Interludio VI:
ELEANOR ARMITT
—Federico fue quien me conoció primero —comencé a contarles luego de la afirmación de Tristan. Todos prestaron atención.
Había sido en la misma fiesta navideña donde conocí a Nicholas, sólo que mi atención nunca estuvo en los demás invitados, sólo en él. Pero en algún rincón de ese salón de eventos, estaba el que sería mi actual prometido.
Según Federico, cuando me vio esa noche en ese hermoso vestido lila, se enamoró de mí a primera vista. Ese vestido lila tenía algo. Intentó hablar conmigo, pero al verme con Nicholas prefirió no interrumpir. Y recién el 13 de Mayo del 2016, el día de mi cumpleaños número veintiséis, fui yo quien lo conoció.
Celestine había organizado una pequeña barbacoa para mi cumpleaños, donde invitó a mis amigos más cercanos. Yo había vuelto a Londres luego de un largo tiempo viviendo en Los Ángeles con mi hermano y mi cuñada, porque ya estaba lista para forjar un futuro duradero allí, en mi ciudad favorita.
—¡Eleanor, feliz cumpleaños! —gritó Carey Lovelace cuando me vio.
La noche recién comenzaba, dando inicio a mi pequeña fiesta. Luces decoraban el patio trasero de un restaurant que Celestine había alquilado para la celebración, como regalo para mí. Habían algunos viejos amigos del primer trabajo que tuve en Londres y otros nuevos amigos que eran mis nuevos colegas. No eran más de quince personas, por lo que era agradable e íntimo.
—¡Gracias! —chillé atrapándola en un fuerte abrazo, entonces un carraspeo nos obligó a separarnos.
Ahí fue cuando lo vi. Era alto, su piel oliva hacía resaltar sus hermosos ojos verdes y tenía una sonrisa inolvidable. Era tan guapo que torpemente estreché su mano.
—Hola —fue lo que dije.
—¡Ah, sí! Ele, traje a uno de mis grandes amigos que quiero presentarte, se llama Federico —me dijo Carey.
—Hola, Eleanor, feliz cumpleaños —me dijo él sonriendo.
—Los dejo solos, voy a saludar a Celestine —añadió Carey antes de marcharse.
Lo miré unos segundos, algo incómoda porque no sabía qué temas de conversación podrían interesarle.
—Gracias por venir —le dije, como una opción más segura.
—Oh, no es necesario… de hecho, disculpa si Carey me trajo, pero insistió en que tenía que conocerte.
—¿En serio? ¿Por qué? —solté una pequeña risa nerviosa.
—Porque eres hermosa, y no he dejado de repetírselo desde que te vi por primera vez hace casi cuatro años.
No supe qué decir, pero tampoco fue necesario, porque enseguida Celestine nos arrastró hasta la parrilla para comenzar a comer.
De vez en cuando, le lanzaba breves miradas para comprobar que seguía ahí, que no se había ido. No podía mentirme a mi misma y negar mi atracción física hacia él, no sólo porque era guapo, pero esa frase que me había lanzado me había dejado prendada. A veces era una persona muy básica.
Sin embargo, seguía preguntándome de dónde me conocía, así que me acerqué a él cuando la comida terminó y la hora de beber comenzó.
—La fiesta navideña de Carey, pero tenías compañía y no quise interrumpir —me dijo antes de sonreír—. Supongo que ese no era nuestro momento, pero ¿qué dices del miércoles por la tarde?
El hecho de que fuese tan decidido me puso muy nerviosa, pero le dije que sí. Sé que Carey no lo hubiera traído si no fuese un buen tipo, así que sólo seguí mi instinto. Además, me sentía preparada.
En nuestra primera cita, me llevó a una función de un circo que había llegado a Londres. Fue mi primera vez en un circo, y cuando se lo dije, se aseguró de comprar para mí todos los bocadillos que nos ofrecían. Él de verdad quería que tuviera la experiencia completa. Los coloridos payasos, las hermosas piruetas de los artistas, el carisma del presentador… cada pequeña cosa me fascinó por completo.
Al salir, fuimos a la playa porque nos quedaba cerca. Caminamos por la orilla y hablamos de nuestras vidas profesionales y del día a día.
Le conté de las vueltas que había dado en mi vida antes de poder, finalmente, encontrar estabilidad en una ciudad que me hacía feliz y en la que me sentía como en casa. Me hizo reír al contarme anécdotas de él y sus amigos en la universidad, al mismo tiempo que expresaba sus expectativas sobre su futuro.
Y mientras los minutos pasaban, me di cuenta de que podía vernos como algo más que amigos.
Federico era un hombre tranquilo y, al mismo tiempo, extraordinario. Un hombre que valoraba cada pequeña cosa, y que se emocionaba con los más diminutos triunfos: como comprar sus pasteles favoritos antes de que se acabaran en la pastelería de su hermana o sintonizar su programa preferido a la hora correcta.
Conocí a su familia a los cinco meses de estar juntos. A sus abuelos, a sus padres, a sus hermanas y a su famosa tía Bernadette, quien era hermana de su padre. Su familia organizó una hermosa cena llena de comida italiana hecha por sus mismos padres, nada de comida comprada, toda hecha a mano. Ellos, a pesar de tener varios ceros en sus cuentas bancarias, tenían como hogar una hermosa casa de campo de un estilo vintage y muy familiar. Parecía una casa de cuentos de hadas, algo muy distinto de lo que uno esperaría de un matrimonio millonario.
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Editado: 19.08.2021