Los cadáveres en Murdertown.

Prólogo

Greenwood Forest, Murdertown
13 de octubre de 1989
21:48
 

    El bosque, de tantos lugares y ellos escogían el maldito bosque. El cielo estaba oscuro, siendo iluminado periódicamente por relámpagos que resonaban fuertemente. El chico corría a través de los árboles con gracia y rapidez, pisaba los charcos con furia y las gotas de lluvia le golpeaban la cara con agresividad. Pero no podía quejarse, ya muy bien sabían todos —aunque quisieran ocultarlo— sobre los horribles sucesos en el pueblo, y ellos necesitaban deshacerse de todas las pruebas que los vincularan con todo el asunto.
    A pesar de llevar una chaqueta de cuero sobre el uniforme del Eerie Market, el aire frío se colaba por su ropa. Sabía que no tenía mucho tiempo; el gran libro debajo de su brazo le hacía peso y le entumecía el hombro izquierdo.
    Las ramas de los árboles se mecían violentamente con el viento, susurrando secretos oscuros. Recordaba las miradas de pánico en los rostros de los otros, la urgencia en sus voces cuando planearon este acto desesperado. La imagen de los cuerpos sin vida, los mensajes perturbadores, las calles teñidas de rojo, el fuego consumiendo las residencias, todo volvía a su mente en un torbellino de recuerdos.
    Sintió una punzada de miedo mientras ajustaba el agarre sobre el libro. Era viejo y estaba encuadernado en cuero muy desgastado, sus páginas llenas de símbolos arcanos prometían poder y riqueza, una buena recompensa teniendo en cuenta el gran precio a pagar. Un trueno resonó cerca, haciendo eco en su cabeza. No había margen para errores. Si alguien los veía, si alguien sospechaba, todo estaba perdido, y todo lo que habían planificado se iría abajo.

    Divisó a lo lejos su destino: la pequeña cabaña roja. Sonrió triunfante. No obstante, algo le pareció extraño, por lo que se detuvo; parecía muy fácil.
      Los árboles alrededor de la cabaña estaban demasiado tranquilos, como si el bosque mismo contuviera la respiración. El chico se agachó, inspeccionando el suelo a su alrededor. Había huellas frescas, pero no podía decir de cuánto tiempo. Sacó un pequeño espejo de su bolsillo y lo usó para echar un vistazo rápido por encima de los arbustos. Nada parecía fuera de lugar, pero su instinto le decía que tuviera cuidado.
    Miró hacia ambos lados y buscó en otro de sus bolsillos, sacó una pequeña botella, se acercó nuevamente a la cabaña y vertió parte del contenido en el suelo. Rápidamente, se inició un pequeño fuego.
       Las flamas crepitaron y lucharon por mantenerse encendidas. Tal como lo sospechó, habían tomado las precauciones correctas. Pasó por encima de las pequeñas llamas e instantáneamente se apagaron. Quizá nunca sabría cuánto habrían pagado por tanta ceniza de sauce como para rodear toda la cabaña.
     Con el pie movió un poco del polvo en el suelo para cubrir la pequeña parte quemada, lo último que necesitaba era que, por su culpa alguien burlara una trampa tan elaborada y los atrapara en mitad del trabajo.
     El aire olía a quemado y a tierra mojada, apenas permitiéndole respirar. Se preguntaba cuánto tiempo más tendría antes de que lo encontraran. Apretó el libro contra su pecho y siguió avanzando hacia el portal de la pequeña casa, sintiendo el peso del destino en cada paso.




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