos y Odín se van de casa y Patri acomodó sus cosas en el cuarto de Belén, donde dormiría los cuatro días que se quedaría en casa. Cenamos y nos quedamos hasta tarde viendo películas, aunque Belén fue la primera en dormirse, teniendo en cuenta que al día siguiente debía abrir el local.
Antes de irme a dormir, le envié un mensaje y una foto sugerente a mi novio. Intente esperar su respuesta, pero el sueño me venció.
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Más tarde, esa noche, escuche a Odín gruñir.
— Shhh— lo regañe— ¡Odín! hay gente— me di la vuelta cuando se detuvo y en ese momento abrí los ojos y entendí que Odín no estaba en casa.
Me senté en la cama con la respiración agitada y volví a sentir esa mirada intimidante desde ese rincón oscuro del cuarto. Todo estaba en silencio, oscuro y era como si una bruma espesa rodeara el maldito rincón.
Bajé de la cama despacio y en el momento exacto en el que di el primer paso alcance a escuchar las zapatillas a mis espaldas y como si una brisa helada hubiera salido de debajo de mi cama. Me giré, aunque sabía que nada vería y en ese momento un portazo me hizo pegar un pequeño grito que ahogué con mis manos en la boca.