No te niego,
pero confieso.
Fuiste tú mi más grave
y grande error que cometí.
Lo sabes.
Ello te entristece,
te aflige y te acompleja.
Te acobarda.
Déjame decirte que esa frustración
no es lo peor
que te puede pasar.
Ya me entiendes.
Que de sobra también sabes
que provocas esa sensación
en todo aquel
que se atreve a tocarte.
A acercarse lo suficiente.
He de decirte que,
si haces daño,
fue porque el amor
no fue ingrediente en tu fundición,
que si tergiversas
es porque no has conocido otra cosa.
Odias y manipulas,
como si la fila de sacrificios humanos
nunca fuera a terminar.
Porque te comparas con dioses,
y solo me recuerdas al de los salvajes,
esos que no clamaban al hombre
más que sangre.
Sí. Yo ya lo entiendo.
Es eso por lo que lloras.
No tienes la capacidad
para retener nada
que rivalice con tu egoísmo.
Es eso lo que te pasa,
que todo lo que tocas
se convierte en mierda.