Era una bonita noche de verano, los chicos estaban dormidos y Fausto se había sentado en el patio, por lo que tomé dos cervezas y fui a hacerle compañía.
Nos quedamos en silencio, entre nosotros los silencios eran placenteros y eso me encantaba. Me quedé un minuto observando la casa, la vieja casa de soltero de Fausto, ese chico por el que muchas chicas del pueblo suspiraban, se había trasformado en la casa de la familia Relish. Ya no quedaba nada de ella, había sido derribada y vuelta a levantar. Ahora era una enorme casa con cinco habitaciones, pero seguía conservando el estilo ordenado-desordenado de Fausto.
— ¿En qué piensas? — preguntó mientras acariciaba la cabeza de Odín que estaba acostado entre nosotros.
— Soy feliz...— respondí.
Escuche el aire salir por su nariz cuando sonrió — Yo también cariño ¿Sigues pensando en Tomas? — me preguntó y no pude llevar mis pensamientos a otro lado que no fuera el niño, que era compañero de Mimí en la escuela y falleció hace dos meses cuando nadaba en la pileta de su casa.
— No me lo puedo sacar de la cabeza, el dolor de esa madre. ¿Sabes? Antes podía sentirlo, el dolor...— aclaré— Pero desde que llegaron los chicos, es peor. Quema, arde y asfixia.
— Supongo que ahora los dos lo vemos desde otro lugar— entrelazó sus dedos con los míos y dejó un delicado beso en mi mano — ¿Qué te parece si aprovechamos que los niños están dormidos? — se pusó de pie y tiro de mi mano con una pícara sonrisa.
— ¿Qué tienes en mente Relish?
— Muchas cosas Morana...
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El lunes era festivo por lo que Fausto no trabajaba, yo había decidido no escribir, quería pasar el día con mi familia. Habíamos ido a Triwe, a pasear al centro comercial y comprar algo de ropa para los chicos.
Cuando volvíamos al pueblo, fuimos al centro a por un helado y nos llamó la atención la cantidad de gente que estaba acumulada frente a la parroquia. Desde que el Padre Miguel había sido arrestado la iglesia había estado cerrada. La gente del pueblo no entendía porque la iglesia no traía a otro sacerdote, sentían que Los Bendecidos no podía no tener un párroco. Pero lo que la gente no sabía, es que la iglesia nunca mandaría a un párroco, porque esta no era una iglesia católica, era simplemente una fachada con la que pretendían hacerse con el alma de las personas. Almas entregadas voluntariamente por la fe a un falso profeta.
Estacionamos y bajamos los cuatro, caminando hacia la multitud. Entre la gente divisé a Isi y me acerqué con Octavio en brazos.
— Abuela— la llamó mi hijo y esta sonrió, pero no era una sonrisa agradable.
— ¿Qué pasa? — pregunté dejando un beso en su mejilla.
— Hubo misa...— respondió con voz seria.
En ese momento, un hombre muy joven con traje párroco se nos acercó.
— Buenas tardes — sonrió, parecía un hombre sumamente amable— Soy el padre Laureano, el nuevo párroco de la iglesia.
En ese momento me limité a levantar la comisura de mis labios y asentir en silencio.
— Soy Isidora y esta es mi familia— Isi se puso delante nuestro y extendió la mano del hombre— Pero no somos creyentes— agregó con firmeza.
Fausto sostenía a Mimí con una mano y la otra estaba clavada en mi cintura. Cuando la gente se dispersó Isi se paró frente a nosotros, pero ninguno decía nada. Supongo que estábamos tratando de procesar la información. Pero una voz familiar nos interrumpió.
— Fausto, Mora— la madre de Tomas se había acercado a saludarnos.
Siempre nos abrazábamos, aunque se sentía horrible su dolor, no podía dejar de hacerlo cada vez que la veía, pero esta vez se sintió diferente. Su dolor estaba atenuado, seguía allí, pero era como si algo lo hubiese bloqueado. Sentí un cosquilleo en los brazos y finalmente la solté.
— ¿Cómo estás Isabella? — preguntó mi marido.
— Mejor— llevó una mano a su pecho— Comprendiendo que Tomi está en un mejor lugar — Miro hacia atrás, donde estaba el párroco hablando con una pareja y volvió a vernos con una bonita sonrisa— El Padre Laureano es encantador, pareciera que obrara milagros, me hizo sentir mejor con solo una conversación.
Hablamos con Isabella unos minutos más y cuando esta se alejó, todos sabíamos que las cosas volverían a ponerse feas y fue Fausto el primero en hablar:
— ¿Volvemos a empezar? — preguntó en tono serio mirando la edificación antigua.
— Así parece hijo...— respondió Isi asintiendo despacio — Así parece…
FIN