Los caminos que salen de Roma (poesía)

VII. Deliciosas heridas

Fue tan bonito ver

cómo me partías el corazón

que volvería a dejarme romper.

Porque contigo se hincharía

y llegaría a ser tan grande,

que poco me importaría

que se quebrara en dos o tres.

Estaban tan deliciosas

las heridas que me hiciste,

las mismas que me tuve que lamer

y hacer sanar con saliva,

de ellas y de la mía,

que te dejaría volver a abrirlas.

Incluso hacer nuevas

en otras vías que ahora parecen,

de inertes, muertas.

Las cicatrices, debo decir,

dejan la boca amarga y seca.

Fueron tan mágicos

aquellos míseros tres segundos de unión,

besos y amor,

que valdría la pena

cruzar el desierto solitario por mil años,

solo para repetirlos.

Aunque fuera efímera tu presencia

y eterno el mío dolor.

Fueron tan jugosas las noches de aventura,

que le vendería el alma

al mismísimo diablo

si un día promete que te tendré aquí,

cometiendo locuras.

Volviendo a querer

para luego partir.

Para llorar.

Para escribir.

Para sufrir.

Para sentir.

Para, al fin y al cabo,

vivir.

Todo lo demás

que no sea ni tú ni yo,

no será morir, qué va.

Pero sí trasegar.

Errar.

Imitar.

Conformidad.

Sobrevivir.

La única vida que nos dieron,

malgastar.



#2225 en Otros
#558 en Relatos cortos
#505 en Joven Adulto

En el texto hay: poesia, amor, relatos cortos

Editado: 18.09.2024

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.