El centro del mundo no te pertenece.
No sé por qué vas por ahí,
dando lecciones,
cuando ni las de tu dios aprendes.
No creas que sigo
a tu cintura atado
por volver,
después de casi mil lunas,
a intentar atar cabos.
Que no fuiste mi fortuna,
ni serás mi tumba,
y mucho menos
seré tu eterno esclavo.
Solo pretendía coser
con el hilo del por qué
el corazón que un día dejaste morir
desangrado.
Pero para qué.
Para qué vas a explicar,
si no supiste ni tú cómo acabarlo.
Que te divertiste un rato.
Más de dos días
no puedes estar en el mismo sitio.
Quién me señala a mí con el dedo,
querías saber,
y todo aquella que un día lo hizo
hoy tiene mi perdón
y yo mis pantalones por la rodilla,
sucios.
Probablemente más manos
que mis manos
te señalen directamente a ti
con el dedo.
Y no te das cuenta.
De que vas dejando atrás
una procesión de desheredados,
no porque enamores,
sino porque les robas
hasta el último céntimo.
Adiós, que te vaya bien.
Son cosas que yo también puedo decirte.
Tú las usas con un tono
que tiene poco de humilde.
Que eras tú siempre la bruja
a la que quise referirme.
La que maneja marionetas,
lanza indirectas,
se inventa historietas
y a las personas enfrenta.