Los besos del lobo

3

Heri se despidió de Estella y emprendió camino a su casa.

Durante todo el trayecto —por no decir todo el día— estuvo pensando en el extraño hombre que había conocido. Tenía muy claro que se comportó como un tonto, pero y ¿cómo se supone que debía reaccionar? Ese tipo lo había atrapado completamente desprevenido y su aun más raro comportamiento le recordó mucho a Ross.

Aquello se traducía como una atracción inmediata. Era un estúpido, después de lo de Ross él ya tendría que haber aprendido.

Oh, y claro que aprendió. Esta vez él no caería en engaños.

—Ya llegué —pronunció al entrar en su casa.

Nadie le respondió.

Caminó un poco más y encontró a sus hermanos junto a su padre viendo la televisión como si les hubiesen lavado el cerebro. Con las luces apagadas y solo el brillo de la televisión alumbrando sus rostros, se veían como si hubiese una escena del delito en sus caras.

—¿Hola? —volvió a intentar.

—Ah sí, hola. Hay comida en la cocina —respondió Neal.

—¿Saben? Hoy intentaron secuestrarme, pero me resistí, estoy todo golpeado. ¿Alguien me ayuda?

—Hay comida en la cocina —repitió Neal.

—¿Es en serio? ¡La persona más importante en sus vidas se puede estar muriendo y ustedes ni lo escuchan!

—A mi también me sirves un poco más de comida —pronunció Cam.

—¡Dios! No hay caso con ustedes. No me puedo creer que viva con un grupo de zombis que tragan películas de… ¿qué rayos pasa con esa niña y aquel televisor? ¡Ay no que horror! ¿Lo que salió de la televisión es una mano? ¿Saben qué? Quédense viendo sus horrendas películas de terror.

Heri dejó atrás a su familia y entró en la cocina. Sobre una de las hornillas reposaba una olla desgastada, la destapó y encontró una masa pegajosa. Era lo mismo que habían comido ayer, y el día antes de ayer y la semana pasada. Un puré de papa mezclado con queso, ni siquiera tenía sal o algún otro condimento.

Chasqueó la lengua.

No era exigente, pero comer lo mismo todos los días daba una sensación de cansancio. Tal vez debería buscar un trabajo nocturno, lo que ganaba actualmente no era suficiente.

Cogió el cucharón de madera y lo hundió en la olla. Extrajo algo de la mezcla y la sirvió en un plato. Se sentó en una de esas viejas sillas que empezaban a rechinar ante cualquier peso y empezó a comer.

*

—Heri, te ves espantoso.

—Muchas gracias Neal.

Justo como el día de ayer, tendría que fiarse de las palabras de su hermano. Apenas había podido abrir los ojos y los párpados todavía le pesaban. Fue directamente a la cocina sin verse primero en el espejo. Allí, como casi todas las mañanas en las que se levantaba temprano encontró a Neal revolviendo una olla. Más allá, sentado en una silla se encontraba Nema ojeando el periódico.

—¿Me sirves una taza? —pidió.

—En seguida —respondió Neal.

—¿Dónde está papá?

—En un bar, estafando a alguien o quizá siendo él el estafado —Nema cambió de página antes de continuar— o quizá inconsciente en el contenedor de basura de alguna cantina.

—O muerto —añadió Neal.

—¿En qué momento se fue? Es extraño que se levante tan temprano.

—No se levantó, se fue ayer poco después de que terminásemos de ver la película que pasaban por la televisión.

—Ya que duermes temprano como los pollitos no te diste cuenta de que se fue—. Nema dobló el periódico y lo empujó hasta el borde de la mesa— también sírveme una taza —pidió.

—¿Acaso no tienes manos, pies? ¿No te puedes servir tú mismo? —replicó Neal.

Heri rodó los ojos, ya ni siquiera se molestaría en pensar en su padre, eso sería una gran pérdida de tiempo. De seguro el hombre aparecería dentro de un par de días —si es que no lo hacía ese mismo día—, apestando a licor y al desagüe.

—Por cierto, Neal, ¿qué preparaste?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.