El sábado Fausto había preparado un desayuno exagerado. Había comprado muchas cosas en la pastelería de B, también había frutas, jugos, demasiadas cosas para alguien que apenas desayuna un café y una galleta.
— Odio que no duermas conmigo...— atrapó mi cintura ni bien puse un pie en la cocina.
Esa habitación ahora me hacía sentir extraña, no sentía nada en ella y eso era lo que me preocupaba.
— ¿Basta? — me preguntó dejando un casto beso en mis labios.
— No me pasa nada...— me solté de su agarre y me senté en la mesa.
— No entiendo Mora...— se sentó pesadamente a mi lado— Érica es mi mejor amiga, creo que hasta sabe el talle de ropa interior que uso, salimos a cenar solos, me visita y yo a ella, pero te molesta Isla con la que no comparto nada.
— Adoro a Érica y que sepa tu talle de ropa interior me importa una mierda— respondí sin siquiera mirarlo mientras untaba una tostada con mermelada y le daba un mordisco— porque confió en Érica y confió en vos cuando estas con ella— hablé con la boca llena y tragué casi sin masticar— pero cada vez que estas cerca de Isla no podes... no podes simplemente ignorarla— Suspiré— No la conoces de nada y parecen conocerse demasiado...— me quede en silencio un rato— No entiendo como podes disfrutar pasar tiempo con ella, es una mujer extraña, cuando se sentó en la mesa ayer, solo te veía a vos, solo hablaba con vos, es como si en su mundo no existiera nadie más...
— Bueno...— comentó sorbiendo su café— sé que esto no te va a gustar, pero tenemos una relación adulta, el miércoles es el cumpleaños de Isla y me invitó— en ese momento escupí mi café y bajé la taza con mucho cuidado.
— Mañana salimos para Buenos Aires...— comenté al borde de un ataque de nervios.
— Pensé que podíamos dejarlo para la próxima semana...
No necesitaba escuchar más. Me puse de pie y caminé hacia el cuarto.
— ¿Qué haces? — preguntó cuando llegó a la habitación y me vio armando un bolso.
— Me voy— respondí sin siquiera mirarlo.
— ¿No te parece que estas siendo un poco inmadura?
Me di vuelta furiosa y clavé mis ojos en los suyos — ¿Por qué no te vas un poco a la mierda? ¡Teníamos planes vos y yo! ¿Y ahora por el cumpleaños de esa mina los vamos a modificar? — Caminé hasta pararme frente a él— ¡Ándate a la mierda Fausto!
Pase por su lado y llame a Odín, mientras sacaba la correa del perchero.
— ¿Dónde vas?
— A mi casa, tengo una... no necesitas hacer caridad conmigo.
— No puedes volver ahí Mora, lo sabes...
— Es mejor que quedarme acá y ver cómo me convierto en la cornuda del pueblo.
— ¿Qué decís? — Se paró frente a la puerta impidiéndome salir.
— Déjame salir, mientras Isla este en tu vida yo no quiero tener nada que ver con vos...— dicho eso Fausto se hizo a un lado y eso me dolió más que si me hubiera pegado una cachetada.
Levanté el bolso, tomé la correa de Odín y con el orgullo intacto subí a mi coche.
No quería ir a mi casa, pero tampoco podía llevar mis problemas a nadie más. Sé que Isidora no dudaría un segundo en darme un lugar, Érica tampoco y mucho menos Belén, pero no podía salir a esconderme cada vez que tenía un problema con Fausto. Esta era mi casa y repleto de demonios o no, era mi lugar.
Entramos por la puerta y todo estaba como si nunca nos hubiéramos ido, abrimos las ventanas y no se sentía nada extraño. Había mucho polvo, pero nada que no se pudiera solucionar con un poco de trabajo.
Me fui directo al estudio de mi tía. La alfombra seguía corrida dejando expuesta la puerta del sótano que los chicos y Doménico habían sellado con clavos. Suspiré y volví a colocar la alfombra en su lugar.
Comencé a buscar un libro, no sé bien cuál, pero necesitaba encontrar por qué esa mujer solo para mi olía tan, pero tan, mal.
Me pase más de tres horas buscando entre los centenares de libros que adornaban las paredes del estudio, pero era como buscar una aguja en un pajar. Me senté en el suelo, agotada y por primera vez desde que salí de la casa de Fausto dejé que la angustia se apodere de mi persona, lloré. Lloré mucho.
Un tiempo después, Odín pasó su lengua por mi mano. Tenía el rostro escondido entre las rodillas, lo observé y el movió su cola. Es como si intentara decirme que ya está bien, que ya era suficiente. Cuando giró su rostro hacia el pasillo, no necesité observar su reacción yo también sentía la mirada proveniente de allí. Me había desacostumbrado a esto, en la casa de Fausto todo era más tranquilo. Sentía los ojos furiosos y penetrantes desde el pasillo.
Me puse de pie y tomé a Odín del collar. Suspiré y miré fijamente al punto del que sentía llegar esa energía pesada.
— ¡Que te vayas a la mierda vos también! — grité furiosa. Estaba harta, esta era mi casa y mi vida. Estaba harta que todo el mundo se metiera en ella y me importaba una mierda si estaban vivos o muertos, si era Isla o el maldito Lucifer.
En ese momento la puerta del despacho se cerró con tanta violencia que la madera crujió como si se hubiera quebrado. Odín estaba con la cola entre sus patas, por lo que me agache para calmarlo. Nos quedamos un rato así, en silencio, mientras yo acariciaba y calmaba a Odín.