Alejandro se arrepintió en cuanto aquellas simples y dolorosas palabras salieron de su boca. Él sabe cuan estúpido y miserable había sido al soltar aquello, pero su enojo no lo dejó pensar con claridad. Y ahora, que estaba en la comodidad de su casa, de su cama no dejaba de recordar el bello rostro de su madre pasar de estar preocupada, al autentico terror al oírlo. Era un maldito, él ya lo sabía, había roto tantos corazones de diferentes mujeres a lo largo de su vida que ya no le importaba seguir rompiendo más, pero con su madre era y es diferente. ¿Cómo se le ocurrió hablar de lo que tanto estaba prohibido en su familia y que sabía que a su madre le afectaría? ¿Qué tan ruin es para provocarle dolor a su propia madre?. Era más que un maldito pero no encontraba la palabra adecuado para describirse.
Pero también sentía que debía hacerlo. Alejandro suelta un largo suspiro y vuelve a rodar en la amplia cama, buscando comodidad.
Como ya había dicho, en la familia Alcalá está prohibido pronunciar la palabra adopción. Era prácticamente un mandato, una orden y aunque llevaba casi una década sin mencionarlos, Alejandro sintió que era bueno sacarlo, gritarlo a los cuatro vientos.
Ya no era un secreto que antes de Alejandro existía otro heredero. Su único hermano, Fabricio Alcalá diecisiete años mayor que él no era su hermano de sangre, Alejandro se había enterado días antes de cumplir siete años, al momento de comprender la magnitud de esta revelación pero en vez de ofuscarse o sorprenderse, lo abrazo. A Fabricio nadie podía categorizarlo, su familia e incluso el mismo Alejandro lo amaban, y cómo no amarlo si Fabricio era su hermano, no de sangre pero si de corazón. Todo estuvo de maravilla hasta que de la noche a la mañana su hermano ya no estaba en casa.
Al preguntar sobre la abrupta desaparición de su hermano nadie ni sus propios padres le respondieron, al pasar de los días, las fotos de Fabricio se fueron desapareciendo una a una. Sin explicación alguna. Hasta que ya no se volvió a mencionar su nombre. Su padre cambio la habitación que había sido de su hermano y se la dio a su primo Nelson, que por cierto detesta, pero de ese tampoco quería ni hablar ni recordar. Alejandro dejo de preguntar por su hermano cuando a los trece años comprendió que nadie se iba a dignar a responderle.
¿Qué si algo cambio? Su madre aun mantiene en su bello rostro el mismo brillo de tristeza que refleja su mirada, y Alejandro presencio todos los años el alejamiento inminente de sus padres, a tal punto que ambos dormían en habitaciones separadas.
Alejandro suspiro por enésima vez y rueda al lado izquierdo de su cama.
Algo ocultaban, lo sabía pero no podía especificar que, sabia que todo había sucedido tras la partida de su hermano. Y pese a todo, Alejando sentía que debía conocer la verdad, y es que el anhelaba volver a ver su hermano, quería saber de el, de conocer que era de su vida tras su partida si estaba vivo o muerto... algo, aun que fuese pequeño.
Con aquel pensamiento, Alejandro cerro sus ojos dispuesto a conciliar el sueño, pero no paso ni un segundo para volver abrirlos y levantarse de la cama, dispuesto a no volver a pensar.
Levantándose de su cama, Alejandro entró al baño y se da una rápida ducha. Media hora después sale apresurado de la casa en que vive y monta al taxi que ya lo estaba esperaba.
No tardo mucho en entrar al establecimiento del bar. Esa noche estaba mas que dispuesto a pasarlo bien, sin embargo, el lugar se veía un tanto apagado para las horas que en realidad eran. Pero el solo quería olvidar lo estúpido que había sido ese día y todo su pasado de mierda. A paso firme. Y aún sintiéndo el recorrido de las gotas de agua mezclado con sudor sobre su cuerpo, se acerco a la barra. Alejandro alzo su brazo llamando al barman del lugar que no tardo en atenderlo. Alejandro no se sorprendió al notar que Joel era quien estaba atendiendo pues su amigo, por que si eran amigos de años, le encantaba relacionarse con la gente de sus negocios.
—Alejandro amigo, que dicha verte, ¿Cómo están mis padrinos? —le pregunta, sintiéndo verdadera curiosidad al verlo aquí y a tan altas horas de la noche. Joel sabía que solo podía ser algo grave.
—Tráeme una botella de tequila — pidió, ignorando su pregunta—, el más fuerte que tengas.
Joel hizo una mueca pero asintió dándole la espalda, llegando hasta la estantería llena de licores y agarrando la botella pedida y una copa, se giro, la destapo y sirvió.
Joel no tardo ni un minuto en llenarle la copa cuando Alejandro ya había vaciado todo el contenido de este y se lo volvía a entregar, pidiéndole mas. Joel lanza un risilla nerviosa, sabiendo que la noche seria larga. Suspiro.
—Tu si quieres olvidarte de todo, compadre— le dijo en tono burlón.
Alejandro bufo y se volvió a llevar la copa a la boca.
—No moleste Joel. Llénala— gruñe, colocando sus codos sobre el mesón.
Joel rodo los ojos pero lo obedeció, empezando a contar mentalmente las copas servidas.
—Cuidado, no quiero otro caído en mi establecimiento ni mucho menos tener que lidiar contigo, tu si eres un grano en el trasero —le advirte Joel señalándolo, provocándole risa a su amigo que para nada se dejo amedrantar.
En cambio, lo miro aburrido y se llevo la copa a la boca.
—A ti te encanta lidiar conmigo —bromea.
—Cabrón.
Alejandro ríe fuerte y vuelve a extenderle la copa a su amigo. Lo cierto era que a Joel no le fastidiaba tener que lidiar con su único amigo de la infancia, lo que si le jodia era ver a su amigo en aquel estado lamentable. Y es que pese a que Alejandro aparentaba estar bien, Joel, que conocía toda la vida de su cliente y amigo fiel, sabia que este no estaba bien, que su mundo se estaba derrumbando y que el no podía hacer ni decidir nada. A la final cada uno tenia sus propios problemas, aunque los de Alejandro no fueran tan graves en realidad.
—Otra bronca con tus viejos —comento, tratando de averiguar sobre su estado.