Los caminos que salen de Roma (poesía)

I. Los caminos que salen de Roma

No sabías salir de Roma

y me pediste que te dibujara un camino.

Tú, patricia ennoblecida, de alta alcurnia,

moviéndose por los tejados y alcobas

de poderosos hombres del Senado.

A mí, loco y pobre,

acostumbrado a las tabernas de noche

y a las posadas de algunas que otras damas,

de madrugada.

Buscando un sitio en una ciudad

tan grande como solitaria.

Vacía de gente y con millones de almas.

Entiende, y entiendo ahora,

por qué te aparecías ante mí como la perfecta.

Con la que dejarse llevar

y terminar ahogado en el agua.

Con la que mudarse a Pompeya, para que,

cuando el volcán estallara,

el fuego, la ceniza y la lava

nos inmortalizara en esculturas.

Te enseñé a comer con la boca abierta,

y no cerrada,

a tomar la espada,

los trucos de las letras

y cómo para ti se entrecruzaban.

Te enseñé a querer, a que te quisieran.

Te dejé ver los cimientos de mis pestañas,

esos que aguantaban

todo un pasado como carga.

El ingenuo de mí,

que la definitiva eras pensaba.

Que el vagar por ciudades romanas terminaba.

Que las ruinas de templos en los que recé

a la diosa del primer beso

se convertían en total arqueología.

Que las oportunidades perdidas,

por ‘Barrero Claudia’ y por ‘Floritálica’,

ya no importarían.

Cuando te mostré la salida,

me dejaste tirado por aquellos caminos

que huían de Roma.

Viudo de destino y de hombría.

Cuerdo de razón. Loco de corazón.

Perdido.

Sin saber por qué te esfumaste

entre el humo de la candela la última noche.

En la que te pegaste sigilosa

y resististe cada envite.

La lascivia y el metal hicieron que,

al morder, te saliera sangre.

¡Te esfumaste!

Dejaste que a aquellas ruinas lejanas, olvidadas,

le volvieran a salir raíces.

Que las oportunidades perdidas me pusieran triste

y que buscara en ellas el perdón que no existe.

Me dejaste tan solo que creí morirme.

Luego, me enteré, por las malas lenguas

del mercader de tierras tan lejanas

como lo son las de Acinipo,

que allí fuiste engendrada.

Que la alta alcurnia

era cosa de ilusión y orfebrería casera.

Que solo habitabas camas ajenas

de gente adinerada

buscando una posición social

que anhelabas.

Que, en verdad, eres una desheredada.

Sé que se te pasó por la cabeza.

contarme la verdad y jurar resarcirte.

Quizá fuera eso lo que te alejara

el miedo a que el amor triunfara.

Hoy no sé por qué caminos andas,

ni qué tan tristes son tus hazañas.

Los caminos que ahora salen de Roma

no son más que piedra.

Vacío y olvido.

Por ellos he ido, atropellando vidas.

Buscando y a la vez alejando.

Trasegando y cruzando campos.

Roma está muy lejos.

De hecho, creo que he salido del Imperio.

Roma ya es solo un viejo recuerdo…



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En el texto hay: poesia, amor, relatos cortos

Editado: 18.09.2024

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