Los Caídos

La Aceptación del Deseo - 3

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Me mezclé entre la gente sintiendo que el corazón me latía como un tambor. Me encerré en el baño y enfrenté el espejo respirando hondo, pero la expresión que encontré en mi cara me indicó que por más que intentara serenarme, estaba peleando una batalla perdida. Me saqué los anteojos, me alisé la ropa, me acomodé el pelo. Hubiera dado cualquier cosa por una ventanita que me permitiera escaparme por los techos. De pronto me sentía atrapada en un remolino de emociones e imágenes del pasado, perdida en un laberinto engañoso de  callejones sin salida. Y tenía un miedo atroz de volver a enfrentarme con todo eso. Ese pasado del que Julián había sido parte, aunque no protagonista.

Respiré hondo, abrí la puerta y salí. Decidí no volver a la mesa enseguida. Le hice señas a Gabriel y esperé mi trago prendiendo un cigarrillo. El pasillo era un mundo de gente apretada contra la barra, que me ocultaba a la perfección de nuestra mesa. Sentí un ligero alivio. Como si no supiera que ningún escondite es tan perfecto como parece.

—¿Todavía melón con energizante?

Giré para enfrentar a Julián, que esperaba el vuelto de su cerveza. Mi instinto infalible me había llevado a pararme exactamente al lado de él. Señalé su vaso sonriendo.

—Artesanal de frambuesa. Vos tampoco cambiaste tus gustos.

—En absoluto.

Me maldije por mi desafortunada elección de palabras. Julián volvía a mirarme a los ojos. Me caí en esa mirada oscura y brillante. Se inclinó hacia mí sin dejar de sonreír y en el último segundo se desvió el milímetro indispensable para besarme la mejilla en vez de la boca. Y ahí iba mi pulso de nuevo. Me habló con su cara muy cerca de la mía, su aliento acariciándome la piel.

—Creo que esta noche te voy a secuestrar.

Tardé un momento en darme cuenta de que me había quedado mirándolo boquiabierta. Él soltó una risita y deslizó un dedo por mi nariz. Sus ojos parecieron pedirme permiso antes de besarme. Me prohibí cuestionar nada cuando me sujetó la cara con suavidad. Su otra mano descansó en mi cintura, me apreté contra él. Mis dedos subieron a enredarse en su pelo mientras yo me perdía en la inesperada calidez de sus labios.

—Hacía años que quería hacer esto —susurró.

—Yo también —reconocí.

Entrelazó sus dedos con los míos y volvió a besarme. Sí, nos habíamos deseado desde la primera vez que nos vimos. Era la pura verdad. Y con el tercer beso, ese deseo empezó a reclamar atención. Detuve su mano cuando quiso resbalar de mi cintura.

—Siempre tan recatada —rió por lo bajo.

—Sólo en público.

—Entendido. Después no me vengas con excusas.

—Ya me conocés. Siempre puedo encontrar alguna.

—Hoy no te voy a dejar.

Yo había puesto mi mente en piloto automático hasta nuevo aviso. Me apoyé en su pecho con un suspiro cuando me abrazó, contenta con dejarme envolver por su calor y sentir sus labios rozándome el pelo.

—Siempre fuiste mi cuenta pendiente —murmuró.

Alcé la vista sin ocultar que sus palabras me intrigaban. Encontré su sonrisa vaga, sus ojos entornados. Se encogió de hombros.

—¿Te acordás cuando nos conocimos?

Asentí frunciendo el ceño. Estábamos entrando en terreno escabroso para mí.

—No me vas a decir que ya en esa época no te diste cuenta que me gustabas —agregó, en un tono que no admitía negativas.

Sonreí de costado. Tenía miedo de hablar. Tenía miedo de adónde pudiera llevarnos esa conversación. Mantenía todo lo referente a esa época de mi vida cerrado bajo siete llaves y no quería arriesgarme a abrir siquiera una. No podía asomarme a esos recuerdos. Todavía no. El precio iba a ser más dolor del que me creía capaz de manejar.

—Pero vos siempre fuiste tan legal —lo oí decir, y temblé por dentro—. Por eso tardé en animarme a decir algo. Estabas tan enamorada de…

Le cerré la boca con un beso para que no pronunciara ese nombre. Pero lo había dejado hablar demasiado. En mi interior, las siete llaves habían crujido, intentando abrirse. En algún lugar de mi pecho se insinuó el abismo negro de dolor que tanto me había costado remontar. Un eco de angustia me cerró la garganta y sentí las lágrimas presionando contra mis ojos cerrados. Abracé a Julián y hundí la cara en el hueco de su cuello. Él me apretó contra su cuerpo. No me importaba que me malinterpretara. No me animaba a moverme, abrir los ojos, articular palabra. No hasta que estuviera segura de poder controlarme.

—Vamos —me dijo al oído—. A los demás no les va a importar que nos escapemos.

Me sentí mal. No quería engañarlo. Hice un esfuerzo por mantener la calma y lo enfrenté meneando la cabeza.

—No, Julián, mejor…




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