Los besos del lobo

5

La chaqueta de Heri tenía algunos estampados de cráneos.

—Y qué —empezó Adlet, probablemente sin tener idea de cómo iba a continuar— ¿te gustan las cosas terroríficas?

Heri dejó de masticar, alzo la vista, confundido, o sorprendido, quizás. Adlet señaló los estampados en su chaqueta negra, Heri alejó la cara del plato y acomodó su postura en la silla.

—La verdad es que no —contestó.

—¿Esto también forma parte de tu plan para que los demás piensen que eres interesante?

—A lo mejor.

—Vamos.

Heri suspiró, frustrado—. No me gustan, el otro día cuando llegué a casa encontré a mi familia rodeando el televisor disfrutando de esta película… ¿Cómo se llama? ¡Ah sí! Poltergeist. Tuve pesadillas por la noche.

—¿Entonces solamente te gustan los decorados en la ropa?

—A mi hermano le gustan estas cosas. La ropa que traigo es la ropa de mi hermano.

Él debía admitir que Neal a sus trece años ya lo había alcanzado en estatura, de hecho, lo sobrepasaba por algunos centímetros y desde hacía ya un par de años que Nema lo dejó muy atrás en altura, desde entonces había pasado a ser él quien heredaba la ropa de sus hermanos menores y no al revés. A Nema le encantaban todas las cosas “oscuras.” Para Nema el vestir mayormente de negro parecía ser una religión.

—¿Comparten la ropa? —preguntó Adlet en un tono divertido. Heri no lo tomó muy bien.

—Oye, mira, lamento no haber tenido ropa impresionante para vestir en un día libre, por lo general tengo mi tiempo lo suficientemente ajustado y ocupado. Lastimosamente no tengo el dinero suficiente para comprarme lo que quiero. Tampoco pensé que repararas mucho en la ropa ajena.

La sonrisa en el rostro de Adlet se borró de inmediato. Un niño sentado en una de las mesas cercanas los miraba con suma atención, sus padres estaban en lo suyo. Heri le dirigió una mirada lo suficientemente atemorizante para que dejara de verlos.

Tendría que haberle seguido el juego, o haberse callado por lo menos. No hacía falta que todos en el mundo supieran que era un pobretón que usaba la misma ropa todos los días, y por supuesto que otros no necesitaban saber lo que tenía y lo que no.

Más importante aún, ni siquiera tenía por qué explicarle su forma de vestir a alguien a quien apenas conocía. Y que parecía ser un cretino. Un cretino muy atractivo.

—No era mi intención hacerte sentir incómodo —balbuceó Adlet.

—No era mi intención ser tan maleducado contigo.

—¿Hacemos como que nunca pasó?

—Bueno.

***

—¿Piensas venir aquí con frecuencia? —preguntó Heri después de ver a Adlet pasearse por cada rincón de la tienda para finalmente acercarse al mostrador.

—Sí —le contestó Adlet— ya que hay cosas muy interesantes, como este atrapa-mosquitos.

—Atrapasueños.

—Lo que sea. Además, me caes muy bien.

—Apenas nos conocemos.

—Hay mucho tiempo para conocernos más. A lo mejor, de aquí a un tiempo podríamos incluso tratar de salir.

Heri rodó los ojos—. Salimos a comer hace una semana ¿recuerdas?

—No esa clase de “salir” sino a… formar una relación. Ya sabes.

La respiración del muchacho se cortó abruptamente, era cosa suya o su corazón latía más rápido y más fuerte, y como si alguien hubiese aumentado el volumen de los sonidos. Apretó las manos, cerró los ojos y le dio la espalda. Tenía que ser una broma.

—No seas estúpido, Adlet —dijo cuando sintió que la voz volvió a él— o sea, ya sé que lo eres, pero no hagas esa clase de bromas desagradables a una persona a la que todavía estás tratando de agradar.

El rostro del contrario se arrugó dibujando una expresión de dolor. Sus labios torcieron una sonrisa demasiado forzada y Heri fingió no darse cuenta.

—¿En serio? —contestó Adlet— yo creí que nuestra relación amical había crecido lo suficiente para hacer cualquier tipo de broma. ¿De aquí a un mes puedo tratar de hacer este mismo chiste?




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