Yo no te quería.
Solo era una pose,
una foto que queda bien.
Un espejismo.
Una mentira.
Como si tu figura y tu compostura,
con su inusual belleza,
despertadora de pasiones
y de rasgadas vestiduras,
me hubiera hecho a mí más hombre.
En realidad, solo me hizo más tonto.
Más idiota.
Como si lo que importara
fuera tener tu carita
y tu sonrisa de niña buena
y no tener alguien que
al verla
sientas que revientas.
Yo no te quería.
Mi mano en tu mano y para la calle.
Yo no te quería,
solo era por sentirme triunfante ante la vida,
ante quienes había dejado atrás.
Yo no te quería, solo quería mostrarte.
Como trofeo.
Como si fueses de verdad mía,
a la vez que un florero inoperante.
Supongo que era eso.
Creía quererte porque me hacías sentir un héroe.
No tú y lo que eres,
pues nada de valor y personalidad tienes,
sino lo que aparentas
y todo el mundo pensaba que me pertenecía.
Supongo que era eso.
Yo no te quería,
buscaba en tus ojos otros ojos
y en tu cama otras sábanas.
Otras manos y otras ganas.
Otro nombre y otras palabras.
Yo no te quería.
En cambio,
tú sí que me querías,
pero hacías como que no podías.
Yo no era un trofeo,
porque no puedo serlo.
Tampoco lo aparento.
No me revestía el oro del que te dije,
estoy hecho.
Hablaba de pequeñas pepitas
que relucen a veces
en forma de versos.
Tú me querías.
Tanto, tanto que te dolía.
Por eso te alejaste enseguida.
Tu destino peligraba,
cada día que en mí te hundías.
Como si esas ínfulas de reina
no fueran falacias
que te contaron desde chica.
Yo no te quería.
Aquella no era forma de querer.
Tu sí que me querías,
pero la tuya tampoco lo fue.