Lunes, 7:30, día 4 de abril
una mujer, de complexión delgada y piel bronceada, caminaba con paso ligero por la avenida principal. Su cabello rizado se recogía bajo una pañoleta de rombos, y su blusa blanca, holgada y ligeramente arrugada, llevaba estampada la ilustración de un camión de helados. La tenía fajada bajo una falda color café claro, que le llegaba justo a las rodillas. Sus largas piernas lucían un par de botas altas, en un tono apenas más oscuro que la falda.
Al girar en la esquina, pasó junto a un pequeño jardín, un espacio verde que luchaba por destacar en medio de la monotonía urbana. Más allá, los edificios de departamentos se alzaban como gigantes de concreto, con sus fachadas grises y sin alma, interrumpiendo el cielo. Eran como cárceles verticales, impersonales y monótonas, donde la vida transcurría detrás de cortinas cerradas y ventanas empolvadas
aunque desde afuera para cualquier persona, el edificio no era más que una mole de concreto gris, monótona y deprimente, para Tasha, no tenía nada de miserable. Dentro de esas paredes vivía alguien que había iluminado su vida en los últimos años: una pequeña de trece años que, en su corazón, era como una princesa atrapada en una torre.
Pero su encierro no era obra de un dragón ni de un villano, sino de algo mucho más cruel y real: una enfermedad.
Aun así, la niña sonreía con la dulzura de quien encuentra belleza en los detalles más pequeños. Y era su alegría la que convertía aquel edificio opaco en un castillo encantado. No eran los lujosos asientos de la sala de espera ni las grandes plantas decorando los pasillos lo que llenaba de vida el lugar; era ella, simplemente ella, con su risa sabor a algodonó de azúcar y su forma de hacer que todo a su alrededor pareciera un poco más mágico.
Junto a la pequeña vivía un hombre maravilloso, a quien Tasha, en secreto, llamaba su príncipe azul.
Él era el padre de la niña. Y aunque el amor que sentía por él ardía en su pecho con una intensidad que no podía ignorar, sabía que la diferencia de edad —casi ocho años— sería un abismo insalvable. Para un hombre tan noble y admirable como él, seguramente aquello sería un pecado imperdonable. Así que, por ahora, debía guardarse sus sentimientos, encerrarlos donde nadie más pudiera verlos.
Respiró hondo cuando cruzó las puertas del edificio y se dirigió sin demora al baño de servicio. Allí, frente a un espejo gris sin identidad, práctico pero aburrido, sacó su cosmetiquera y se retocó el maquillaje. Un poco de color en los labios, un ligero retoque en los ojos… nada exagerado, solo lo suficiente para sentirse un poco más segura.
Se acomodó la blusa, alisó su falda con las manos y, tras un último vistazo a su reflejo, salió con paso firme.
El elevador la esperaba.
Y en lo alto, mas en especifico en el piso 4 departamento 6, también la esperaba la razón por la que su mundo tenía color al contrario del edificio.
Tasha se subió al elevador, y el cubo de metal comenzó a ascender con un zumbido monótono. Su reflejo parpadeaba en las paredes de acero inoxidable, pero ella no se detuvo a mirarse. Solo escuchaba el latido acelerado de su propio corazón.
Cuando el elevador llegó a su destino, las puertas se abrieron con un rechinido. Antes había caminado con calma, disfrutando del camino, pero ahora sus pasos se volvieron más rápidos, casi ansiosos. En cuestión de segundos, ya estaba frente a la puerta. La misma detrás de la cual vivían las dos personas a las que más amaba en el mundo.
Golpeó dos veces.
Antes de que pudiera tocar una tercera vez, la respuesta llegó desde adentro.
—Ya voy.
La voz rasposa, pero cálida, de su príncipe azul.
La puerta se abrió, y allí estaba él: Gonzalo. El padre de la princesa Lidia.
Llevaba la camisa con los botones desabrochados y la corbata mal puesta, apenas colgando sobre su cuello. Nunca había aprendido a ponérsela bien. Esa torpe despreocupación le daba un aire encantador, casi inocente. Pero Tasha apenas se fijó en eso… o al menos, intentó no hacerlo.
Porque lo primero que atrapó su mirada fueron sus pectorales, y aunque intentó disimular, sintió el calor subiéndole a las mejillas.
‘’No lo mires, no lo mires’’.
Se obligó a levantar la vista. ‘’A los ojos, Tasha. Solo a los ojos’’.
Si Gonzalo notó su repentino sonrojo, no dijo nada. Tal vez por su altura —apenas unos cinco centímetros más que ella— el ángulo jugó a su favor. O tal vez simplemente no estaba prestando atención.
—Adelante —le dijo con una sonrisa amable, apartándose para dejarla pasar—. Lidia ya despertó.
Y con esas palabras, todo el nerviosismo de Tasha desapareció.
Porque al otro lado de la puerta banca ubicada en diagonal a la entrada estaba, esperándola con ojos brillantes y una sonrisa de algodón de azúcar, estaba la razón por la que cada día valía la pena.
Lidia.
Tasha avanzó con decisión hacia la habitación, pero tras dar unos pasos, se detuvo. Algo la hizo girarse sobre sus talones.
Gonzalo seguía batallando con la corbata, torciendo la boca en una mueca frustrada.
—Yo le ayudo, señor Gonzalo —dijo ella con suavidad.
Pero en su mente, las palabras eran otras: Yo le ayudo, mi príncipe azul.
Él vaciló. Su orgullo le susurraba que no debía aceptar la ayuda de una mujer más joven, y menos de alguien que solo era la cuidadora de su hija. Si su esposa lo hiciera, no sería raro. Pero Tasha… ella no era su esposa.
Aun así, no tenía más remedio que rendirse ante lo inevitable.
—Gracias —murmuró, con una leve incomodidad.
Tasha se acercó, con una calma que contrastaba con el tamborileo de su corazón. Tomó con delicadeza los extremos de la corbata y, con movimientos firmes pero cuidadosos, la ajustó alrededor de su cuello. A pesar de que apenas había unos centímetros de diferencia entre ellos, en ese instante sintió que la distancia era mínima, que podía oír su respiración, percibir su calor.
Con un nudo perfecto, terminó su tarea.
—Listo —dijo, sonriendo con orgullo.
Gonzalo también sonrió, aunque de inmediato retomó su actitud seria.
—Si Lidia necesita algo, llama al número que dejé en el refrigerador. Si pasa algo o cualquier—
Se detuvo.
Porque ella seguía sonriendo.
Porque sus ojos transmitían una certeza inquebrantable.
—Gonzalo, llevo años cuidando de Lidia —dijo Tasha con dulzura—. Sé todo lo que necesita, no te preocupes. Hacemos esta rutina cada lunes. No es necesario, de verdad. Sé cuidarla muy bien.
Él la miró por un segundo más, como si estuviera a punto de decir algo, pero al final solo asintió.
—Lo sé.
Y con eso, Tasha finalmente caminó hacia la habitación de Lidia, mientras Gonzalo se marchaba rumbo a su trabajo.
Al cruzar la puerta, la encontró.
Lidia estaba sentada en su silla de ruedas, frente al ordenador, absorta en la pantalla con los audífonos puestos.
Tasha sonrió. Se quedó ahí, en el umbral, mirándola en silencio, disfrutando del momento. Hasta que, como si hubiera sentido su presencia, Lidia se giró.
Sus ojos negros y claros brillaron al reconocerla.
Rápidamente, se quitó los audífonos, pausando lo que fuera que estuviera viendo, y abrió los brazos con entusiasmo.
—¡Tasha, bienvenida! —exclamó con emoción.
Tasha no lo dudó ni un segundo. Se acercó y la envolvió en un abrazo cálido, sintiendo la fragilidad de su cuerpo y, al mismo tiempo, la enorme fuerza de su espíritu.
Lidia vestía una blusa blanca adornada con pequeños gatitos, una sudadera negra con la capucha puesta y shorts a juego. Sus piernas, cubiertas con medias largas, terminaban en un par de zapatillas cómodas. Su cabello castaño caía en suaves ondas alrededor de su rostro pálido, y aunque sus brazos y piernas eran delgados por la falta de fuerza, su sonrisa iluminaba la habitación como la de una superestrella.
El abrazo duró solo unos segundos.
Pero, para Tasha, fue una eternidad en el único lugar donde siempre quería estar.
—Oye, te ves preciosa —dijo Tasha con ternura, mirando a su princesa.
Lidia sonrió con dulzura.
—También te ves muy bien, Tasha.
Cada palabra suya era como una caricia, como vivir en un mundo donde el azúcar gobierna. Su voz tenía algo especial, algo que solo podía describirse de una manera: felicidad. Así sonaba.
Tasha echó un vistazo a la pantalla del ordenador y notó que un video de clase estaba en pausa.
—¿Qué estás viendo? —preguntó con curiosidad mientras le acariciaba suavemente la cabeza.
Lidia suspiró y bajó un poco la mirada.
—Es que la profesora dice que a veces voy muy lenta con el aprendizaje… —admitió—. Quiero esforzarme más, porque creo que tengo la calificación más baja y no quiero quedarme ahí.
Tasha sonrió con cariño.
—Bueno, en parte es culpa de las dos, porque yo también debería ayudarte más con tus tareas —dijo con una ligera risa—. Así que, de ahora en adelante, aumentaremos el tiempo de estudio, ¿te parece?
Lidia asintió con entusiasmo.
—Me parece bien.
Tasha le revolvió suavemente el cabello con una sonrisa.
—Entonces, mientras terminas de ver ese video, iré a prepararte el desayuno.
—¡Gracias, Tasha! —respondió Lidia con una sonrisa radiante antes de volver su atención a la pantalla.
Tasha se quedó un segundo más, mirándola con cariño, y luego salió de la habitación, dejándole una última sonrisa que Lidia, concentrada en su video, no alcanzó a ver.
La habitación de Lidia era pequeña, pero acogedora. Justo detrás de su cama queen size, un rincón estaba repleto de peluches, algunos de apariencia tierna y otros con un toque gótico. A la derecha, un armario modesto guardaba su ropa, mientras que al otro lado, junto a su escritorio, un librero hecho a medida contenía sus libros favoritos, en su mayoría historias de amor y fantasía.
Sobre el escritorio, además de su ordenador, había una fila de muñecas de colección cuidadosamente dispuestas junto a una pila de libros que Lidia aún no terminaba de leer, pero que esperaba devorar pronto.
El video terminó justo unos minutos antes de que Tasha volviera a entrar en la habitación, lista para llevar a Lidia al comedor.
—¿Estás lista? —preguntó amablemente.
Lidia le respondió con el mismo tono de siempre, ese que encantaba a Tasha, lleno de dulzura y calidez.
—Sí, ya puedes llevarme.
Tasha se posicionó detrás de su silla de ruedas y la llevó directamente al comedor, donde el plato ya estaba servido sobre un mantel individual con motivos de una de las sagas favoritas de Lidia: Amor, espadas y dragones. su alimento en cuestión era Un caldo de arroz con verduras y una porción de pollo, Para Tasha habría sido más fácil prepararle waffles o alguna otra cosa que los niños suelen amar, pero Gonzalo había sido claro: nada azucarado ni poco nutritivo. Lidia necesitaba los mejores alimentos posibles para mantenerse fuerte. Aun así, de vez en cuando, Tasha hacía pequeñas excepciones.
Lidia miró el plato en silencio por unos segundos. Luego, tomó la cuchara de metal, recogió una porción de arroz con verduras y la llevó a su boca con cuidado. Sopló un poco antes de comer.
Tasha observó su reacción con atención y, cuando vio su sonrisa, supo que el sabor le había gustado.
—Está delicioso —dijo Lidia con la boca aún llena, haciendo que sus palabras sonaran un poco confusas, pero completamente comprensibles.
Tasha rió suavemente.
—Me alegra que te guste. Ahora, come despacio, ¿sí?
Lidia asintió y continuó comiendo con entusiasmo, mientras su cuidadora la miraba con ternura.
Tras terminar el desayuno, Tasha llevó a Lidia de regreso a su habitación para que tomara su clase en línea.
—¿Lista para sorprender a todos? —preguntó con una sonrisa.
Lidia soltó una risita y asintió.
—Sí, creo que hoy me irá mejor.
Y así fue. Gracias al video que había estado viendo antes del desayuno y a los otros que había revisado la noche anterior, pudo responder correctamente varias de las preguntas de la profesora. Esta vez no la regañaron por ir despacio ni por no participar lo suficiente. Por el contrario, su maestra se mostró gratamente sorprendida.
—¡Muy bien, Lidia! Sabía que podías hacerlo —le dijo con entusiasmo—. Sigue así, estás progresando mucho.
Sus siete compañeros de clase también quedaron impactados por su repentino desenvolvimiento. Alguien comenzó a aplaudir, y pronto los demás lo imitaron.
—¡Eso fue increíble, Lidia! —exclamó uno de los niños.
—¡Sabíamos que podías hacerlo! —añadió otra compañera.
Entre aplausos y palabras de ánimo, la clase terminó con un ambiente mucho más alegre que de costumbre.
Cuando la sesión finalizó, Lidia se giró emocionada hacia Tasha, que la había estado observando desde la puerta.
—¡Tasha! ¿Viste eso? ¡Me aplaudieron! ¡Hasta la profesora se sorprendió!
Tasha se acercó rápidamente y la abrazó con fuerza.
—¿Ves, Lidia? Tienes un gran potencial —le dijo con una sonrisa—. A partir de ahora estudiaremos mucho juntas para que todos sigan viendo lo increíble que eres.
Lidia asintió con entusiasmo, sintiendo que por primera vez en mucho tiempo estaba avanzando, y que, con Tasha a su lado, podría llegar aún más lejos.
Luego de la clase, Tasha ayudó a Lidia a acostarse en su cama. La cama era cómoda, pero Lidia, debido a su condición, necesitaba descansar y hacer ejercicios constantemente. Así que, con mucho cuidado y paciencia, Tasha comenzó a realizar las terapias en sus brazos y piernas. Sabía que esos pequeños movimientos eran fundamentales para mantenerla fuerte y flexible, pero también sabía que no se trataba solo de la parte física. El cariño con el que lo hacía era lo que realmente la ayudaba a seguir adelante.
Tasha había estado cuidando a Lidia desde que tenía 9 años, cuando empezó a trabajar con ellos. Al principio, lo hizo por la buena paga que le ofrecían, pero con el tiempo, todo eso cambió. Se fue encariñando tanto con la pequeña y con Gonzalo que ya no podía imaginar su vida sin ellos. Aunque la situación económica de la familia no siempre fue estable, ella se quedó. Incluso cuando Gonzalo tuvo problemas de dinero y los recursos fueron recortados, Tasha decidió no irse. Porque más allá de la paga, ya los consideraba su familia. Cuando el colegio donde Gonzalo trabajaba logró estabilizarse, su sueldo subió. Pero, aunque no lo hubiera hecho, Tasha habría seguido en el mismo lugar.
Había algo en Gonzalo y Lidia que la hacía sentir que su amor por ellos era más fuerte que cualquier otra cosa. A veces pensaba que la mitad de ese cariño lo mantenía guardado, reservado para sí misma, pero el resto lo expresaba con cada gesto, cada acción, cada palabra. Ella misma lo llamaba "gratitud". Una gratitud tan profunda que la mantenía cerca, día tras día.
Después de terminar las terapias, Tasha ayudó a Lidia a regresar a su silla de ruedas.
—Te portaste muy bien hoy —le dijo con una sonrisa—. Así que te dejaré leer un poco. Cuando termines, comenzamos a estudiar, ¿de acuerdo?
Lidia, con una gran sonrisa, asintió.
—Claro, Tasha. ¡Voy a leer mucho para estar lista!
Tasha salió de la habitación para darle su espacio.
Con el tiempo que su cuidadora le había dado, Lidia logró terminar uno de los ocho libros que tenía pendientes. Sin embargo, al llegar al final de este, se sintió algo decepcionada. La protagonista, en lugar de quedarse con el chico que ella habría elegido, ‘’el correcto’’ había optado por el "lobo solitario", tal como Lidia lo llamaba, en lugar del "cachorrito cariñoso". Por supuesto, ella se hubiera quedado con el cachorro cariñoso, el chico tierno, atento y lleno de amor ‘’el correcto’’. Así que, molesta por el final, y con aun algo de tiempo libre antes de continuar con sus estudios, decidió entrar en la página donde solía publicar sus reseñas de libros. Ahí, con un suspiro de frustración, escribió:
“Te odio, chica del cabello rojo, por quedarte con ese tipo en lugar de mi queridísimo Will Jones.”
Nada más darle a “publicar”, se dio cuenta de que en apenas unos minutos su comentario ya tenía 20 “me gusta” y 13 “no me gusta”. Aunque no estaba completamente consciente de lo que esto podría desencadenar, algo en su interior la hizo sonreír. Al ver las reacciones, se dio cuenta de que algo pequeño, como un simple comentario, había comenzado a generar una mini batalla entre los fans del “lobo solitario” y los del “cachorro cariñoso”.
En cuestión de segundos, empezaron a aparecer respuestas. Algunos defendían a la protagonista y el chico solitario, otros, como ella, creían que Will Jones era el elegido. Cada respuesta parecía más apasionada que la anterior, y Lidia, aunque aún no lo comprendiera del todo, comenzó a sentir una especie de emoción por estar en medio de ese pequeño conflicto virtual.
“Esto está siendo más divertido de lo que imaginaba”, pensó mientras respondía con humor y un toque de picardía a algunas de las respuestas. Lo que comenzó como una simple queja sobre el final de su libro se había transformado en una conversación entretenida entre fanáticos, algo que, sin darse cuenta, disfrutaba enormemente.
Su tiempo libre llegó a su fin cuando Tasha entró nuevamente en la habitación, lista para llevarla a la sala de estar y comenzar con el estudio.
—Vamos allá —dijo con energía mientras se colocaba detrás de la silla de ruedas.
Lidia asintió y juntas se dirigieron a la sala, un espacio acogedor que invitaba al descanso. Un sofá de tres plazas dominaba la estancia, acompañado de otro de dos plazas que, juntos, formaban una cómoda "L". En el centro, una pequeña mesita de cristal reflejaba la luz cálida de la estancia. Frente a ellas, un mueble sostenía la televisión, junto a la cual descansaba una consola de videojuegos.
Aunque estudiar no siempre era su actividad favorita —y con "no siempre" se refería a "nunca"—, hacerlo con Tasha lo hacía menos tedioso. Y eso ya era una gran mejora en comparación con hacerlo sola.
Se centraron en lo básico: algunos problemas de álgebra, historia, química y el desarrollo de la psicología social.
Terminaron a eso de 3:30 de la tarde cuando la campanita del reloj en la pared de la cocina sonó, marcando la hora de la comida. Tasha se levantó de la mesa y se dirigió hacia la cocina. Era el momento de hacer una pequeña pausa en su rutina diaria, justo antes de que Gonzalo regresara del trabajo. Como siempre, Tasha abrió la nevera, sacó el tupper que había preparado esa mañana y lo calentó en el microondas. Un simple caldo de arroz con verduras y pollo, pero suficiente para alimentar el cuerpo de Lidia, que ya había pasado una larga mañana estudiando.
El aroma del caldo se esparció por la cocina, y Tasha sirvió la comida con cuidado, colocando el plato en la mesa frente a Lidia.
—Aquí tienes, princesa. —dijo Tasha con una sonrisa amable.
Lidia disfruto de la comida como lo hizo en la mañana, o incluso mas pues, con la misma sonrisa de quien disfruta hasta de lo mas pequeño.
—Está bien —dijo Lidia, sonriendo con la boca llena—. Sabe... a casa.
Tasha rió entre dientes, encantada por la manera en que Lidia siempre encontraba la forma de hacer que todo pareciera menos aburrido de lo que en realidad era. Después de la comida, Tasha le ayudó a recoger la mesa, como parte de la rutina diaria. En cuanto terminaron, un silencio cómodo llenó la habitación. Tasha sabía que Lidia era capaz de disfrutar de esos momentos, aunque pocas veces lo expresaba verbalmente.
A eso de las 5 de la tarde, Gonzalo llegó a casa. La puerta se abrió con un suave crujido, y la figura de Gonzalo apareció en el umbral, con su típica sonrisa cansada pero cálida.
—¡Hola, mi caramelo! —le dijo a su hija con un tono alegre, dejando su saco en la pequeña silla de la entrada la cual hacia de perchero.
La cuidadora sabia que ese era un apodo especial con el que solo podía referirse a Lidia, pero le gustaba creer que le iba dirigido a ella
Lidia levantó la vista del libro que tenía frente a ella y sonrió al ver a su padre, pero sin mucho alarde. Gonzalo se acercó a ella, se agachó y le acarició la cabeza.
—¿Cómo estuvo el día de hoy, hija? —preguntó con interés.
—Bien, papá. Estudiamos muchas cosas, y Tasha me ayudó mucho —respondió Lidia, sin apartar la vista de la página.
Gonzalo asintió, satisfecho, y se dirigió a la cocina para prepararse algo para comer. Mientras tanto, Tasha se retiraba a la sala, como siempre, para hacer una breve pausa antes de despedirse.
Unos minutos después, Tasha volvió al comedor para despedirse de Lidia y Gonzalo, como lo hacía cada tarde. Siempre que el día llegaba a su fin, Tasha sentía una mezcla de sentimientos encontrados. Por un lado, estaba feliz de haber pasado otro día cuidando de Lidia y trabajando con ella, pero por otro, sentía una ligera tristeza al saber que no podía quedarse más tiempo.
—Me voy, princesa —dijo Tasha, abrazando a Lidia con ternura. —Cuidate mucho, ¿vale?
Lidia levantó la vista, sonrió levemente y le dio un abrazo rápido.
—Lo haré, Tasha. Gracias por todo —respondió en su tono dulce.
Gonzalo, al ver la despedida, se acercó también a Tasha y le dio un cordial apretón de manos.
—Gracias, Tasha, por todo.
—Es un placer cuidar de Lidia —termino diciendo eso aunque quería decir otra cosa—. siempre lo será —Finalizo antes de dar un último vistazo a la casa antes de salir.
Y así esa misma rutina sin apenas cambios se extendió hasta el día jueves.