Los Caídos

La Aceptación del Deseo - 1

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Había poca gente en la calle para ser un viernes. Terminada la temporada de invierno, la ciudad volvía a quedar sólo para nosotros por un par de meses. Algunos grupos de estudiantes, jubilados, nada notorio. Majo me esperaba en El Dutch como prometiera, y para sorpresa de Gabriel, me fui con ella a una mesa abajo en vez de quedarme en la barra como solía.

Aunque todavía no había llegado el fam tour, Tango ya nos estaba mandando cuatro o cinco reservas por semana para el verano, y nos habían dicho que esperaban triplicar ese promedio en los próximos dos meses. Sumado a las cuentas que ya teníamos, era obvio que Mauro y yo no íbamos a poder solos con todo, y se me había ocurrido que a la hora de contratar a alguien para que nos diera una mano, Majo era una excelente opción. Estaba a mitad de su carrera de Administración de Empresas, era responsable, de trato agradable. Íbamos a necesitar un período de adaptación para que Mauro aprendiera a no estar en las nubes, teniéndola cerca todos los días, pero yo confiaba en que iba a ser una cuestión de costumbre. Por lo pronto, había decidido empezar hablando con ella antes de comunicarle nada a mi socio.

—La idea es que nos des una mano más que nada con la parte administrativa. Y si te alcanza el tiempo, que te encargues de un par de cuentas chicas, que mandan pocas reservas y a las perdidas. Así Mauro podría dedicarse de lleno a las reservas de Tango, y yo sólo a operaciones —expliqué—. ¿Qué horario tenés de clases?

—Voy tres días por semana a la tarde. Me queda un mes y algo de este cuatrimestre, y el año que viene me puedo anotar a la noche, para estar libre hasta las cinco o seis de la tarde. Si a ustedes les sirve que trabaje de corrido…

—Claro que sirve. Hasta diciembre vamos a estar tranquilos y no hay problema con que trabajes medio día. Así no descuidás los estudios justo cuando se te vienen los finales. Y cuando termines con los exámenes, podés empezar jornada completa. Con respecto al sueldo…

—Ay, no, Lu, no hace falta que hablemos de plata.

—Claro que hace falta. Esto no es una caridad y nos tiene que servir a todos.

Majo se puso colorada con una de sus sonrisas adorables. Eran los momentos en los que entendía que Mauro estuviera tan enamorado de ella. Esa chica era la personificación de la dulzura.

—¿Mauro y papá saben que me ibas a ofrecer trabajo? —preguntó al rato.

—A Mauro mejor darle la sorpresa cinco minutos antes de que empieces. Prefiero tenerlo infartado un rato que un mes en las nubes.

Reímos juntas. Ella aceptaba los sentimientos de Mauro, y también lo que ella sentía por él. Eran algo raro en estos días en los que “compromiso” se convirtió en mala palabra. Ninguno de los dos se apuraba porque sabían que no iba a ser un asunto de una noche.

—Yo le cuento a papá —dijo—. Se va a poner contento. Quería que estudiara para guía, como él. Nunca me dijo nada, pero sé que mi elección lo frustró un poco. Así que se va a alegrar de que trabaje en turismo. Va a ser algo más que podemos compartir.

Asentí cuidándome de poner cara de nada. —¿Entonces? ¿Cuándo querés empezar?

—¿A qué hora abren mañana?

Volvimos a reír.

—Tomate una semana para acomodar bien tus horarios y arrancamos el otro lunes. Así yo tengo tiempo de contratar un buen servicio de emergencias que incluya unidad coronaria.

—¡Lu! ¡No seas mala!

—¿Yo? Sólo trato de ser realista.

—¡LU-CI-A!

Alzamos juntas la cabeza y vimos a dos mujeres que me saludaban alegremente desde la puerta. Inés y Eugenia, dos guías amigas que se apresuraron a acercarse. Conocían a Majo, así que se sentaron con nosotras sin más ceremonia. La charla laboral quedó de lado y nos perdimos en el típico chismorreo de mujeres que trabajan en el mismo ambiente. Para mí era un recreo, uno de esos raros momentos en que podía jugar a ser una persona normal, sin media vida oculta a cal y canto.

De pronto Eugenia nos impuso silencio para decir: —¡A que no saben quién volvió! —Esperó a que demostráramos curiosidad—. ¡Julián!

—¿Julián Avañe? —exclamó Inés.

—¿Se mudaron de vuelta a Bariloche? —pregunté.

—Se mudó. Él solo. Se separó hace un mes.

La noticia nos mandó de cabeza a una nueva ronda de chismorreo y risitas. Julián Avañe había sido un guía muy popular hasta que se casara y se fuera a vivir a Buenos Aires. Yo lo había conocido hacía mucho, incluso antes de entrar al mundillo del turismo. Habíamos perdido contacto cuando se fuera, efecto colateral no tanto de la distancia, sino de los celos de su mujer.

—¿Así que la bruja terminó dejándolo?

—Vos fijate. Después de que él colgó todo por ella.




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