Los Bendecidos

28. Funeral

 

La sala velatoria estaba repleta de gente conocida y no tanto. Muchas de esas personas estaban molestas por tener que haber recorrido semejante trayecto para poder despedirse de Patricia.

Yo no sabría si la falta de tacto era algo con lo que se nacía o uno se iba volviendo estúpido con el correr de los años. Donde me parara había una o dos personas quejándose de la distancia. Finalmente me detuve en un rincón, lejos de todo el mundo. Mi novio se acercó minutos después con un vaso de gaseosa y un sándwich, que rechacé.

— Tienes que comer algo nena— acarició mi mejilla.

Sonreí y puse los ojos en blanco. Tome el sándwich y le di un enorme mordisco.

— ¿Hablaste con B?— preguntó y ambos la vimos sentada en un sillón, con la cabeza apoyada en el hombro de Pablo.

— No habla— respondí en voz baja— lo único que me dijo anoche fue que entendía como me sentía cuando me había quedado sin mi abuela, que entendía la soledad pese a estar rodeada de todo mundo.

Fausto abrazó mi cintura y dejó un beso en mi cabello.

Las horas pasaban y parecía que la cosa nunca iba a terminarse. Desde mi rincón aislado del mundo observe a Isidora acercarse a mi amiga, sentarse a su lado y abrazarla. Era como si esa mujer hubiera sido el ángel guardián que mi tía nos había dejado, siempre estaba para nosotras, incondicionalmente.

Me acerque despacio a ellas y me pare frente a ambas. B estiró su mano, tomo la mía y haciéndose a un lado me invitó a sentarme junto a ella. Por primera vez en toda la noche, deje un beso en la mejilla de mi amiga. No me sentía capaz de consolarla, me sentía tan culpable, después de todo había sido yo quien la arrastro a este lugar. Había sido la responsable de cada una de las cosas que habían estado sucediendo últimamente en su vida.

— Basta— B empujó mi hombro y habló con voz muy muy bajita— deja de culparte.

Mis ojos se llenaron de lágrimas. Como siempre, mi amiga podía leer mis intenciones y mis pensamientos.

—Desde que te convencí de venir todo es un desastre...—murmuré.

— ¿Qué dices? — Belén sonrío por primera vez en mucho tiempo — mi vida fue a mejor, mi sueño esta hecho realidad y mi pastelería dejó de ser una fantasía. Eso es gracias a ti... y lo que pasó con mamá— sus ojos se dirigieron al cajón que tenía a mi espalda y se inundaron de lágrimas— fue solo mala suerte...

Me obligué a sonreír como ella lo hacía. Mala suerte, que un chófer se quede dormido mientras maneja un ómnibus de dos pisos a tope de pasajeros, no es mala suerte. Es una puta tragedia.

Besé y abracé a mi amiga. Acto seguido me puse de pie y caminé lentamente hacia el cajón, me detuve a unos metros de llegar, no había podido acercarme en toda la noche. El brazo de Fausto rodeo mi cintura, tomándome por sorpresa.

— ¿Te acompaño? —preguntó suavemente.

Asentí en silencio.

A medida que avanzábamos un olor se hacía más, y más, intenso. Era una especie de caramelo. Era un aroma que me recordaba a mi infancia y a las muchas tardes de lluvia en la que Patricia nos prepara buñuelos de frutas con caramelo.

Me acerque al cajón abierto. Patricia parecía tranquila, como si durmiera. No había rasguños, ni moretones. Sus manos estaban prolijas y llevaba un precioso rosario que Isidora le había colocado entre sus manos. Acaricié su rostro y cerré los ojos, aspiré el aroma a caramelo y todo se iluminó, pese a tener los ojos completamente cerrados, una suave y cálida voz susurro dentro mío "estoy en paz y solo quiero verlas felices" Sonreí y noté la calidez de mis lágrimas al rodar por mis mejillas.

Abrí los ojos y mi paz se vio derribada por la insoportable presencia de Isla, parada frente a nosotros, al otro lado del cajón.

—Lamento tu perdida— Comentó con su mano apoyada en el cajón.

No respondí, dejé un beso en la frente de Patri y salí de allí, incapaz de soportar respirar su mismo aire.

—Lo siento— susurró mi novio y oí sus pasos seguirme mientras salía hacia la calle.

No respire hasta que puse un pie fuera, solo entonces solté una bocanada de aire.

— Mora...

— ¿Qué lamentas? ¿Qué hace aquí? — pregunté y miré mis manos temblar con desesperación.

— Se enteró por las noticias y me preguntó si podía venir a dar el pésame— se justificó— ¿Qué pretendías que dijera?

— ¡Que no! — lloré nerviosa— no es nadie para estar aquí... nadie.

Dejé a mi novio en la puerta de la funeraria y salí a caminar, no sabía dónde iba, ni cuándo volvería. Solo sabía que necesitaba espacio, ya que no soporto el olor putrefacto de esa mujer.

Caminé un rato hasta llegar a la plaza y me senté en un pequeño banco situado frente a la fuente central e hice varias respiraciones tratando de relajarme. La sola presencia de esa mujer alteraba mis nervios de una manera insoportable.

— Te creo...— Isi se sentó a mi lado— la olí, huele a muerto.

Mis ojos se clavaron en ella y esta sonrió sin quitar su mirada de la fuente.



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En el texto hay: fantasmas, paranormal, romance

Editado: 11.01.2022

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