Lo que pesa esta losa
sobre mis hombros.
Tanto, que cada domingo
me va a hundir un poquito más.
Consumiéndome,
haciéndome más pequeño.
Invisible.
Lo que duele estar, pero no estar.
Querer y no querer,
poder y no poder.
Lo que duele no sentir dolor.
No tener que abrirte
heridas en los costados.
No tener que sudar y llorar
por cuatro disparos muy bien colocados.
Lo que cuesta deshacerse
de una piel rosa que, tatuada en el pecho,
no se me borra ni queriendo.
Tarde o temprano tenía que asumir
que el puesto no era para mí.
Que siempre he andado en la cuerda floja,
entre seguir y no seguir.
Que el tiempo, las ganas y las circunstancias,
me dieron, estas temporadas, el sí.
Y ahora me dan el no.
Tratar de enseñar lo poco que sé
a los que en un balón ven la salvación
será mi única opción.
Porque a mí me salvó
cuando quien encendía mi llama
se apagó.
Desde el septiembre en que ella
se marchó.