Interludio IV:
ELEANOR ARMITT
Llegué a Londres a mediados de Mayo, algunos días después de mi cumpleaños número veintidós, el que pasé junto a mi familia en Great Barrington. Ahí pude despedirme de mis padres y hermanos, porque sabía que no los vería por un tiempo.
Conseguir una visa de trabajo en Londres era muy difícil, pero gracias a Celestine tuve un proceso más sencillo y rápido. Fue ella quien me consiguió un gran empleo en la escuela donde trabajaba, porque ser profesora siempre fue mi meta cuando comencé a estudiar historia. Celestine también lo era, pero contrario a mí, se dedicaba a las matemáticas e incluso tenía un taller después de clases para los que quisieran aprender aún más.
En Londres, Celestine y yo nos mudamos juntas a un apartamento barato, pero que tenía una buena ubicación cercana a la escuela. Era espacioso, pero muy feo. Los primeros meses lo dejamos así a medida que me acostumbraba a mi nuevo trabajo, pero antes de que el año terminara, nos aseguramos de cubrir las paredes con un hermoso papel tapiz e incluso compramos un sillón nuevo y grande de color mostaza.
No sólo mi trabajo era algo nuevo en mi vida, también el hecho de que finalmente estaba cómoda conmigo misma. Había descubierto que, en realidad, me encantaban los vestidos vaporosos, los pantalones de fuertes colores como rojos y amarillos, los abrigos en tonos rosas y, en realidad, mi lado femenino por completo. Dejé crecer mi cabello (que se había vuelto liso) y mantuve mi flequillo. Nunca me había sentido más contenta.
Un día de septiembre conocí a Carey Lovelace. Estaba en su tienda, donde vendía ropa preciosa que ella misma confeccionaba y al mismo tiempo era sustentable, lo que me parecía fantástico. Mientras veía los hermosos vestidos que tenía, se acercó a hablarme, y terminamos conversando por más de dos horas. Era una chica simpática, y como nos habíamos caído tan bien, intercambiamos número para coordinar alguna salida para almorzar juntas o algo por el estilo. Se sentía bien conocer gente en Londres.
Con el pasar de las semanas, Carey se volvió tan amiga mía como de Celestine, por lo que nos invitó a su fiesta de Navidad, la que realizaría tres días antes de Nochebuena. Fue ahí, junto a la mesa llena de deliciosos dulces, donde conocí a Nicholas Lee.
Lo primero que me llamó la atención de él fue su traje de dos piezas en un tono lila, el mismo color del vestido que yo usaba esa noche.
—Parece que coordinamos nuestros atuendos —le dije bromeando. Él me miró con el ceño fruncido, porque al hablarle de repente, lo espanté. Luego, al fijarse en mi vestido, rio—. Soy Eleanor Armitt.
—Nicholas Lee —dijo estrechando mi mano. Ahí me fijé en lo guapo que era, con su cabello negro bien peinado y su dulce sonrisa, la que pocas veces veía—. Carey dijo que podíamos comer lo que quisiéramos, así que estoy aprovechando… deberías hacerlo también.
—Sin ninguna duda —sonreí—. ¿Eres de aquí? —le pregunté, porque su acento americano lo delataba.
Tomamos un par de deliciosos dulces y nos fuimos a sentar al balcón, donde estuvimos toda la velada conversando. Ni siquiera me preocupé de buscar a Celestine, porque Nicholas me cautivó por completo.
Me contó que era hijo de inmigrantes surcoreanos, que llegaron a Estados Unidos cuando él tenía tres años. Tenía una hermana menor llamada Rain, quien al ser ciudadana americana, había podido aplicar a una visa para estudiar en Londres.
—¿Qué hay de ti? ¿Cómo podrás regresar a Estados Unidos si es que quieres algún día? —le pregunté preocupada.
—Me casé con mi mejor amiga —confesó antes de sonreír ante mi confusión—. Cuando cumplí diecinueve años, Allisa, mi mejor amiga, me ofreció contraer matrimonio para obtener mi ciudadanía americana. Después de que me asegurara de que no estaba bromeando, acepté. Fue un proceso demasiado largo, pero planeamos divorciarnos pronto. Lo bueno es que puedo ir y venir cuando quiera, porque soy legalmente ciudadano… te prometo que no soy un cazafortunas.
No evité reír. De ahí procedió a hablarme de Allisa, su mejor amiga, a quién yo conocería varios meses después. Eran amigos desde la escuela, y planeaban serlo hasta incluso después de la muerte, es por eso que ella lo había acompañado hasta Londres, donde Nicholas estaría durante varios meses por trabajo.
Eso encendió la esperanza en mí. Nicholas era un hombre serio, o como yo prefería decirlo, tenía un humor distinto. Era maduro, tenía una preciosa sonrisa y, además, compartíamos los mismos valores.
Algunos días después del año nuevo, tuvimos nuestra primera cita. A diferencia de mis relaciones pasadas, yo fui quien se la pidió. Nos juntamos en una de mis teterías favoritas, donde estuvimos un par de horas comiendo y charlando. Luego, él decidió mostrarme su lugar favorito, que resultó ser una pequeña librería. Como Nicholas era periodista, adoraba leer tanto como adoraba escribir.
Tuvimos varias citas antes de que él me pidiera ser su novia. Fue una sorpresa para mí, porque yo era la que le pedía salir e insistía en seguir viéndonos.
Con Nicholas me sentí por primera vez como una mujer adulta. Tenía un trabajo que adoraba, vivía con mi mejor amiga y tenía mi propio sueldo, que si bien no me transformaría en millonaria, podía solventar mis gastos y darme algún otro lujo, como comprar esa falda que tanto quería o llevar a Nicholas a comer a un restaurante caro para nuestro primer aniversario.
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Editado: 19.08.2021