Los Caídos

La Aceptación del Deseo - 2

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Tío Lille, el bar que inspiró el Dutch

Me abrí paso entre la gente hacia la barra. La perspectiva de volver a ver a Julián me ponía contenta. Y un poco nerviosa. Nuestra última conversación había resultado… bastante personal. Hace cinco años que no nos vemos, me repetí. Hay que tomárselo con calma. Le pedí a Gabriel un licor de melón con energizante. De pronto sentía la urgente necesidad de estar bien despierta.

—Hola, tanto tiempo.

Miré a mi izquierda y encontré una cara familiar y atractiva que me costó un momento reconocer. Le sonreí.

—Hola… Blas, ¿no?

Él sonrió también, asintiendo. —Hacía rato que no te veía por acá.

Me encogí de hombros. —Trabajo.

—¿Todo bien?

Me pareció detectar un eco de ironía en su pregunta y lo atribuí a mi imaginación. No tenía ningún motivo para ser irónico. Gabriel me alcanzó mi trago y Blas alzó su vaso para brindar conmigo.

—Sí, ¿y vos? ¿Todo en orden? —respondí.

—Sobre ruedas.

Otra vez ese eco irónico. Debía ser su forma de hablar. Todavía medio perdida en la noticia del regreso de Julián, amagué a apartarme de la barra. Blas me convidó un cigarrillo. Encontré sus ojos brillantes y su media sonrisa. Todo en él era una invitación. Abajo, las chicas seguían charlando. La carne es débil. Me detuve.

—Gracias —murmuré mientras él me daba fuego.

Nos quedamos frente a frente junto a la barra, un paso más cerca de lo necesario, charlando de lo que pueden charlar dos desconocidos en un bar: nada importante. Blas se inclinaba para hablarme casi al oído con la excusa perfecta de la música fuerte. Esa noche me pareció mucho más atractivo que la primera vez que lo viera, y nada en él me resultó sospechoso como aquella noche. La perspectiva de volver a ver a Julián debía tener mucho que ver con mi actitud, pero no estaba para análisis objetivos. Tal vez mi miedo a ese reencuentro acallaba cualquier desconfianza instintiva. Cualquier excusa que me ahorrara ese momento era bienvenida.

Hasta que Blas alzó la vista para mirar a alguien detrás de mí y su sonrisa se desvaneció.

—Permiso.

Reconocí el perfume antes que la voz. Un solo hombre en todo Bariloche podía oler también en ese ambiente cerrado y cargado de humo. Giré sorprendida hacia Lucas y vi que su mirada se demoraba en Blas, con algo territorial que me dio por el hígado. Antes de que pudiera decirle nada, él me sonrió y señaló hacia las mesas de abajo.

—Ahí hay alguien que quiere saludarte —dijo, y se volvió hacia la barra para pedir bebida.

Blas alzó las cejas sonriendo. Había retrocedido el paso de más.

—Tus amigos te reclaman —dijo, y aunque hubiera sido el momento perfecto para ser irónico, su acento era llano—. Nos vemos.

Sin darme tiempo a responder, dio media vuelta y se alejó hacia el otro extremo de la barra. Volví a enfrentar a Lucas para mandarlo al diablo, pero me daba la espalda. Así que seguí de largo hacia la escalera mientras pensaba cómo vengarme. Lo único que me faltaba, que Lucas me espantara candidatos. Realmente.

Mauro y Julián ya se habían instalado en nuestra mesa. Mi socio contra la pared, al lado de Majo. El recién llegado frente a ellos, en medio de mis dos amigas. Se paró cuando me acerqué, y antes de que pudiera poner en práctica el saludo casual que tenía planeado, se me plantó delante y me abrazó riendo.

Sentí una oleada de emoción y le rodeé la cintura con mi brazo sano, porque el izquierdo todavía dolía un poco. Nos reímos juntos, nos palmeamos la espalda, lo dejé revolverme el pelo. Hacía mucho que nadie me abrazaba así.

Me sentó junto a él y siguió charlando con los demás como si nada. Soporté las miradas asesinas de mis amigas cuando la mano de Julián cubrió la mía sobre mi propia rodilla. Otra oleada de emoción me hizo estremecer. Volvió Lucas con cerveza para todos y la charla se hizo general. Mis amigas ya tenían con qué entretenerse y Lucas se dejaba asediar con gusto, por supuesto. Tipo vanidoso. Julián presionó mi mano, reclamando mi atención.

—Disculpá que no te llamé en cuanto llegué. —Lo enfrenté sorprendida y él sonrió—. Vos y yo nos debemos una charla.

Atiné a asentir sintiendo que se me aceleraba el pulso. Todo estaba sucediendo demasiado rápido. Se suponía que iba a ser una noche tranquila de viernes, tomar algo con amigas, irme a casa sola. Y de la nada aparecía Julián, y con un abrazo y una sonrisa desenterraba sensaciones que yo creía haber dejado atrás hacía mucho.

—Voy al baño.

Me dejó pasar pero me detuvo antes de que pudiera alejarme un paso. Sus labios rozaron mi piel cuando me habló al oído, provocándome otro escalofrío.




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