Interludio V:
ELEANOR ARMITT.
Me corté el cabello hasta los hombros en mi primer día viviendo en Los Ángeles.
Era como entrar a una nueva vida.
Acompañaba a mi hermano todos los días a ver a mi cuñada, luego iba a trabajar, y luego del trabajo me iba de nuevo al hospital. Ernest era como un fantasma, sin Kate a su lado y con su esposa en coma, las cosas eran cada día más difíciles. Mamá había venido a quedarse con nosotros un tiempo, y aunque su presencia ayudaba significativamente, ¿cómo podríamos entender el dolor de Ernest?
Aún extrañaba a Nicholas. Pensaba en él todos los días, mis manos quemaban por las ganas que tenía de llamarlo. Pero sabía que lo de nosotros ya era parte del pasado, por lo que, a medida que los días pasaban y la rutina llenaba mi cabeza, me fui olvidando de él.
Conocí a Blake Marsden en la cafetería del hospital. Él estaba de pie, esperando por su café, luciendo tan guapo como un modelo de revista. Era alto, de pelo castaño perfectamente peinado y tenía una sonrisa llena de peligro. Un típico playboy de libro erótico.
En ese momento, aunque lo había encontrado muy guapo, no estaba particularmente interesada en él o en cualquier otro hombre. Mi tiempo limitado y las ganas que tenía de enfocarme sólo en mi familia eran más grandes.
Blake sólo era el sujeto que estaba frente a mí, esperando su café.
Pero sabía que, cuando se retiró una vez lo obtuvo, me vio. Sentí su mirada sobre mí por varios segundos, pero la ignoré completamente. Me topé con él otra vez al día siguiente, a la misma hora. Él me vio también, pero no nos dirigimos la palabra. Al otro día, nos volvimos a ver en la cafetería, ahí fue cuando se acercó a mí.
—Hola —me dijo—. Blake Marsden.
Sacudí su mano y asentí. —Eleanor Armitt.
—Te he visto frecuentemente por aquí, no pude evitar acercarme. Eres muy guapa.
Suspiré. —Gracias.
Él soltó una pequeña risa. Estaba siendo bastante cortante, no quería que me siguiera hablando. Estaba cansada, sin ganas de hablar. Sólo había ido a buscar algo para comer.
Pero él no dejó de insistir. Volvió a hablarme al día siguiente, por casi dos semanas. Al pasar los días, nuestras cortas charlas se fueron extendiendo. Me contó que estaba ahí porque uno de sus mejores amigos estaba recibiendo un tratamiento del que no sabía el nombre. Y yo le conté, vagamente, que un familiar se encontraba internado.
Poco a poco, su encanto varonil fue abriendo una posibilidad.
Nos llevamos bien, comíamos juntos y nos hacíamos compañía. Me reconfortó. Había estado soltera por casi un año, por lo que, cuando me pidió una cita, acepté. Sabía que en algún momento volvería a Londres, así que se lo dije, le advertí.
—No importa, que pase lo que deba pasar —me dijo sonriendo.
En la primera cita fuimos a cenar a un restaurante muy caro. Nunca había ido a uno así. Si quería sorprenderme, lo había logrado. Las sillas eran amplias y cómodas, la iluminación tenue de las velas formaba una atmósfera romántica y la comida tenía nombres complicados.
Fue nuevo, divertido y excitante. Me hizo reír un par de veces, pero nuestra conversación se enfocó más en aprender el uno del otro. Supe que Blake trabajaba en la empresa de su padre, al igual que sus hermanos. Supe que poseía un par de propiedades y que viajaba frecuentemente al exterior.
Luego, un mes después de que comenzamos a vernos, decidimos volvernos una pareja oficial.
Una semana después de nuestro noviazgo oficial, me presentó a sus padres, a sus hermanos y a sus respectivas familias. Blake de verdad quería que lo nuestro funcionara, él veía un futuro conmigo. Así que decidí que debía pensar lo mismo.
Su vida era muy diferente a la mía. Él estaba acostumbrado a salir de fiesta, trabajaba los días que él deseaba y las personas que conocía eran más que futuros amigos, eran conexiones. Sin embargo, cada vez que lo necesitaba, estaba ahí para mí. Estuvo todos los días en el hospital a mi lado cuando le conté la situación que vivía mi hermano y mi cuñada.
Pero Blake era un gran hombre. Era muy honesto, decidido y cariñoso. La pasamos muy bien juntos. Si bien las citas eran siempre iniciativa mía, nunca se negó a ir a los lugares que escogía. Estaba interesado en la manera que yo tenía de vivir, curioso por mi trabajo y mi familia.
Los paseos en yate eran los mejores. Me sentía como en las películas. Tomábamos delicioso champagne, comíamos cosas que a mí me parecían raras y hacíamos el amor en medio del océano. Era como una vida paralela, un escape de mi rutina.
Nuestra historia duró sólo seis meses. Porque, a pesar de que lo quise mucho, sabía que no era el amor de mi vida. Lo sentía. Y por eso fue fácil para mí volver a Londres.
Luego de que mi cuñada volvió a casa, mi hermano Ernest me visitó sólo para saber cómo estaba.
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Editado: 19.08.2021