Los besos eternos de Eleanor (bodas desastrosas #1)

Interludio III: Eleanor Armitt.

Interludio III:

ELEANOR ARMITT.

Nueva York era mi sueño. 

La primera vez que deseé vivir en la ciudad fue cuando vi ‘Cuando Harry conoció a Sally’ junto a mi madre. Era una ciudad donde podías comenzar de nuevo, donde podías ser quien tu quisieras, así que eso sucedió. 

El ambiente universitario en Nueva York era variado, pero como la única persona que conocía era mi compañera de cuarto, iba a los lugares que ella me invitaba.

Fiestas clandestinas, con personas bebiendo hasta caer sobre el suelo y consumiendo sustancias que eran desconocidas hasta para ellos mismos. Un ambiente peligroso, lleno de adrenalina, que me asustó al comienzo, pero terminó envolviéndome a mi también. 

Dos meses después de llegar, le pedí a mi compañera de cuarto que cortara mi largo cabello lleno de rizos. Lo cortó hasta los hombros, y debió ser suficiente, pero también quise un flequillo, así que ella también lo hizo. Con el corte, mis rizos se fueron, me veía diferente a la Eleanor de Great Barrington o Providence, y así como me veía diferente, también comencé a sentirme diferente.

Mis prendas de ropa coloridas fueron poco a poco yéndose al fondo de mi clóset, siendo reemplazadas por prendas negras, grises, blancas. Mi maquillaje suave fue cambiando, mis delineados eran cada vez más negros, algunas veces acompañados de glitter o de sombra oscura. Los glosses se transformaron en los mejores amigos de mis labios. 

Me gustaban las fiestas, el ambiente lleno de peligro que desprendían esos lugares abandonados llenos de gente lista para beber hasta el amanecer. Me fui perdiendo poco a poco. 

Fue en Noviembre de ese mismo año, en una de esas tantas fiestas, en donde conocí a Nolan Roebook. 

Era el típico chico malo de las películas y libros. Cabello rizado, usaba chaquetas de cuero, botines Dr. Martens, y conducía un jeep negro muy llamativo. La única diferencia, era que Nolan no tenía un pasado oscuro, sólo era un chico que quería divertirse. 

Cruzamos miradas, y cuando me sonrió, supe que estaba perdida, más perdida de lo que ya estaba. 

—Hola —me dijo esa noche, la primera vez que me habló. Pude oler su perfume, que me hipnotizó al instante. 

—Hola —le respondí, apretando mi agarre en la cerveza que tenía en las manos. Me intimidaba su seguridad. 

—¿Quieres salir de aquí?

Pude responder que no, que prefería quedarme esperando a mi compañera, pero hice lo contrario, y extrañamente, no me arrepiento de esa decisión. Conocer a Nolan fue una de las mejores cosas que pudieron haberme sucedido. 

Salimos de esa vieja bodega llena de humedad, me subí a su jeep y nos fuimos a un lugar desconocido.

Nolan era un hombre de alma libre. ¿Responsabilidades? Él no las conocía, lo único de lo que tenía certeza era que la vida estaba para vivirla. Así que eso me enseñó. Me mostró lugares que no pensé que existían, por él conocí a personas con un estilo de vida muy diferente al de nosotros, gracias a él experimenté situaciones realmente sorprendentes. 

Era extrovertido, amante de la moda, y le gustaba mucho usar delineador. Creo que eso junto a sus rizos oscuros eran su encanto, sin ninguna duda. Conocía a muchas personas, quizás en todo Nueva York tenía a alguien con quien contar, pero él no confiaba en muchas personas. 

Nolan venía de una familia de mucho dinero, de dinero viejo. Muchas de sus generaciones anteriores habían sido multimillonarios, y eso ocasionaba que las personas se acercaran a él por interés. En las fiestas todos lo conocían, por lo que siempre esperaban que él fuese el que pagara el alcohol o las pizzas, y Nolan lo hacía porque él era un hombre generoso, permitía que se aprovecharan de él. La gente lo quería, pero por su situación, no integridad.

Él era más que un niño rico. Nolan se había criado en una cuna de oro, era malcriado, estaba acostumbrado a tener lo que quería, pero al conocer a muchas personas, también conocía diferentes realidades. Eso lo mantenía con los pies en la tierra, y eso también me encantaba de él. 

Nunca fuimos novios oficiales, jamás nos presentábamos como tal. Aun así, durante el tiempo en que estuvimos juntos, mi corazón siempre fue de él. No podía mirar a otro chico cuando lo tenía a él a mi lado, y él sentía lo mismo por mí. Sin embargo, él estaba comenzando a aceptarse a sí mismo, y besó a un chico mientras estaba conmigo. Fue como un golpe en el estómago, pero nunca se lo recriminé.

No sabía lo que él estaba pasando, no conocía cuánto sufría por no poder gritar quién era realmente. Sí entendía qué estaba haciendo las paces consigo mismo, y besar a Claudio fue uno de los pasos, así que lo dejé pasar. 

Los fines de semana eran sagrados para nosotros. No hubo uno en donde no lo pasaramos juntos. Íbamos a diferentes fiestas, a veces pasábamos a las tiendas de gasolineras donde robábamos alcohol y snacks por diversión, y dormíamos en las casas de personas a quienes apenas conocíamos. Eran como pequeñas aventuras llenas de una adrenalina que cualquier joven empezando sus veinte quisiera experimentar. 




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