Los Caídos

Remanso - 3

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Lago Mascardi, camino a Tronador

Los días siguientes trajeron un regreso paulatino a la rutina. Volví a estar en la oficina las horas que no pasaba con el fam tour, cuya semana se iba terminando. El jueves pude hacer jornada completa mientras ellos iban a Isla Victoria con Lucas, y tuve que reconocer que extrañaba mi escritorio en el rincón. Mauro y Majo se las habían arreglado bastante bien en mi ausencia, aplicando la sencilla regla de apilar en mi escritorio todo lo que no podían resolver. Así que me encontré con una linda pila de pendientes que me mantuvo entretenida hasta entrada la tarde. Para el viernes, el último día del fam tour, teníamos programada la excursión a Tronador y ahí me fui, por una vez feliz ante la perspectiva de abandonar mi pequeño feudo.

El bosque estaba hermoso como siempre, y el lago Mascardi nos regalaba todos sus colores en cada parada. Lucas nos hizo detener en un acantilado pasando el mirador de la Isla Corazón, para explicar mejor el efecto del avance de los glaciares en la conformación del terreno en esa zona. Nunca había estado ahí, y me aparté del grupo mientras Lucas hablaba. Bajé con cuidado un desnivel de un metro, hasta el tope achatado de un peñasco que formaba parte de la pared del acantilado. Controlé mi miedo para acercarme un poco al borde de roca y me senté a disfrutar la vista con un suspiro. El lago se abría ante mí, turquesa, esmeralda, azul marino, alargándose entre los cerros enredados con las nubes, que volaban apuradas hacia el noreste.

—Bien vale un poco de vértigo, ¿no?

La voz de Lucas a mi espalda no me sobresaltó. Tal vez fuera obra de esos días de trabajar juntos, pero tampoco me molestó su proximidad. Asentí sin volver la cabeza hacia él. Se adelantó para pararse al filo mismo del peñasco y respiró hondo, con satisfacción, las manos en los bolsillos. Por primera vez me detuve a considerar que parecía uno de los pocos guías que, después de quince años de profesión, todavía disfrutaban lo que hacían. Quizás ése era el secreto de su éxito con los pasajeros: no se limitaba a acompañar e informar, sino que compartía con ellos lugares que le gustaban.

Después de almorzar en Pampa Linda llevamos al grupo al Saltillo de las Nalcas. Hasta Pedro vino con nosotros, lo cual fue una suerte, porque las últimas lluvias habían convertido el sendero en un largo charco de un par de centímetros de profundidad, desde el puente hasta la pasarela de madera. Así que él y Lucas se dedicaron a ayudar a los demás a ir pasando por tronquitos, cañas caídas, bordes de barro, sosteniéndolos para que no resbalaran, hasta que llegamos a terreno más seguro. El rumor de la cascada era un verdadero rugido cuando salimos al claro donde caía, millones de gotitas invisibles suspendidas en el aire, rociándonos la cara cuando nos acercamos, destellando en los rayos de sol que escapaban entre las nubes.

Joaquín estaba encantado, y me comentó que esa zona era perfecta para un programa de turismo de aventura que venía planeando hacía tiempo. Su interrogatorio se interrumpió un rato en Ventisquero Negro, mientras veíamos varias avalanchas y las nubes seguían abriéndose, dejando que el sol por fin nos alcanzara. Me quedé hablando con él y con Pedro en la base, mientras Lucas se llevaba al grupo a caminar. Pedro conocía la zona mucho mejor que yo y nos aportaba opciones de actividades, alimentando el entusiasmo de Joaquín.

Varias noches en Pampa Linda, trekking al refugio Meiling con pernocte, caminata al mirador del glaciar Castaño Overo, cabalgatas, más caminatas. Había mercado para eso, y Joaquín había estado buscando un lugar como éste para armar el producto adecuado. No teníamos que apurarnos a lo tonto para tener todo listo lo antes posible. Lo mejor era tomarnos todo el año y largarlo para la siguiente temporada de verano.

Hicimos todo el camino de vuelta conversando en voz baja para no molestar al resto del grupo, que dormía a pierna suelta. Su semana en Bariloche los tenía agotados. Esa noche, considerando que era fin de semana y el único compromiso del día siguiente era alcanzar un avión a las tres de la tarde, insistieron en que Lucas y yo saliéramos con ellos.

Fue una noche larga y divertida. La pasamos todos tan bien, que al amanecer ni se me ocurrió negarme cuando Lucas se ofreció a llevarme a casa.




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