Esa noche recibimos la visita de la Inspectora Gonzaga, que había sido la encargada de resolver los casos de las victimas anteriores.
— Necesito que me dé más detalles señor Relish— insistía, pero ya no sabía que más contarle y cuando notó la cara de fastidio de mi novio se dirigió a mí — ¿Algo que pueda aportar?
— Nos dijo que había cometido los dos crímenes anteriores y que todo había sido idea del Padre Miguel, que le había prometido así liberar su alma.
La mujer asintió y anotó algo en una libreta.
— La mujer está detenida, está internada en el segundo piso y fuera de peligro— eso prendió todas mis alarmas y Gonzaga lo notó— Tranquilos, está atada a la cama y con vigilancia policial dentro y fuera de su habitación. Confesó los crímenes del bosque y los de su madre y su hermana...
— ¿Su hermana? — preguntó Fausto sorprendido.
Gonzaga asintió y suspiró pesadamente — Encontramos sus restos en la jaula de los cerdos, ya casi nada quedaba de ella.
— ¡Por Dios! — incapaz de contener el café que había bebido hace unos minutos corrí al baño del cuarto para vomitar.
— ¡Mora! — Fausto intento levantarse, pero el dolor lo paralizó y escuche como Gonzaga le pedía que se calme.
— ¿Estas embarazada? — preguntó la inspectora, que me había seguido al baño, mientras me entregaba un poco de papel.
— No — negué con la cabeza limpiándome los labios— no puedo tener hijos— sonreí.
La mujer me ofreció su mano para ponerme de pie.
— Lo lamento...— se avergonzó.
— Estamos bien con eso...— sonreí— no te preocupes.
— Me dijeron que te darían el alta en unos dos días, quieren darte antibióticos y ver como reaccionas a ellos— Comentó mientras volvíamos a la cama.
— Si— respondió mi novio observándome preocupado — ¿Estas bien?
— Si, tranquilo.
— Volveré mañana para informarles cómo está el caso.
Esa noche Isidora se quedó para acompañarnos. Cerca de las diez de la noche, los padres de Fausto entraron al cuarto acompañados por dos mujeres que reconocí por las fotos, eran su hermana y su cuñada, que traían en brazos a un niño dormido.
— Carmen — abracé a la mamá de Fausto que lloró en mis brazos — Él está bien — susurré— está dormido.
— Hola cariño— Jorge apoyó su mano en mi espalda y lo abracé en cuanto Carmen me soltó.
— Finalmente te conocemos chica misteriosa— la chica detrás de Jorge era claramente la hermana de mi novio— Soy Dani, la hermana del torpe q se cayó sobre un cuchillo— bromeó.
— ¡Ey! — mi novio que se había despertado al escuchar el murmullo de gente bromeó con su hermana— Estoy escuchándote.
— Soy Lilian, pareja de Dani y este oso dormilón es Nicolás...
— Es un placer— me asomé para observar a Nicolás que dormía plácidamente en el hombro de su mamá.
Habíamos decidido pasar la noche en la habitación Isidora, Carmen y yo. Las mujeres se habían llevado muy bien. Isi siempre era buena compañía. Cuando las tres nos quedamos solas, procedimos a contarle con lujos de detalles lo sucedido. Finalmente, las tres nos quedamos dormidas, Isidora y Carmen en un sillón y yo en una silla con medio cuerpo sobre la cama de Fausto.
A eso de las dos de la mañana Fausto parecía afiebrado y me despertaron sus quejidos en la cama. Intente levantarme de mi asiento, pero Isidora me detuvo tomando mi brazo.
— Déjalo, Doménico lo está liberando...
— ¿Todavía sigue con eso? — preguntó Carmen horrorizada.
— Que ella esté presa no desarma lo que hizo.
Asentí y me acomodé en mi silla. Fausto parecía estar inmerso en un sueño, una pesadilla hasta que finalmente se quedó dormido. Entonces me levanté y me acosté a su lado, por primera vez en mucho tiempo el tacto con su piel volvía a sentirse cálido, hogareño, como si ese fuera nuestro destino. Estar juntos.
La mañana siguiente Isidora se fue y antes de hacerlo le entregué las llaves de la casa de Fausto, les pedí a Isi y a Doménico que fueran allí y buscaran los objetos que ella podría haberle dado. Quería a Fausto lejos de esa mujer y de todas sus porquerías.
No respire con calma, hasta que Doménico me envió dos fotos. Los dos objetos estaban en la caja, la brújula y la tarjeta que, según dijo Doménico, lo que tenía salpicado no era pintura sino sangre y si, leer eso hizo que saliera corriendo al baño. Tener tanta muerte a mí alrededor me estaba volviendo más sensible de lo que ya era.
— No me gustan nada esas nauseas, tal vez comiste algo que te cayó mal...
— No, me paso en casa de Isidora y dijo algo así como que era normal, supongo que puede ser por esto de la sensitividad— comente acercándome a la cama después de lavarme los dientes— sentía nauseas cuando olía a Isla también.
Mi novio asintió y me compartió su tostada, pero la rechacé — La comida de hospital es para vos, voy a la cafetería ¿Te traigo algo?